Cuento: Llorando por la cabra
"Llorando por la cabra" muestra cómo las personas a veces permanecen tristes incluso tras resolver su problema, reflejando hábitos emocionales negativos.
Cuento: "Llorando por la cabra"
Todo el mundo dice que los niños son buenos, y es verdad.
Pero... ¡a veces se hacen pícaramente los sordos!
Lo sé por experiencia, porque yo también fui niño y cuando mi santa madre me reprendía con mucha razón, salía yo por peteneras... "¡Mire que hormiga más grande!", decía yo, como queriendo quitar importancia a sus argumentos y reprensiones.
Claro que eso no está bien: obrando así, a padres o maestros les hacemos perder el tiempo, les descorazonamos y hacemos sufrir y perdemos la ocasión de aprender a ser mejores.
Nos parecemos a un judezno (niño judío) llamado Siflut, que según creo significa "Picardía".
Era allá en la antigüedad, exactamente en la Edad Media. La comunidad judía de Jerusalén, reducida y muy pobre, comisionó a un "jajam" (un sabio) de entre sus miembros, para que fuera a las juderías de Europa y expusiera a sus correligionarios la triste situación en que se hallaban en la ciudad santa.
Su función consistiría en recolectar dineros de los mayores. Y en hablar a los "talmidim" (alumnos) de las "yeshivas" (escuelas religiosas judías) de los lugares santos de Jerusalén donde el pueblo judío tenía sus raíces espirituales.
En todas las aljamas (juderías), el "jajam" era muy bien acogido, con respeto y generosidad según las posibilidades económicas de la comunidad. Donde mejor y más ayuda recibió, fue en la "Yerus de Sefarad" (la Jerusalén de España), como llamaban a Toledo.
Allí, el "jajam", reunió a todos los judeznos en la "yeshiva" mayor y les habló de la belleza de Jerusalén, del Templo maravilloso que ya no existía, de los padecimientos de aquellos pocos judíos que allí vivían, de la historia sagrada de Israel, de los "Aseret ha Dibberot" como ellos llaman al Decálogo que Moisés recibió de Dios, y entre los cuales había uno muy importante. "Honra a tu padre y a tu madre"... que implicaba también honrar a los mayores, etc. etc. Todo, de suyo, muy bonito y muy respetable.
Pero... sea porque el "jajam" habló mucho tiempo, o sea porque su voz era débil, quejumbrosa y monótona, el hecho es que todos los judeznos se durmieron.
Como era "jajam" es decir, sabio y bueno, cuando se dio cuenta de que todos dormían, no se enfadó, sino que paró de hablar. Pero sí vio que un judezno lloraba desconsolado, por lo que le preguntó cuál era la causa: "Talmid tov" (niño bueno), ¿por qué lloras con tanto desconsuelo? De todo lo que he dicho, ¿qué es lo que te ha impresionado?"
El niño respondió con sinceridad: "¿Cómo no he de llorar, venerable anciano? No por lo que ha dicho, que no lo he escuchado; sino porque yo tenía una cabra a la que quería como a un amigo y se me murió el otro día. Y al verle a Ud. con su barba, me acordé de mi cabra. Y oyendo su vocecilla, me parecía oír los balidos con que ella me llamaba".
¿Os imagináis cuán grande sería la decepción del "jajam"? Todos se habían dormido y sólo uno lloraba... no por Jerusalén, ni por la penuria y sufrimientos de los judíos que allí moraban; ni siquiera porque Dios hubiera dado a Moisés el Decálogo: ¡lloraba por la muerte de la cabra!
Así decepcionamos a nuestros padres y maestros cuando, en vez de escuchar sus consejos y amonestaciones, nos distraemos con una hormiga que sale del hormiguero o con un pájaro que pasa volando, cosas por demás vistas mil veces.
Con razón suele decirse que "no hay peor sordo que el que no quiere oír".