La compasión en el mundo actual
"La compasión en el mundo actual", ponencia de la dominica Geraldina Céspedes para el XLVIII Encuentro de Familia Dominicana, que en 2020 tiene lugar online.
Introducción
Hablar de la compasión en el mundo actual nos lleva, ante todo, a conectaros casi espontáneamente con la encrucijada en que nos encontramos como humanidad en estos tiempos de pandemia. Para hablar de la compasión hoy y en cualquier época, hay que partir de la realidad. Además, como Familia Dominicana nuestro punto de partida no es el discurso, el hablar, sino la contemplación de la realidad. De aquí que el primer momento de esta reflexión consiste en una invitación a preguntarnos en profundidad qué estamos viendo, qué estamos contemplando y cómo agudizar la mirada para aprender a ver. En un segundo momento nos preguntaremos qué significa hoy ser mujeres y hombres compasivos y, a partir de ahí, cómo andamos de compasión hoy. El tercer aspecto que plantearemos es el envío a practicar la compasión, teniendo como referente de práctica compasiva a Jesús, así como también invitándonos a descubrir personas y grupos que son también referentes de compasión en la coyuntura actual.
¿QUÉ ESTAMOS VIENDO?
Comenzamos evocando al profeta Jeremías. El capítulo 1 es el relato completo de su vocación, del cual solemos leer solo una parte (Jr 1, 4-10), olvidando lo que está antes (Jr 1, 1-3) y lo que viene después (Jr 1, 11-19). Lo que está antes es clave, pues es la descripción del contexto, sin el cual no se entienden los miedos y las excusas del profeta. Esta cuestión del contexto es fundamental para tratar el tema de la compasión en el mundo de hoy, pues antes de decir y hacer cualquier cosa, hay que partir de la realidad, es decir, ser conscientes de nuestras circunstancias, darnos cuenta de en qué lugar y en qué tiempo estamos. Esto parece obvio, pero en la práctica no lo es y mucho menos en nuestro quehacer teológico.
Lo que sigue después del acostumbrado relato de la vocación de Jeremías, tiene tres momentos: Ver, Interpretar y Actuar. Para hablar de la compasión en el mundo actual, vamos a detenernos en esta primera cuestión: ¿Qué estás viendo Jeremías?, una pregunta tan importante que Dios se la hace dos veces al profeta (Jr 1, 11.13) y es la pregunta primera que Dios nos dirige hoy. Y quizá nos parezca que es una pregunta que sobra, pues en estos tiempos del “estoy conectado, luego existo” y cuando estamos hiperinformados hasta el borde de la infoxicación, vemos y oímos demasiadas cosas. Pero invito a que nos hagamos la pregunta con más profundidad y seriedad: ¿De verdad estamos viendo? ¿Qué estamos viendo y hacia dónde estamos mirando en este contexto de pandemia?
Responder a la pregunta ¿Qué estás viendo? supone ir más allá de los análisis de la realidad. Implica también tocar cómo Dios está presente en esa realidad, qué brotes de esperanza están surgiendo en medio de los brotes de Coronavirus. Sin ser analistas profesionales, tenemos que ser capaces de analizar y ahondar en la realidad, que no es más que adoptar la mirada de los profetas, que es una mirada capaz de atravesar las apariencias. Los profetas son aquellas personas que armonizan el ser místicos y el ser analistas de la realidad.
Aprender a ver no es analizar grandes cosas, aunque cada hecho hay que situarlo en un macro-contexto, sino que es sobre todo mirar con hondura lo cotidiano, las cosas pequeñas del diario acontecer de la vida de nuestro pueblo, con sus rostros y nombres concretos. Hoy necesitamos mirar tanto con el microscopio como con el telescopio; mirar lo de cerca y lo de lejos, cultivar a la vez una mirada local y una mirada global, pues la compasión comienza cuando nos damos cuenta qué está sucediendo en casa, en el vecindario y qué está sucediendo fuera de casa, en la región, en el país y a nivel mundial.
