Proponer a Cristo al mundo, programa de evangelización
Carta a todos los diocesanos en el VIII Centenario de la muerte de Santo Domingo de Guzmán
El Obispo diocesano quiere estimular las vocaciones sacerdotales y las vocaciones de vida consagrada en estos momentos en que la Iglesia necesita proponer al mundo a Cristo como programa de evangelización.
Los frailes dominicos han cruzado una aventura de ocho siglos de duración que ha fascinado a los jóvenes de muchas generaciones. Santo Domingo se enfrentó a la expansión en Europa de la herejía de los cátaros, apoyando la predicación de Cristo en la vida por entero consagrada a Dios, siguiendo el camino de los consejos evangélicos. Lo que hizo sirviéndose del lema programático dominicano: “verbo et exemplo”, con la predicación y el ejemplo, porque la predicación ha de autenticarse con el ejemplo de vida en Cristo.
«PROPONER A CRISTO AL MUNDO, PROGRAMA DE EVANGELIZACIÓN»
Carta a todos los diocesanos en el VIII Centenario de la muerte de Santo Domingo de Guzmán
Queridos diocesanos, queridos religiosos de la Orden de Predicadores y queridos jóvenes a los que Jesús sigue llamando a dedicarle por entero la vida:
Aunque dirijo estas reflexiones a todos los diocesanos, me dirijo con especial afecto a los religiosos de la comunidad de la Orden de Predicadores, porque esta carta la he escrito al hilo de la memoria del fundador de los dominicos, hombres y mujeres que han seguido a Cristo atraídos por el carisma de vida consagrada de la Orden dominicana. Me dirijo también a los jóvenes, cuyo compromiso de amor por Jesús convertido en seguimiento estrecho de discipulado y configuración con él quisieren estimular estas reflexiones que siguen, cuando se han cumplido ochocientos años de la muerte en Bolonia de santo Domingo de Guzmán el pasado día 6 de agosto, fiesta de la Transfiguración del Señor. Este VIII Centenario de la muerte de santo fundador de la Orden de Predicadores llega después de haberse celebrado el 22 de diciembre de 2016 los ochocientos años de su confirmación por el papa Honorio III. Nos ayudará a explanar etas reflexiones la figura de este Pontífice, que se contempla, en humilde representación postrado a los pies del inmenso Cristo Maestro, en el mosaico del ábside de la basílica papal de San Pablo Extramuros de Roma.
La circunstancia histórica y los comienzos de Santo Domingo de Guzmán como evangelizador de Europa
Quiero evocar esta adoración de Cristo por Honorio III, a la que acabo de aludir, porque los comienzos de santo Domingo de Guzmán (Caleruega h. 1170 – Bolonia, 6 agosto 1221) cuajaron en la confirmación de la Orden de Predicadores por el Papa, que tan eficaz fue en la ordenación de la Curia romana siendo cardenal Cencio Savelli, que como camarlengo con el papa Celestino III preparó de hecho la administración universal de la Iglesia[1] que alcanzó su consolidación con Inocencio III. La representación de Honorio III a los pies de Cristo motiva estas reflexiones al hilo de la historia de la génesis de la Orden de los frailes predicadores que fundó el santo capitular de Osma.
Domingo, en unión con el que fuera su propio obispo Diego de Acebes, prior del capítulo canonical de Osma, iniciaron, en efecto, un camino de radical seguimiento de Cristo que había de resultar de la experiencia vivida por ambos en el viaje que realizaron a Dinamarca para dar cumplimiento a la encomienda que el rey Alfonso VIII de Castilla les hacía, con la intención de convenir el matrimonio de su hijo Fernando con una joven de la nobleza danesa. Los enviados atravesaron Francia acosada por la herejía de los cátaros, que habían comenzado una revolución doctrinal y de vida eclesial que acabó apartando a los herejes de la tradición de la fe apostólica. Cumplida la misión, comunicaron al rey la conformidad para el matrimonio. Un segundo viaje tuvo un desenlace menos feliz, ya que la joven había fallecido y de regreso a Osma, el obispo de Osma y Domingo, subprior de su capítulo canonical, enviaron algunos miembros del grupo de la encomienda a dar la noticia al rey, mientras ellos decidieron acudir a Roma con los restantes a suplicar de Inocencio III que les permitiera dejar la sede episcopal hispana, para entregarse por entero a combatir la herejía con el ejemplo de una vida evangélica y la predicación recta de la fe apostólica. Se configuraba así el primer grupo evangelizador, cuya orientación de vida apostólica tenía como finalidad la «predicación de Jesucristo», sin olvidar el ejercicio de la caridad y la vida en castidad y pobreza que había de acompañar la predicación[2].
