Laudare, Predicare, Benedicere
Carta del Maestro de la Orden fr. Bruno Cadoré sobre la celebración litúrgica
Mis queridos hermanos y hermanas,
« ¿A donde vais, Don Enrique? ». - «Voy a la casa de Betania », contesto. (Libellus 75).
«En el momento oportuno, nos pusimos en media de ellos, y despojándonos rápidamente del hombre viejo, allí mismo nos vestimos del nuevo, para que tuviera realidad en nosotros lo que ellos estaban cantando ». Era el Miércoles de Ceniza y fray Enrique, fray León y fray Jordán entraban a la Orden, a la « casa de la obediencia ». De esta manera, unían su vocación de frailes predicadores al caminar hacia la Pascua y la arraigaban en la celebración común de la liturgia.
Ahora que comenzamos el "tiempo ordinario" tras haber celebrado Pascua y Pentecostés y a la luz de este episodio de la vida de nuestros primeros hermanos, les dirijo esta carta sobre nuestra celebración común de la liturgia (ACG Roma 2010, n°79). No me centrare en la necesidad de celebrar juntos la Liturgia de las Horas o en recordarles lo que prometimos: cada uno de nosotros conoce las Constituciones de la Orden y las cartas de promulgación de los diferentes libros litúrgicos del Proprium OP, más aun, cada uno ha experimentado lo que puede significar en su vida personal la falta de fidelidad a esta celebración. Al construir nuestra vida regular, personal y comunitaria, sobre la celebración común, decidimos no someter la construcción paciente de la unidad de nuestra comunidad a la arbitrariedad del subjetivismo de cada uno. Tampoco quiero centrarme en las formas de la celebración: como itinerante en la Orden desde hace un año y media, he podido constatar cuan diversas pueden ser las formas y, al mismo tiempo, cuanto puede favorecer la unidad de una comunidad y de una Provincia la atención que se le brinde a la celebración litúrgica. Necesitamos celebraciones litúrgicas bien preparadas, porque todos convenimos en que alegra participar en celebraciones de calidad, aunque sean sencillas. En cambia, salimos cansados, irritados, y hasta desanimados cuando las celebraciones son pesadas, sea por un exceso de formalismo o por un exceso de informalidad. Cuando esto último ocurre, nuestra celebración puede terminar perdiendo su centro, podemos olvidarnos de Cristo y terminar centrándonos en nosotros mismos.
Quisiera recordar dos elementos que son tan evidentes como radicales: El primero es que la celebración común de la liturgia va señalando el camino de lo que queremos que sea nuestra vida, dedicada a la predicación: un camino de conversión, de las Cenizas a la luz de la Resurrección, un paso del hombre viejo al hombre nacido de nuevo por la gracia del soplo de vida del Resucitado. El segundo elemento hace eco de la expresión recogida por el Beato Jordán: la celebración común es el lugar en donde podemos acceder a la fuente de la obediencia, de la obediencia al misterio de la Palabra que viene a familiarizarse con el hombre para que el hombre aprenda a familiarizarse con Dios. Celebramos juntos esa misma Palabra a la cual pedimos la gracia de consagramos ("Conságralos en tu Verdad. Tu Palabra es la verdad"). De esta manera, la celebración aparece claramente como la fuente de nuestra obediencia a la Hamada a la "predicación", a la "evangelización de la Palabra de Dios" y, por eso mismo, como la fuente de nuestra unidad.
"Casa de la obediencia", la celebración litúrgica invita a dejarnos cautivar, siempre de nuevo, por esta llamada a la unidad, considerada desde tres puntos de vista.