Elementos importantes para aprender a ver:
- Situarse en el lugar adecuado: hay lugares que no nos dejan ver o sólo nos permiten ver una cara de la realidad. Jon Sobrino dice que desde la periferia se ve mejor que desde el centro. Desde el lugar del pobre, desde abajo, desde las periferias existenciales se ve mejor que desde arriba y desde el centro. ¿En qué lugar estoy yo? ¿Con qué actitud me sitúo ante los demás?
- Perder el miedo a ver y a vernos en nuestra verdadera realidad, en nuestra vulnerabilidad: el miedo hay que saberlo gestionar, pues nos puede llevar a cerrar los ojos o a dar un rodeo, a mirar para otro lado, a no dar la cara a los problemas propios y a los ajenos. Y cerrar los ojos es cerrarnos a la compasión.
- Ejercitarnos en ver en la oscuridad. Estos son tiempos de oscuridad que exigen desarrollar la capacidad que tienen ciertos animales que saben ver muy bien en la oscuridad (mapaches, búhos, gatos, murciélagos, etc.). A veces para ver con más claridad hay que cambiar la mirada o mirar las cosas desde otra perspectiva. Como decía Saint-Exupéry: “Para ver claro basta cambiar la dirección de la mirada”. Y en “El psicólogo de Nazaret” la protagonista en su segundo día de terapia escribe en su diario: “he llegado a la conclusión de que la vida de una persona puede transformarse si es capaz de cambiar su mirada.
- La hermenéutica de la sospecha, que no significa tener una postura negativa y desconfiada, sino una postura crítica y autocrítica, una mirada honda que nos lleva a preguntar y a desentrañar lo que está en el reverso de la historia, lo que no se ve a simple vista. Es no aceptar pasivamente lo que se nos dice y se nos enseña, especialmente a través de los medios de comunicación.
- Cultivar una mirada holística y no dualista a la que hemos sido tan propensos en la Iglesia. La mirada holista no es excluyente, sino incluyente, sabe contar con el todo y sabe captar la complejidad y cómo una situación se entreteje con otra. El Papa Francisco en Laudato Si’ insiste varias veces en que todo en el mundo y en la red de la vida está interconectado[1]. La mirada de Jesús es holística, pues Él ve la realidad en su hondura y su complejidad, conectaba los acontecimientos y percibe la fuerza de lo pequeño. Él mira el reverso de la historia, pone atención a lo no importante. Se fija en lo insignificante, no en lo grandioso (en Lc 21, 1-3 ve la monedita de la viuda y no los lujos del Templo o la ofrenda de los ricos); toma en cuenta a quienes no cuentan (niños, mujeres, leprosos, excluidos). Enseña a visibilizar a las y los invisibilizados por el sistema.
- Mirar con el corazón y mirar al corazón: Decía Karl Jung: “Tu visión será clara sólo cuando puedas observar tu propio corazón. Quien mira hacia afuera, sueña; quien mira hacia adentro, despierta". La mirada de Jesús es diferente porque Él ve con el corazón y ve el corazón de las personas. Él nos desafía a ver las cosas desde el corazón, desde lo profundo, porque, como dice El Principito: “Sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. Al mirar con el corazón descubrimos signos de esperanza, flores en el estiércol de este mundo. A veces nos preguntamos, ¿cómo vivir con esperanza en medio de un mundo roto y en medio de la vulnerabilidad y de una realidad herida? Son los ojos de la fe, el contemplar la realidad desde Dios lo que nos ayuda a encontrar motivos para la esperanza. Entonces descubrimos, como dice Benjamín que “los infiernos de este mundo son también santuarios donde Dios habita”.
- Aprender a unir las miradas, a mirar las cosas no solo desde mi punto de vista, sino tomando en cuenta el de otros y otras; mirar con otras y con otros. Como dice Saint-Exupéry: “Amarse no es mirarse el uno al otro, sino mirar juntos en la misma dirección”. Estos son tiempos de salir del individualismo y la autorreferencialidad para situarnos desde una visión comunitaria, no solo entre los humanos, sino con todas las criaturas que coexisten en esta Casa Común. Jesús nos enseña a mirar el bosque y el árbol, sabe prestar atención a lo que afecta a la multitud (Mt 5, 1; Mc 3, 5) y a personas concretas.