Cristo como centro y objetivo para una renovación de la Iglesia alternativa al movimiento cátaro sería la empresa para la que solicitaban la aprobación de Inocencio III, que fallecía en poco tiempo después. El Pontífice Romano que tanto hizo por con solidar la Sede Apostólica en tiempo tan difíciles dio la licencia y amparo al que podemos considerar grupo apostólico precursor entregado a la “nueva evangelización” de los territorios del Languedoc perturbados por la herejía, al frente de los que pronto quedaba Domingo por el fallecimiento en 1207del obispo don Diego de regreso a Burgo de Osma, sede de su Obispado. Éste había aconsejado al grupo apostólico: “Despuntad clavo con clavo; poned en fuga la santidad fingida con una verdadera virtud”. En el consejo del obispo de Osma se convertiría en el lema verbo et exemplo de la de los frailes dominicos, y en él resuenan aquellas palabras de Jesús: «Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos» (Mt 7,16-17). Desecho el grupo, tras la muerte del santo obispo emprendería Domingo casi en solitario, en tanto fue allegando los compañeros que emprendieran con él el camino fundacional que acabó en la confirmación ya por Honorio III de la Orden de Predicadores, primero con la bula de 22 de diciembre de 2016 y después con la de 21 de enero de 2917[3].
El desafío y la tarea de una nueva evangelización
Hoy como entonces, la Iglesia se halla dividida y una creciente desorientación hace presa en amplios sectores de pastores y fieles amenazando la comunión eclesial, como advierte el papa Francisco, alertando contra las herejías que son viejas y también nuevas, porque vuelven en nuestros días con vestiduras que disimulan su antigüedad en la historia de la Iglesia. Francisco denuncia el nuevo gnosticismo, que califica de “una de las peores ideologías”, que por su propia naturaleza pretende domesticar el misterio de Dios y de su gracia, y el misterio de la vida de los demás[4]. El gnosticismo, que todo lo fía en un conocimiento desencarnado, vuelve la espalda a la realidad para imaginar una realidad alternativa, pero en sí misma irreal y sin condiciones de posibilidad, es un ensueño de la razón autónoma del hombre autosuficiente y alejado de Dios y de Cristo.
Contra esta desviación de la fe cristiana, el papa recuerda a todos los cristianos que los seres humanos muy pobremente acedemos a la verdad que recibimos del Señor y que aún nos cuesta más expresarla con fidelidad. En consecuencia, nadie está autorizado a «ejercer una supervisión estricta de los demás»[5], cosa que por desgracia sucede en las diversas mentalidades que conviven en la Iglesia y cuya legitimidad en principio ampara la exhortación del Papa. Esta desviación tiende a veces a encerrar la doctrina de la fe en fórmulas de expresión asimismo limitadas en el tiempo, desembocando en un doctrinarismo cerrado sobre sí mismo, pero no debe confundirse con la necesaria proposición de la fe transmitida por la tradición eclesial y normada por la regla misma de la fe, corresponde al magisterio eclesiástico de la Iglesia exponer, conservar y transmitir. De ahí que la legítima oposición a un doctrinarismo cerrado sobre sí mismo no pueda avalar la interpretación discrecional de la tradición de fe ni aceptar su sometimiento a una visión ideológica del ser humano y de su condición social que acomode la confesión de fe a las exigencias alternativas de la cultura ambiente y la opinión mayoritaria en un momento histórico-social concreto, ni siquiera so pretexto de reforma evangélica que puede conducir de hecho al cisma y la herejía con la consiguiente destrucción de la comunión eclesial, que fue lo que sucedió con algunos movimientos de renovación evangélica medieval como el movimiento cátaro o albigense.
