Enviados a predicar el Evangelio, después del Congreso para la misión de la Orden de Predicadores
Carta del Maestro de la Orden fr. Bruno Cadoré sobre la Misión de la Orden, a partir de las conclusiones del Congreso sobre la Misión que se celebró en Roma en enero de 2017 y con el que concluyó el Jubileó de la Orden.
Al día siguiente del Congreso para la misión de la Orden con el que concluimos la celebración del Jubileo, quisiera compartir con Uds. la alegría y la gratitud que expresé durante el cierre de este Congreso. Al enviarles esta carta que retoma las conclusiones, deseo invitar a la orden entera a cosechar los frutos de este Congreso y, más ampliamente, la gracia del Jubileo. Alegría, al experimentar estos cuatro días de encuentro con los miembros de la Orden, descubrir hermanos y hermanas, naciones, idiomas y culturas, generaciones diferentes, unos rostros de la iglesia muy diversos. Alegría, en el medio de todo esto, por una experiencia de profunda unidad, una especie de « casa común» en la que la Palabra se escucha, recoge, comparte, celebra y predica. Alegría y gratitud puesto que todo esto nos permitió tomar aún más conciencia que se trataba de una gracia realizada por Otro. De una gracia compartida, independientemente de la especificidad de cada una de las ramas y entidades a las que pertenecemos; una gracia a menudo entregada en frágiles vasijas de barro, pero confiando en él, que siempre acompaña y precede aquellas y aquellos que envía.
Este sentimiento de « casa común», nos ha llevado a todas y todos, creo, a reconocernos en un mismo rostro, el de Domingo que guiándonos por el camino en el seguimiento del Cristo Predicador nos propone una aventura de predicación según el modelo de la « proclamación de la buena nueva del Reino a lo largo de ciudades y aldeas». Esta predicación no se desarrolla inicialmente en base al contraste entre el interior y el exterior de una Iglesia ya establecida. Está más bien permeada de una tensión entre, por una parte, la imposibilidad de caminar « sin» (sin las víctimas, sin los recuerdos heridos, sin los refugiados que son nuestros, sin los pecadores, sin los hombres y las mujeres de buena voluntad, sin las otras búsquedas de verdad, que sean o no creyentes) y, por otra parte, el deseo profundo de aprender a caminar con la convicción que, haciendo esto, también aprendemos a caminar con Dios.
Este deseo lo llevamos cada uno y de forma conjunta en un mundo que amamos, que queremos aprender a amar, desarrollando la capacidad de contemplación. Como todo amor verdadero, es exigente. Es la exigencia de una mirada lucida y realista que permite a la vez de leer y lamentar los estragos de una guerra mundial que lo deforma y acumula víctimas sistémicas, y sabe identificar las oportunidades de los lugares y realidades donde el humano manifiesta su capacidad de resistir a lo que lo disminuye, desfigura o degrada. Es un mundo que es donde el ser humano puede descubrir la humanidad de la que es capaz; esta humanidad compartida que le permite enfrentar las pruebas de la vida, de superarlas, a veces de invertir lo que las provoca, dejando surgir en sí mismo la convicción que, por la humanidad del humano que precisamente hace que sea bueno, generoso, capaz de perdonar, solidario, todo puede en última instancia terminar de una manera hermosa, quizás inesperada pero anhelada. Es en este mundo, y también digamos para este mundo, que somos enviados a predicar. Y en este envío vemos a lo que preserva nuestra unidad, en nosotros, todos los miembros de la Orden de Predicadores, hermanos, monjas, laicos, hermanas apostólicas de congregaciones agregadas a la Orden, institutos seculares, fraternidades sacerdotales y jóvenes del movimiento de la juventud dominicana, y muchos amigos. Enviados para servir, mediante el ministerio de la evangelización en el nombre de Jesucristo, el misterio de la gracia de la Palabra. Si, ¡mucha alegría y una profunda gratitud por pertenecer a esta familia!