Cuento: Fabricante de Perlas
El cuento "El fabricante de sueños" narra la historia de un hombre que, al llegar a un pueblo, ofrece vender sueños a sus habitantes. Curiosos, los vecinos compran sus sueños y, al dormir, experimentan visiones maravillosas que les inspiran a mejorar sus vidas y su comunidad. Este relato destaca la importancia de la imaginación y la esperanza como motores de cambio positivo en la sociedad.
Cuento infantil: Fabricante de Perlas
Este cuento me lo contó mi amigo Afelandro; esperemos que no me falle la memoria.
Pues resulta que eran cuatro niñas como cuatro flores, porque además se llamaban Margarita, Violeta, Rosa y Azucena. Tenían el alma limpia y en ella les brillaba el arco iris de la alegría: eran cuatro cascabeles; su conducta, tenía el perfume de las buenas obras. Eran a sus doce años, estudiosas y cariñosas como tú. Y piadosas, que es cosa buena en la niñez y juventud.
Eran la alegría del barrio: por sus juegos ruidosos, bullangueros y sus sempiternas risas, las llamaban las "campanilleras".
Pero, un buen día.Azucena se puso muy enferma; los médicos dijeron que, sin remedio, quedaría paralítica para siempre: ¡había cogido la polio!
Sus amigas dejaron de cascabelear e incluso quedaron muy tristes y lloraron mucho. Vuelta en si de la fiebre que la había tornado inconsciente durante días, Azucena lloró mucho más al constatar su inmovilidad. Mas., como no hay mal que cien años dure, al final fue resignándose, o casi. Y como sus amigas la visitaban a diario largos ratos, de nuevo comenzó a sonreír.
Pasaron los meses y las risas fueron de nuevo frescas y sonoras. Estudiaban juntas, hablaban, jugaban. se contaban las aventuras del colegio. Los días festivos, si hacía buen tiempo, sacaban de paseo a Azucena en su silla de ruedas y se iban a merendar al Retiro e incluso a la Casa de Campo. Seguían siendo felices.
Pero el tiempo vuela y fueron pasando los años.
Así, un día Margarita dijo que el sábado no podría acudir a la cita: un bien plantado guardia civil la había invitado al cine. Y desde aquel día, siguió saliendo con él hasta que al cabo de unos meses se casaron. Poco después se trasladaron a otra ciudad y con Margarita sólo se vieron unos días durante las vacaciones. Todas las tres restantes quedaron con una sombra de tristeza, pero sobre todo Azucena. Porque, al cabo de poco, Violeta, que había conseguido el diploma de enfermera, les comunicó que salía con un estudiante de medicina con quien también acabó casándose una vez terminada la carrera. Y se fueron a vivir a su ciudad del norte. Ya sólo quedaba Rosa, la más entrañable y simpática, pero muy aventurera. Con vocación de trotamundos, se hizo azafata. Y un buen día se fue también a volar: La Habana, Lima, Estocolmo, Nueva York y. hasta el mismísimo Japón. ¡ Es que no paraba !
Ya sólo la veía muy de tarde en tarde.
Azucena, sin amigas, sin conversaciones y risas, empezó a agostarse como planta sin agua. Cada día estaba más triste, más irritable, más deprimida y amargada. Seguía rezando pero casi por costumbre, y hasta comenzó a rebelarse con su suerte; con su sino, como dice la gente; yo diría que con Dios. Porque... ¿no dicen que es Padre amoroso? ¿Por qué entonces la trataba así? Ella había sido buena siempre y con todos; había sido piadosa y confiada. ¿Por qué no podía ser como las demás, tener un trabajo, un novio, un amor, llegar a ser madre como le pedía el corazón? ¿Qué mal había hecho para que así la castigara Dios? Sí que había leído en la Biblia que " Dios aflige al hijo que le es más querido" (Prov. 3, 12). Pero era eso precisamente lo que no comprendía. Y llegó hasta a rezar con resentimiento.
Un día estaba en profunda postración, fruncido el ceño, casi con desesperación.
De pronto, se abrió la puerta y apareció Rosa en la plenitud de su juvenil belleza y a su lado, un apuesto aviador.
-¡¡¡Rosa!!!, gritó sorprendida ante la aparición de su entrañable amiga.
-¡Jesús, que cara de vinagre tienes!, le dijo Rosa.
Mira: acabamos de llegar del Japón y lo primero que he hecho es venir a verte. Este tontorrón es Alberto, mi novio, pronto mi futuro esposo. Venimos a saludarte y a invitarte a la boda. Mira, al pasar por Roma, te compré la "Vida de Sta. Gema Galgani", esa que se hizo santa con muchos años en el lecho del dolor. Y del Japón te traemos, -para que lo estrenes el día de nuestra boda-, este precioso collar de perlas naturales. Ya sabes cómo se forman las perlas: la ostra siente sus carnes laceradas por un molesto grano de arena. Como no se lo puede quitar, segrega una sustancia nacarina con que lo envuelve y suaviza. Y ¡fíjate en qué acaba su tormento! ¡Mira qué perlas más grandes y hermosas!
Azucena recogió el mensaje: aquella reflexión de Rosa se le clavó en el alma.
Charlaron, rieron y se despidieron hasta el día de la boda.
Azucena ya era otra: lloró a solas largo rato, pero ya no de amargura, sino porque de repente había encontrado el sentido a su vida y recobrado la paz y la alegría. Si una ostra irracional, -se dijo- sabe transformar su dolor en algo tan bello y valioso, yo que tengo inteligencia y fe ¿seré más estúpida que ella?
Y desde aquel momento, rezó sus oraciones habituales con redoblado fervor y esperanza; se podría decir que con gratitud y decisión.
Viendo ya las cosas de otro color, de buenas a primeras se sorprendió cantando: sí, había comprendido el verdadero sentido de su vida en una silla de ruedas: ¡¡¡ fabricar perlas!!! Su vida, en adelante, tenía que ser una vida de perlas.
¿Minusválida? Nada de eso: ya no era minusválida sino de gran valor; discapacitada, sí, ¡pero muy válida como fabricante de perlas!