Nos apremia el reto y la empresa de una nueva evangelización, a la que venimos siendo convocados por los últimos papas, porque la progresiva secularización de la vida cristiana está llevando a una acomodación al mundo de la Iglesia como colectividad social.
En la situación presente de la Iglesia, sometida las fuertes tensiones que provocan las oposiciones entre los diversos sectores de la comunidad eclesial, no podemos menos de evocar la apuesta de Diego y Domingo. Nos apremia el reto y la empresa de una nueva evangelización, a la que venimos siendo convocados por los últimos papas, porque la progresiva secularización de la vida cristiana está llevando a una acomodación al mundo de la Iglesia como colectividad social. Esta secularización de las sociedades cristianas en la que estamos inmersos nos obliga a tomar como criterio la corresponsabilidad de todos los bautizados para hacer frente a la difícil tarea de la nueva evangelización de las viejas naciones cristianas. Como santo Domingo y su grupo apostólico fundacional hemos de sentir la desazón y la quemazón de la necesidad de la predicación del Evangelio en estas naciones de trayectoria cristiana que han configurado no sólo la historia de Europa, sino que se han portado la luz del Evangelio a numerosos pueblos y se han proyectado sobre el mundo conformando lo que entendemos por civilización cristiana occidental, aunque el cristianismo surgió en el que hoy denominamos Oriente próximo o cercano. La Iglesia Católica y las demás Iglesias y comunidades eclesiales tienen ante ellas la tarea de su propia contribución a la construcción de la nueva Europa, impidiendo que se oculten o ignoren deliberadamente sus propias raíces cristianas, como he puesto de manifiesto estos años en diversos escenarios[6].
Tenemos delante el desafío de la apremiante renovación de la Iglesia, de su reconstrucción evangélica, como en los tiempos de Domingo de Guzmán.
Así, pues, tenemos delante el desafío de la apremiante renovación de la Iglesia, de su reconstrucción evangélica, como en los tiempos de Domingo de Guzmán, que sólo se puede lograr con hechos que sean frutos de legitimación de que cuanto hemos de proponer al mundo como vida de la Iglesia. Ésta sólo podrá mostrarse como tal si la propuesta de los cristianos para el presente de nuestras sociedades occidentales, necesitadas de nueva evangelización, resulta por sí misma creíble y procedente de la acción del Espíritu Santo, porque así lo han hecho manifiesto en los hitos históricos de regeneración del cuerpo social de la Iglesia los hechos que han dado curso al proceso de transformación de la Iglesia como obra de Dios. La renovación de la Iglesia nos obliga a pastores y fieles a orientar la mirada a aquel que es fundador y señor de la Iglesia, el Esposo de la ha querido como Esposa, entregándose a sí mismo por ella «para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para presentársela gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada» (Ef 5,27).
La «propuesta de Cristo al mundo» como criterio de evangelización de santo Domingo y de los Papas de nuestro tiempo
Coincide con la fecha de la muerte de santo Domingo la del santo papa Pablo VI, de cuyo fallecimiento en Castelgandolfo se cumplieron el mismo día 6 de agosto, fiesta de la Transfiguración, cuarenta y tres años. Fue el papa Montini quien por la providencia de Dios recibió la misión de llevar a su término el concilio que había convocado y comenzado su predecesor san Juan XXIII, y nadie como él vivió la aventura conciliar, de la había de salir la gran renovación de la Iglesia que la colocara a la altura de los “signos de los tiempos” y las exigencias de una modernidad que demandaba una nueva evangelización. Pablo VI, a pesar de haber sido definido como un papa acosado por las dudas, se hizo con firme determinación con el timón de la Iglesia universal, marcando la orientación y afrontando la zozobra de los años más difíciles del postconcilio que, sin embargo, llega hasta nuestros días, en los que ha adquirido nueva intensidad la interpretación rupturista de los textos conciliares, a la que Benedicto XVI ha enfrentado con legitimidad magisterial y autoridad teológica la hermenéutica de la continuidad, la única que puede avalar una lectura con frutos reales del Vaticano II.