2. QUÉ SIGNIFICA SER MUJERES Y HOMBRES COMPASIVOS
Para nosotras como Dominicas y Dominicos, la compasión es el principio que ha de atravesar toda nuestra vida; es el hilo con el que tenemos que ir cosiendo todo lo que va apareciendo en nuestro caminar; son las lentes con las que tenemos que mirar todo lo que está sucediendo hoy en nuestro mundo. En esta coyuntura dramática en que se encuentra nuestra humanidad, la compasión ha de ser nuestro mapa de ruta para no perdernos ni desorientarnos en la vivencia de nuestra fe y para poder acertar en el cómo de nuestra vida comunitaria y de nuestro servicio a la misión.
La compasión no consiste en realizar algunas “obras de misericordia”, sino que para nosotras es mucho más, es una forma de estar en el mundo, es la manera de relacionarnos y de hacer las cosas. Si esto lo tenemos claro, entonces la compasión podría convertirse en lo más revolucionario que podemos practicar en medio de un mundo enfermo (no solo del COVID-19), en medio de la deshumanización, la violencia y la mentira que vivimos en nuestro mundo.
En la práctica de la compasión se verifica nuestra credibilidad como Iglesia, como Familia Dominicana. Como dice Pagola: “La Iglesia será creíble si actúa movida por la compasión hacia el ser humano, pues esto es precisamente lo que más se echa en falta en el mundo actual”[2]. En el año de la misericordia el Papa Francisco también nos recordaba esto: “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo”[3].
La compasión es el rasgo distintivo de nuestra fe que más urge colocar en el corazón de nuestro mundo para sanarlo y para humanizarlo. En la práctica de la compasión está en juego nuestra fe en Dios, en qué Dios creemos. Jesús nos transmite una imagen del Dios que Él ha experimentado: que Dios es bondad y compasión. Se puede decir que la compasión es el modo de ser de Dios al que también estamos invitados. La compasión es la identidad de Dios y debería ser también nuestra identidad, nuestro sello como Familia Dominicana.
Ser compasivos en el mundo de hoy supone:
- Reafirmar nuestra opción por los pobres, por los más vulnerables con gestos afectivos y efectivos concretos para remediar en algo su precariedad y el riesgo en que están en tiempos de coronavirus. En cierto modo, todos hemos topado con la vulnerabilidad y la indefensión, pero la carga se hace más pesada para los más vulnerables entre los vulnerables, aquellos sectores que ni siquiera pueden acogerse al “Quédate en casa” porque no tienen casa y que no saben a quién temerle más: si al coronavirus o al hambre. La situación en que se encuentra nuestro mundo nos reclama reafirmar la compasión, el ser misericordiosas, recuperando el sentido de la misericordia que al unir los términos “miser” (pobre) y “corda” (corazón) significa poner mi corazón en el pobre y poner al pobre en mi corazón. ¿Dónde estamos poniendo nuestro corazón en esta pandemia? La misericordia pasa siempre por el salir de sí y arrancar algo de mí para que sirva al crecimiento humano del otro y le ayude a aligerar su carga.
- Poner atención a las otras pandemias que estaban antes del COVID-19 y que han sido el marco que ha llevado a que se agudicen otros problemas. Hay que poner atención a los brotes y rebrotes de otras pandemias: el hambre, el racismo, la aporofobia, la corrupción, el extractivismo, la privatización de los servicios básicos, la violencia hacia las mujeres y los niños, etc. En Latinoamérica y el Caribe, la caída económica afecta, en primer lugar, a las mujeres, pues hay 126 millones de mujeres, que según la OIT, trabajan en el mercado informal y ahora quedan sin ingresos.Durante el confinamiento se ha recrudecido la violencia de género. Por poner algunos ejemplos, cuando Perú tenía solo ocho semanas de confinamiento, hubo 12 feminicidios y 226 violaciones, de las cuales 132 eran menores de edad; en México, solo en un mes hubo 163 feminicidios, 16 de los cuales fueron contra niñas menos de 14 años.
