Cuento: La Flauta Mágica
"La flauta mágica" es una ópera de Mozart que narra la misión del príncipe Tamino para rescatar a Pamina, abordando temas de sabiduría, amor y el triunfo del bien.
Cuento infantil: "La Flauta Mágica"
Érase una vez.
Así empiezan todas las bonitas historias antiguas. Y ¿por qué será que ya se cuentan pocas?
Haciendo memoria de oídas o leídas, ahí va una para mis amigos los peques, a quienes sus papás se la leerán y explicarán las palabras que no entiendan.
Pues érase una vez un campesino buen hombre, algo blando de carácter y escaso de bienes, que tenía dos hijos. El mayor, más bien presumido y envidioso; el segundo, medio tonto de apariencia, sencillamente humilde y limpio, y con una sombra de pena en el alma, porque su hermano mayor le echaba en cara con frecuencia que, por haber nacido él había muerto la madre en el parto.
Rodrigo, que así dicen se llamaba el mayor, gustaba llevar al mercado los frutos de su huerta; allí presumía de su buena figura y hasta sisaba al padre del producto de las ventas para fanfarronear ante los amigos en los días de fiesta. Por ello, siempre eran escasos los dineros que entraban en casa.
Envidioso del afecto que el padre volcaba en el menor, más desvalido, se ensañaba con él y le zahería con mil vejaciones, insistiendo al padre, hasta convencerle, que le pusiera a servir de zagal en el cortijo vecino. Y al fin, como zagal acabó el buen Juanillo que así se llamaba el menor.
Juanillo, pastoreando el rebaño, quedaba muchas veces mirando al cielo donde le habían dicho que estaría su madre y, sin saber cómo, hablaba con ella contándole sus penas e ilusiones.
Así estaba embobado un día, cuando apareció por un sendero de monte una respetable señora que al acercarse le saludó: "Hola zagalillo... pareces pensativo. ¿en qué pensabas?
Pues mire, señora, me llaman Juanillo y pensaba en mi madre que murió al nacer yo; porque aunque no la conocí, me acuerdo mucho de ella. Y a Juanillo se le empañaron los ojos a punto de lágrimas.
La señora le acarició con ternura y dijo:"No estés triste; ella te quiere, te mira y te protege desde el cielo. ¿Qué te gustaría tener para distraerte?
Pues mire, señora, una flauta o caramillo para poderla tocar durante el día, pues me gusta mucho la música.
"Hombre, qué casualidad, dijo la desconocida: precisamente traigo aquí una que había comprado para mi hijo; te la regalo".
Y el zagalillo, llevado de un misterioso impulso se le echó al cuello y se permitió darle un beso lleno de gratitud y amor.
La señora correspondió con otro no menos cariñoso y siguió camino.
Juanillo que parecía tonto aunque no lo era, tenía excelente oído y buen instinto musical y tras unos momentos de ensayo, consiguió sacar de su flauta melodías folklóricas de la tierra y hasta algunas canciones religiosas que cantaban en la iglesia de su pueblo: unas a Cristo y otras a su Madre María.
De pronto, quedó pasmado al darse cuenta de que, cuando tocaba la flauta, las ovejas bailaban al ritmo que él tocaba; más tocaba, más bailaban sin aparente cansancio. Sólo cuando el descansaba, las ovejas se tumbaban a descansar.
Fue tal su alegría y afición, que los días siguientes pasaba el tiempo tocando y las ovejas bailando, y a ojos vistas, las ovejas engordando. Hasta que un buen día le sorprendió el mayoral y su esposa, advertidos por otro zagal envidioso que había visto la escena.
Juanillo, que había cesado de tocar al verles llegar, hubo de reemprender sus músicas a instancias del mayoral que no daba crédito a sus ojos... y vio de nuevo bailar al rebaño y . ¡más aún! se encontraron bailando él mismo y su mujer sin poderlo remediar.
Cuando al fin cesó la música, las ovejas se echaron a descansar y el matrimonio echó a correr, pues según ella, aquel zagal o era brujo o tenía el demonio en el cuerpo.
Conclusión, el zagal fue despedido y regresó triste a casa dando pretexto a su hermano para nuevas vejaciones. "porque es tonto e inútil hasta para cuidar ovejas", decía.
Rodrigo, al día siguiente, llenó de fruta y verdura una carreta y salió para el mercado del poblado próximo, pensando en ganancias y, más aún en agudezas para ganarse la admiración de las compradoras. Cercano al pueblo se cruzó en el camino con una respetable señora de edad que le saludó:"Hola joven.veo que vas al mercado.. ¿qué venderás hoy?
Como propio de presumidos es ser impertinentes, contestó con desfachatez: ¡ "Ratas"!
A lo que la señora respondió:"¡Pues ratas venderás"!
Y así fue: apenas abrió el primer saco, ratas y más ratas comenzaron a salir hasta llenar las calles y sembrar el espanto en la plaza del mercado, por lo que algunos mercaderes le dieron una paliza de no te menees.
Volvió a casa sin mercancía, sin dinero y con los huesos molidos. Y furioso, furia que descargó en su hermano el"inútil, que comía la sopa boba".
El padre sufría y buscaba soluciones que no hallaba, sobre todo, pensando en el Juanillo al que no sabía qué destino dar para aquietar a Rodrigo.
El Juanillo en cambio, con la osadía que da la inocencia, se ofreció al día siguiente para ir al mercado con más frutas y verduras, a lo que el padre accedió a pesar de las protestas y menosprecios de Rodrigo.
Y dicho y hecho, con unos talegos de verduras y un cesto de uvas, hacia el mercado salió llevando su amiga la flauta a la que fue arrancando sones por el camino.
Ya cerca del poblado, se cruzó con la señora conocida a la que saludó gentilmente.
"¡Hola, Juanillo, - le dijo ella - veo que vas al mercado... ¿qué venderás?
Pues mire, señora: verduras y uvas, -dijo el Juanillo; uvas muy buenas... ¿No quiere unos racimos?
Y dicho y hecho, le ofreció unos magníficos racimos que la señora aceptó y agradeció: "Muchas uvas venderás, hijo", le dijo. Y siguió cada uno su camino.
Y así fue: el Juanillo vendió todas las verduras y las uvas.¡uy, qué misterio!
Cuantas más uvas vendía, más lleno estaba el cesto. Y eran tan hermosas que se las quitaban de las manos, y cuando al fin cayó la tarde y por fin las uvas se acabaron, el Juanillo estaba rendido de tanto vender y regresó a casa con un talego lleno de dinero. A pesar del cansancio, hizo sonar a la flauta con todas sus fuerzas y la flauta echaba sones con una precisión y belleza que dejaba embobados a cuantos se cruzaban en el camino.
La sorpresa del padre fue mayúscula y la rabia y humillación del hermano, mayor aún. Pero las reflexiones que le hizo el padre ablandaron su prepotencia y acabó después de unos días con el ceño fruncido, reconociendo su cerril actitud y pidiendo perdón a padre y hermano.
En lo que la historia no está de acuerdo es en afirmar quién era la misteriosa señora: según unos, era su madre que los miraba y protegía desde el cielo hasta conseguir su reconciliación y prosperidad. Según otros, era la Virgen María. ¿Vosotros peques, quién creéis que era?