Hago mención de san Pablo VI porque él es quien aludía en el discurso de apertura de la segunda sesión del concilio a la figura de Honorio III postrado en adoración en la representación del mosaico de la basílica de San Pablo Extramuros. El cristocentrismo de la espiritualidad, teológicamente fundada, del papa Montini mantuvo sin ruptura la orientación hermenéutica del concilio sin titubear en la propuesta evangelizadora que los tiempos requerían hace cincuenta años y demandan ahora para salir de la crisis. Una turbación de época que padecemos, bajo la presión de una cultura que se ha tornado no ya cultura agnóstica, sino portadora de propuestas y lenguaje claramente anticristianos, que oscurece la vida de la Iglesia y la amenaza por el desarrollo de un proceso cada vez más intenso de descomposición del catolicismo actual, que fuera denunciado en sus comienzos, tras el Vaticano II, por Louis Bouyer, un teólogo venido de la Reforma protestante a la comunión católica[7].
Decía en su discurso san Pablo VI que era necesario responder a tres preguntas: de dónde sale el camino de la Iglesia, qué camino es este que hay que andar, y cuál es la meta del camino. Se respondía sin vacilaciones que a estas tres preguntas sólo hay una y la misma respuesta que, en aquella hora tan solemne y en aquella asamblea conciliar es preciso repetir y proclamar ente el mundo: «La respuesta es Cristo. Cristo es nuestro principio, nuestro guía, nuestro camino; Cristo es nuestra esperanza y nuestro fin. / Ojalá este Concilio ecuménico tenga claro este vínculo, uno y múltiple, fijo y estimulante, misterioso y evidente, exigente y suave, que nos une a Jesucristo, que une a la Iglesia llena de vida y santidad, es decir a nosotros con Cristo. Él es nuestro principio, nuestra vida y nuestro fin»[8]. El papa tras aludir a las alabanzas a Cristo de la sagrada liturgia, evocaba la escena del mosaico aludido para confirmar con ella la primacía absoluta de Cristo en la Iglesia, diciendo: «Parece que nos ocupamos el lugar de nuestro predecesor Honorio III en el ábside de la Basílica de San pablo Extramuros adorando a Cristo. El Pontífice, de pequeña estatura, echado en tierra, besa los pies de Cristo»[9].
El cristocentrismo de Pablo VI se prolonga en el de Juan Pablo II, que abrió su pontificado romano con el programa de predicación de Cristo que representa la encíclica Redemptor hominis (4 marzo 1979) y su prolongación vigorosa en la encíclica sobre la permanente validez del mandato misionero Redemptoris missio (7 diciembre 1990). Cristo es para san Juan Pablo II tanto la clave de interpretación del misterio del hombre y de su destino en Dios, misterio que es preciso anunciar a las naciones; y cuyo carácter universal se justifica en la mediación única y universal de la salvación en la divina persona humanada del Redentor, en la cual Dios ha reconciliado el mundo consigo. Con motivo del gran Jubileo del año 2000 quedaba claro que éste era el eje del magisterio del papa polaco en la Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la unicidad y universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia Dominus Iesus (6 agosto 2000). El cardenal Ratzinger, cuyo magisterio ha prolongado este cristocentrismo de sus predecesores, pocos meses antes de suceder como Benedicto XVI al gran papa Juan Pablo II, se refería al comentario de Pablo VI sobre la escena del célebre mosaico: «No podemos dejar de pensar en el gran discurso con el que Pablo VI inauguró la segunda sesión del Concilio Vaticano II. «Te, Christe, solum novimus», fueron las palabras determinantes de ese sermón. El Papa habló del mosaico de San Pablo extramuros, con la grandiosa figura del Pantocrátor y, postrado a sus pies, el Papa Honorio III, pequeño de estatura y casi insignificante ante la grandeza de Cristo. El Papa continuó: Esta escena se repite con plena realidad aquí, en nuestra asamblea. Esta fue su visión del Concilio, también su visión del primado: todos nosotros a los pies de Cristo, para ser siervos de Cristo, para servir al Evangelio: la esencia del cristianismo es Cristo, no una doctrina, sino una persona, y evangelizar es guiar a la amistad con Cristo, a la comunión de amor con el Señor, que es la verdadera luz de nuestra vida»[10].