- Ser centinelas que vigilamos y defendemos los derechos humanos, buscando nuevas formas de resistencia ante la utilización de esta pandemia para frenar los procesos de democratización y lucha por la justicia. En muchos países se ha aprovechado la pandemia como un arma de doble filo para recrudecer la represión, el autoritarismo y el militarismo y se ha retrocedido en temas de derechos humanos y lucha contra la impunidad. En estos tiempos de pandemia ha seguido la persecución y criminalización de movimientos sociales y asesinato de defensores de derechos humanos de los movimientos sociales, indígenas y ecologistas (en Colombia, Brasil, Guatemala, Honduras). Tan solo en este tiempo de pandemia en Colombia han sido asesinados 14 líderes indígenas.
- Recuperar la ternura. En un mundo donde nos hemos endurecido y encerrado en nosotros mismos, hay que volver a la compasión como ternura. Una de las expresiones más bonitas del papa Francisco son sus palabras y sus gestos de ternura. Es importante que la Iglesia haya vuelto a hablar de la ternura. El papa nos invita a la revolución de la ternura: “no me canso de llamar a toda la Iglesia a la ‘Revolución de la Ternura’”. El paradigma de la ternura es el paradigma de la cercanía, del encuentro, del dejarse afectar y asombrar por las cosas. Y en EG 70 vuelve a hablarnos de la ternura: “A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura”.
- Compasión ecológica: Se acaban de cumplir cinco años de la Laudato Si’ y han seguido llamadas muy concretas a una conversión ecológica. No podemos hablar hoy de la compasión sin tocar la compasión con la tierra y la urgencia de encontrar un nuevo paradigma de relación entre los seres humanos y la naturaleza. La compasión ecológica nos exige entrar en un proceso de conversión que supone estos pasos:
- La ecoalfabetización: de ello dependerá la supervivencia de los humanos y de miles de especies; es decir, dependerá de nuestra capacidad de desaprender y reaprender una nueva forma de relación con la tierra, basada en el respeto, la ecojusticia y la compasión ecológica como una práctica a cuidar en todos los ámbitos de la vida. El COVID-19 ha venido a recordarnos que la vida en la tierra no va a ser viable si no damos un giro radical a nuestra relación con el resto de los habitantes de la Casa Común y si no reducimos nuestra huella ecológica.
- Vivir una espiritualidad de simbiosis con la naturaleza y de respeto por la interdependencia entre todas las formas de vida. Una espiritualidad y una ética de la interrelación y el parentesco con todas las cosas, de la compasión con todos los vivientes. Esto cura nuestra arrogancia, nos hace humildes, reconociendo que los humanos somos los últimos seres, los recién nacidos en el proceso de evolución de la vida. El ser humano no tejió el tejido de la vida, es simplemente uno de sus hilos, decía el jefe indio de Seattle.
- El compromiso profético, levantando nuestra voz ante la cultura del descarte y resistiéndonos a un sistema que coloca la eficacia económica por encima de la compasión hacia todas las creaturas. Son tiempos de colocar la vida en el centro, sobre todo la vida de los grupos que la tienen más amenazada por la precariedad en que viven como población sobrante, los descartados del sistema. Tantas personas que viven en las orillas de las ciudades, los olvidados de las áreas rurales que ni siquiera pueden enterarse de lo que está pasando en el mundo, los presos hacinados en las cárceles, los migrantes que son el símbolo de los descartados en esta sociedad globalizada. Nuestro compromiso profético ha de usar hoy día todos los medios para testimoniar una globalización de la compasión ante la globalización de la indiferencia.
- Asencillar la vida: Tanto los documentos de la Iglesia sobre cuidado de la Casa común (Laudato Si’, las conclusiones del Sínodo de la Amazonía, Querida Amazonía) como las manifestaciones de movimientos sociales y ecológicos apelan a un estilo de vida sencillo, a una gozosa sobriedad, al principio del suficiente. Necesitamos hacer una conversión seria de nuestros estilos de vida, de nuestros hábitos de consumo. En la vida cotidiana tenemos que reorganizar la vida de otra manera y replantearnos nuestro estilo de vida (de comer y beber, de ir al baño, de vestir, de viajar, de consumir y producir, etc.). Nuestra compasión con los pobres y con la tierra se pone a prueba en un sinnúmero de detalles de la vida cotidiana. Para contribuir a que otras personas y otras especies no desaparezcan necesitamos reducir nuestro consumo a todo nivel y hacer el esfuerzo por vivir una gozosa sobriedad, pues como decía Gandhi, “tenemos que aprender a vivir sencillamente para que otros puedan sencillamente vivir”. Pero también asencillar nuestra vida es una ganancia, pues nos vamos haciendo cada vez más libres. Pepe Mujica y Lucía Topolanski de Uruguay lo atestiguan y lo proclaman: “Esta es la verdadera libertad: la austeridad, el consumir poco para dedicar tiempo a lo que verdaderamente disfruto… No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje, vivo con lo justo para que las cosas no me roben la libertad”.
