La vida común
Carta del Maestro de la Orden fr. Damian Byrne sobre la vida comunitaria, publicada en enero de 1989
Queridos hermanos:
A través de mis visitas a la Orden por todo el mundo, he llegado a la evidencia de que nuestra necesidad mayor en este tiempo es intensificar nuestra comprensión y práctica de los elementos esenciales de nuestra vida de comunidad.
Nuestra vida de comunidad, -lo mismo que el estudio-, no es un fin en sí misma. La Constitución fundamental, II nos recuerda que la Orden "fue instituida específicamente desde el principio para la predicación y la salvación de las almas". Nos recuerda asimismo que abrazamos la vida de los apóstoles como medio para conseguir la salvación de las almas, insistiendo en que nuestra predicación y enseñanza deben brotar "de la abundancia de la contemplación" (LCO 1 IV).
Deseo señalar dos razones de la situación presente de nuestra vida comunitaria:
l. Después de las orientaciones del Concilio y de los últimos Capítulos generales de la Orden se han cuestionado algunas de las estructuras de la Iglesia y de la Orden. Esto ha traído consigo un examen de las estructuras de nuestra vida comunitaria.
Como consecuencia, algunas de ellas han sido abolidas o ignoradas, porque ya no conservan -se dice- ningún sentido para nosotros. Sin embargo, a veces hemos olvidado los valores subyacentes del Evangelio y de la vida regular que aquellas estructuras encerraban y promovían en el pasado. No se trata de volver ahora a las viejas estructuras, sino de reafirmar claramente los valores esenciales de nuestra vida como se encontraban en nuestras constituciones y tradiciones, y en las enseñanzas de la Iglesia.
Será necesario también a nivel personal, comunitario, provincial y de la Orden entera llegar a las estructuras necesarias que nos permitan mantener y ser consecuentes con esos valores de la vida de comunidad.
2. Un segundo factor que milita contra la vida comunitaria es la gran necesidad de la Iglesia en el campo de la pastoral y las muchas peticiones que se nos hacen para atenderlas, ya sea como individuos, ya como comunidades.
Nosotros no podemos resolver todos los problemas pastorales de la Iglesia y, si tratáramos de hacerlo, sería con grave deterioro de nuestra pertenencia a la comunidad. Nuestro mejor servicio a la Iglesia en cuanto religiosos es precisamente el de continuar siendo fieles a nuestro carisma de predicación, que deriva de la vida comunitaria. Aunque no somos monjes y nuestros últimos Capítulos generales han insistido en las observancias regulares más que en las observancias monásticas, sigue siendo verdad lo que el P. Congar dice: "Existe una marcada huella del espíritu monástico en la vocación dominicana" (Appelés la liberté), p.3). Nosotros ignoramos esta huella, en nuestro propio perjuicio. Somos peregrinos de la fe. Ninguno de nosotros ha llegado al final de su peregrinación. Todos podemos ayudarnos en el viaje que estamos realizando juntos. Por ello, en comunión con el Consejo generalicio, os propongo seis aspectos de la vida comunitaria dominicana para su reflexión y realización.