Con este marco magisterial de los últimos papas, podemos declarar con convicción que lo que hizo domingo de Guzmán es lo que hizo Francisco de Asís, lo mismo que han hecho los santos evangelizadores y misioneros en la historia de la Iglesia. Es lo que quiso proseguir en su tiempo Ignacio de Loyola con la conciencia anclada en la singladura de época del siglo XVI y, por eso, se preguntaba a sí mismo: «¿Y si yo hiciera lo mismo que san Francisco o que santo Domingo?» [11]. La conversión a Cristo cuajó en la conciencia de Ignacio y siguió el camino de los santos que le precedieron, en la forma propia del seguimiento de Cristo que emprendieron Francisco y Domingo en el más estricto sentido del adentramiento por la senda estrecha de la configuración con Cristo Jesús, en la diferencia de la época, de la personalidad de cada uno y de la obra que emprendieron, pero en la común voluntad de servir sólo a Cristo y proclamar su evangelio. La forma en que santo Domingo afrontó el desafío que, para la Iglesia y la unidad cristiana de Europa, representaba el movimiento cátaro fue resultado de su experiencia de Cristo y la convicción de que Cristo vive en la Iglesia y sólo en ella se alcanza el conocimiento de su divina persona encarnada, experiencia cuya objetiva verdad sólo garantiza la fe ortodoxa de la Iglesia. Tal es el fundamento de su estilo de vida cristiana y sacerdotal conforme al ideal que él contribuyó generar de peregrino y mendicante de vida consagrada.
Nosotros no estamos legitimados para variar la propuesta al mundo en el contexto de la cultura de nuestro tiempo. Evocamos lo que hizo santo Domingo y su grupo apostólico afrontando la bien difícil situación de la Europa de su tiempo, y de lo que hizo él, movido por lo que hicieron los Apóstoles, hemos de tomar nota nosotros en un tiempo lejano de aquel, pero perturbado del mismo modo en un contexto cultural diverso. Ahora el progresivo vaciamiento de su identidad cristiana del ordenamiento jurídico que ha gobernado las naciones de Europa, inspirado por los principios del Evangelio de Jesucristo. De una misión diplomática confiada por Alfonso VIII, para que gestionara el matrimonio de su hijo Fernando con una joven de la nobleza de Dinamarca, saldría aquella experiencia de la crisis de la sociedad europea medieval provocada por los cátaros amenazando el futuro de la unidad católica de Europa. Quebrada la unidad cristiana, primero por la ruptura en 1054 entre Oriente y Occidente, y en el siglo XVI por la Reforma protestante, el laicismo de nuestro tiempo amenaza con disolver la fe cristiana que ha sostenido la inspiración de la cultura europea.
Santo Domingo de Guzmán lo dejó todo por la «predicación de Jesucristo» como programa de vida y propuesta para la paz y la concordia de las naciones cristianas.
Santo Domingo de Guzmán lo dejó todo por la «predicación de Jesucristo» como programa de vida y propuesta para la paz y la concordia de las naciones cristianas. Dejó no sólo su canonjía de Osma, sino bienes y haberes para lanzarse a los caminos de la Europa medieval y proclamar que la salvación del hombre y la concordia en la paz de las naciones sólo se asienta en la palabra de Dios. No se armó de otro bagaje que el evangelio de san Mateo y las cartas de san Pablo, para fundar y argumentar, orar e instruir en la fundamental verdad de la fe: que Jesucristo es la Palabra donde Dios hecha carne, donde Dios revela su amor por la humanidad, y que esta es la verdad fundamental que han de saber las gentes enfrentadas por el desorden del mundo. El santo nacido en Caleruega forma parte de la gran cadena histórica de cuantos han contribuido de forma decisiva a la configuración de la historia cristiana de Europa que indudablemente pasa por la cristiandad medieval, en la que se gestaron los grandes conceptos teológicos y ético-jurídicos de la civilización europea sobre la herencia de la filosofía griega y el derecho romano, que cuatro siglos más tarde harían posible el Derecho de Gentes de uno de sus hijos, el fraile dominico Francisco de Vitoria, cuya efigie en bronces se levanta sobre el pedestal que encomia su figura sobre el fondo de la prodigiosa fachada del Convento de San Esteban, donde enseñaron grandes maestros seguidores del camino abierto por santo Domingo en el alto Medioevo.
