Cuento: La Zorra Cata-baixa
El cuento "La zorra y las uvas" narra la historia de una zorra hambrienta que, al ver un racimo de uvas jugosas colgando de una parra alta, intenta alcanzarlas saltando repetidamente sin éxito. Tras varios intentos fallidos, decide alejarse diciendo que las uvas probablemente están verdes y no maduras. Este relato ilustra cómo, ante la imposibilidad de obtener algo deseado, es común menospreciarlo para justificar la propia incapacidad, dando origen a la expresión "las uvas están verdes".
Cuento infantil: La Zorra Cata-baixa
Sí. cuenta la historia que unos saltimbanquis yendo de camino de pueblo en pueblo, avistaron en un monte un pequeño raposillo extraviado; lo recogieron, alimentaron y crecido, le enseñaron algunas gracias que incluyeron en los programas del "circo", como ellos llamaban pomposamente a unos números de un viejo oso bailador y un mono bien amaestrado; todo ello, les granjeaba grandes éxitos en las plazas pueblerinas. Pero un buen día, el dueño cerró mal la puerta de la jaula y la zorra a quien llamaban Cata-baixa, escapó al monte apenas anochecido. Y por él vagó varios días, con creciente dolor de estómago. ¡por el hambre que sentía!
Hasta que vio un granjero faenando en sus tierras y corrió veloz a la granja que se divisaba en lontananza, esperando resarcir su hambre allí.
Cata-baixa, se asomó por encima de las tapias y a punto estuvo de darle un infarto de alegría: abajo en el corral, algunos patos se contoneaban torpemente; más allá, unos pavos vulgares ululaban sus estridencias y algunos gansos lerdos carraqueaban sus graznidos. Pero, sobre todo, un numeroso grupo gallineril aturdía los sentidos con sus cacareos; más agudos, cuanto menos ponedoras,(¡que también en eso se parecen a muchos humanos!)
Cata-baixa se estremeció de gusto del hocico al rabo.
Y dando un brinco se situó sobre la tapia y como buena zorra, es decir, astuta, disimulando a la perfección sus aviesas intenciones, improvisó a velocidad de rayo un discurso demagógico: "Señoras gallinas, señores pavos, patos y gansos (comenzó su arenga mitinesca con fementida cortesía): ¿A qué extremos de humillación se han rebajado sus señorías dejándose encarcelar tras estos tapiales y subordinándose a un granjero explotador? ¿A qué ínfimo estado de degradación les ha llevado su amo que a tal punto las manipula hasta hacerles olvidar la belleza y dignidad de la libertad? ¿Cómo es posible que seres tan nobles y dignos de respeto acepten renunciar a su respectiva identidad de seres libres y diferenciados; a su derecho de corretear libremente por el monte y hacer cada uno lo que le venga en gana, que para eso nacieron libres? ¿Cómo pueden sus señorías soportar la explotación de semejante tirano? Reaccionen, despierten de su letargo, aprendan libertad. ¡Revolución, liberación!
La plebe gallineril y asociados, quedaron mudos de admiración ante tanta sabiduría y tan prometedora liberación.
Tras breve y estratégica pausa para darles tiempo a asimilar tan atractivas verdades, ahuecando su voz y con timbre de líder redentor de explotados, jugó su última baza maestra: ¡Basta ya! ¡El pueblo unido, jamás será vencido! Todos unidos a pico alzado, gritemos: ¡¡¡Libertad!!! ¡Abajo los muros de la vergüenza! ¡somos libres! ¡Arranquemos nuestra libertad de las manos del tirano! ¡Todos al monte!
La turba alada quedó electrizada por aquel grito redentor inconscientemente esperado. Y... ¡zás! como una tromba, se abalanzaron entrechocando para saltar las tapias en busca de la libertad. Algunos lo consiguieron a la primera, otros, tras denodados esfuerzos. Y con su líder al frente se encaminaron al cercano monte por intrincados vericuetos. Un pollete, creyéndose muy macho, todo eufórico quiso lanzar un kokorikó, aunque le salió kikirikí, los patos, abriendo las paletas de sus picos, eructaban sus estridentes karra karra; los gansos, que aún no habían entendido gran cosa del discurso, por mimetismo soltaban sus kuá-kuá. Y las gallinas, ¡uy las gallinas!, qué concierto tan desconcertado de cacareos. ¡Bien lo merecía celebrar la libertad!
Cata-baixa sí sabía lo que hacía, aunque disimulaba bien sus pérfidas intenciones con sardónicas sonrisas y alegres sacudidas de rabo. Y sin dificultad, adentró en la espesura del bosque a aquella inconsciente manada: porque ya dice la santa Escritura que el número de los necios es infinito.
A Cata-baixa, ya le ardía el estómago por la abundante segregación de ácidos a la espera de tajadas. Y así, al caer el sol, y en una calva del monte que encontraron, les lanzó la última arenga: "Señoras y señores: consideren la belleza de la libertad. Pero para que esta sea total, hemos de ser todos iguales a fin de que nadie pretenda ser señor de nadie. En nombre de la igualdad les propongo: arranquémonos nuestras ( ya se metió ella en el grupo para mejor convencer!), arranquémonos, -dijo,- las diferencias que nos separan; quitémonos nuestros personales plumajes e igualémonos vistiendo todos la desnudez de nuestras carnes. ¡Plumas fuera! Y simulando mordiscos para arrancarse las plumas que no tenía, por mimetismo y adoctrinamiento, en un abrir y cerrar de ojos, todos los alados se auto desplumaron a picotazos.
No habían terminado apenas, cuando sintieron un extraño escalofrío. Y no tanto porque refrescara la tarde puesto ya el sol, cuanto porque sintieron sobre sus carnes los rayos heladores de la muerte que despedían los ojos de Cata- baixa.
Y dicho y hecho: lanzándose sobre el pollete más tierno, vieron horrorizadas las fauces de Cata-baixa chorreando sangre. La desbandada y el griterío,- cada uno a su modo,- fue fulminante y estremecedor. Desconcertados, no acertaban a encontrar el sendero de regreso. Y a sus estridentes graznidos y cacareos acudieron otras alimañas que completaron la carnicería.
Solamente una desgraciada gallina supo esconderse en el hueco de una roca tras unas matas. Aterida de frío y terror dicen que aún pudo pensar: "¡Ay, desgraciada de mi que perdí vida y paz por dejarme arrastrar con ensoñaciones de libertad de zorra, siendo como soy gallina!" Y muerta de miedo y de frío la sorprendió la amanecida.
Dicen que hay también muchos hombres, -jóvenes en su mayoría-, que histerizados por soflamas de imaginarias libertades, son llevados al monte de las mafias de todo pelaje, de drogas, terrorismo, sectas y otras perniciosas "libertades", de las que se aprovechan astutas "Cata-baixas".
Fr. José Polvorosa, O.P.