3. ENVIADOS/AS A PRACTICAR LA COMPASIÓN: “Vete y haz tú lo mismo”.
Aprender a ver, a contemplar, a analizar e interpretar los signos de los tiempos y los signos de los lugares es algo muy importante, pero no basta. En Lc 10, 25-37 se nos dice que tanto el sacerdote como el levita y el samaritano vieron al herido al borde del camino. Pero lo que hace la diferencia es lo que se movió en el corazón: la compasión y cómo ésta activó sus manos y sus pies para ayudarle y salvarle la vida.
Ese texto, así como otros textos bíblicos, nos permite descubrir algo muy importante: para practicar la compasión hay que desprogramarse, o sea, hay que salir de sí y de nuestra autorreferencialidad (como nos dice EG No. 8). Hay que descentrarse para colocar en el centro al pobre, al herido, a quienes estén en mayor situación de vulnerabilidad. El sacerdote y el levita se aferraron a su programa y no pudieron socorrer al herido al borde del camino; eran autorreferenciales y para ellos lo central no era el prójimo, sino su religiosidad. Sus preocupaciones eran cumplir la Ley, ir al Templo. ¿Cuáles son nuestras preocupaciones en esta coyuntura que vivimos? ¿Concuerdan nuestras preocupaciones con las preocupaciones de Jesús?
En los evangelios queda muy claro que las grandes preocupaciones de Jesús no van en la línea del cumplimiento de preceptos religiosos, sino que van en la línea de aquello que más puede desarmonizarnos a las personas: que nos falte la comida, la salud y las buenas relaciones humanas (o como diría el Papa Francisco hoy: que nos falten las tres T: tierra, techo y trabajo). José María Castillo señala que los hechos y las palabras de Jesús que aparecen frecuentemente en los relatos evangélicos siempre están relacionados con lo que podríamos llamar sus tres grandes preocupaciones: 1) la salud; 2) la alimentación; 3) las relaciones humanas. Pero lo que más llama la atención y escandaliza no es que Jesús se interese por la comida, la salud y las relaciones humanas, sino que Él antepone la solución de estas tres cosas a las normas y exigencias de la religión[4].
En las circunstancias que vivimos, nuestra compasión con el prójimo es puesta a prueba, pues supone arriesgar la salud y la vida; implica saber gestionar sabiamente el cuidarnos y cuidar del otro y la otra; necesitamos desplegar nuestra creatividad para poder acompañar, ayudar, cuidar de los demás sin crear más problemas sanitarios. No podemos encerrarnos en nosotros mismos, en nuestras comunidades y familias, pues si ciertamente tenemos que guardar la sana distancia y vivir en confinamiento, el corazón no puede estar confinado ni distante del drama del prójimo. Pero se requiere una alta dosis de creatividad para buscar el modo de mostrar cercanía, solidaridad y entrega al prójimo en estas circunstancias que vivimos.
En tiempos de pandemia hay muchos ejemplos inspiradores y esperanzadores de personas y comunidades que desde el silencio y el anonimato están jugándose la vida ayudando de distintas formas a los más pobres, a los descartados. En medio del dolor y la tragedia, todos los días hay alguna buena noticia, pero hay que buscarla porque suele estar escondida. Y hay que transmitirla, amplificarla, pues si el COVID-19 es muy contagioso, también los gestos de bondad, solidaridad, ternura y compasión son sumamente contagiosos y nos devuelven la esperanza de que es posible cambiar las cosas. Terminemos con unas palabras de Eduardo Galeano que nos animan a creer en ello: “Mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo”.
Geraldina Céspedes, O.P.
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