La acción misionera de la Orden dominicana
La Orden de Predicadores, confirmada por el Papa Honorio III en el umbral del invierno de 1216, fue desde su origen una sociedad misionera, extendiéndose primero por Europa, como acabamos de ver, haciéndose presencia en los conventos dominicanos, de frailes igual que en los de monjas, que fueron algunos de los primeros. En los años fundacionales, los conventos de Prulla, de los Jacobinos de Tolosa de Languedoc, que guarda de nuevo los restos de santo Tomás de Aquino a donde volvieron en 1974, y los de Narbona y Santo Domingo el Real de Madrid. Entre los conventos que se vincularon pronto a las florecientes universidades europeas hay que mencionar Saint Jacques en París, Bolonia, sede la Orden, convento que rigió fray Reginaldo de Orleans, donde reposan los restos de santo Domingo en el arca marmórea que esculpiera el maestro Nicolás Pisano para la iglesia basilical de la comunidad.
Sin afán de recordar las fundaciones históricas de la Orden de forma exhaustiva, evocamos aquí por su significación el convento de monjas de san Sixto de Roma, al que se me permitirá añadir como última mención el convento de San Marcos de Florencia, universalmente conocido por sus pinturas del beato Fray Angélico. No es cosa de dar cuenta aquí de los conventos de los frailes y monjas de la Orden dominicana de Francia, España e Italia y también de Inglaterra y Alemania. Los frailes y monjas de santo Domingo se embarcarían desde el siglo XVI en la gran aventura de la evangelización del Nuevo Mundo, en cuya génesis Colón acudió a encontrarse con Fray Diego de Deza en el convento salmantino de San Esteban en 1486/87. El valor intrépido de los misioneros dominicos los había llevado al Lejano Oriente desde finales del siglo XIII, subiéndose a las embarcaciones acompañando las expediciones comerciales y con cometidos diplomáticos como portadores de la civilización cristiana; y ya a comienzos del siglo XIV está documentalmente atestiguada la Sociedad de hermanos peregrinos, para llevar la Buena Nueva al Oriente «propter Christum in gentes»[12].
Llamada vocacional a los jóvenes
Como obispo al que preocupa intensamente la sequía de vocaciones a la vida consagrada desearía ver cristalizar el seguimiento alegre y exigente de Cristo en los jóvenes de ambos sexos, en los que todavía se aglutinan en torno a la pastoral parroquial y en las comunidades conventuales de frailes dominicos con apostolados juveniles.
Cuando se contempla la aportación de la Orden de Predicadores a la historia de la civilización cristiana se comprende que la crisis religiosa de Europa y la secularización de la sociedad occidental haya nublado la poderosa atracción vocacional que esta historia de amor a Cristo y de evangelización tendría que seguir provocando en los jóvenes de nuestro tiempo como sucedió en el pasado todavía cercano. Como obispo al que preocupa intensamente la sequía de vocaciones a la vida consagrada desearía ver cristalizar el seguimiento alegre y exigente de Cristo en los jóvenes de ambos sexos, en los que todavía se aglutinan en torno a la pastoral parroquial y en las comunidades conventuales de frailes dominicos con apostolados juveniles. Me gustaría que estos jóvenes a los que Cristo fascina encontraran en la vocación dominicana la impronta vocacional que dejó en su propuesta de vida apostólica la personalidad atrayente de santo Domingo de Guzmán, que hoy sigue invitándoles a seguir con él y con sus hijos, los frailes predicadores, al único Maestro y Señor, a aquel que es el Salvador del mundo, por cuyo amor dice san Pablo que todo lo que antes era para él ganancia «lo he juzgado pérdida por causa de Cristo; y más aún, todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo, mi Señor» (Flp 3,7-8).
Partiendo de la belleza de la amistad, Francisco se dirige a los jóvenes recordándoles que la relación de amistad no es pasajera sino estable, firme y fiel, que madura con el paso del tiempo[13]. Al llamar la atención sobre esta condición de la amistad verdadera, el Papa tiene la intención de hacer caer a los jóvenes en la cuenta que la vocación que amistad con Cristo no puede ser una relación pasajera y sin una voluntad firme de permanencia, como sucede con el amor entre los esposos, hoy tan profundamente amenazado por una cultura de lo temporalmente placentero. La aventura de santo Domingo de Guzmán que fue resultado de su pasión de amistad con Cristo no hubier4a podido obtener resultados duraderos y hubiera sido resultado ella misma de una emoción transitoria. Por eso no quiero dejar de transcribir aquí con destino a los jóvenes que sienten la llamada al sacerdocio y a la vida consagrada lo que el Papa dice de esta singular amistad con Jesús que llega con la vocación, después de dejar sentado que el fin último de la vocación es para que aquellos a los que Jesús llama los convierte en instrumentos para llevar su mensaje del Reino de Dios y su luz, y en tal cometido, sobre todo su amor a los demás. Con Domingo de Guzmán y su grupo apostólico fundacional sucedió lo mismo que con los discípulos de Jesús: «Los discípulos escucharon la llamada de Jesús a la amista con Él. Fue una invitación que no los forzó, sino que se propuso delicadamente a su libertad: “Venid y veréis” les dijo, y “ellos fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día” (Jn 1,39). Después de ese encuentro, íntimo e inesperado, dejaron todo y se fueron con él»[14].
Fue, pues, una llamada delicadamente propuesta a su libertad, pero una llamada. Es verdad que la vocación es muy personal, tanto como que es experiencia que acontece en el interior del que es llamado por Jesús y de la muchacha que siente que Jesús la llama a una relación esponsal místicamente vivida con el Señor. Está, sin embargo, mediada en la vida de la Iglesia y el apostolado, en los grupos apostólicos juveniles y la labor incansable de formadores y maestros del espíritu, en la propuesta del sacerdote secular y religioso, de la religiosa profesa que colabora con dedicación e intensidad en la pastoral vocacional en la Iglesia diocesana y en representación de su propia orden o congregación. ¿Cómo se va a amar lo que no se conoce? Más aún, ¿cómo se va a desear lo que no se presenta con atractiva fascinación como algo que merece entregar la vida? Esta atracción de la vocación tiene suscitarla sobre todo la vida en santidad de los ministros y de los religiosos y religiosas, y al mismo tiempo y de modo inseparable la forma de proponer la llamada como estilo de vida sacerdotal y consagrada. Todo cuanto en el sacerdote y en los religiosos y personas de vida consagrada es o desdice y es opuesto a su propia vocación, si no ahuyenta a los jóvenes, los deja indiferentes.
Promotores de la vocación a la vida consagrada
Por todo esto y más, aunque esta carta la dirijo a todos los diocesanos, porque al tratar de la vida consagrada “de nostra agitur”, es decir, se trata de un asunto que atañe a la comunidad cristiana en su conjunto, con estas reflexiones quiero llamar la atención de modo especial de no sólo de los religiosos y religiosas que siguen el camino abierto por el gran pionero del seguimiento evangelizador que fue santo Domingo de Guzmán, sino también con ellos de todas las personas de vida consagrada.
Queridos frailes de la Orden de Predicadores, sois una comunidad de mayores, que habéis consagrado vuestra vida a Cristo y a su Iglesia ejerciendo el ministerio sacerdotal como varones de vida consagrada, inspirados por el carisma religioso el gran testigo de la fe y evangelizador incansable en tiempos de especial dificultad como fue Domingo de Guzmán, marcado por la estrella sobre su frente que le acompañó desde el bautismo. Tenéis la custodia de la sagrada imagen de la Santísima Virgen del Mar, Patrona amadísima por todos los fieles de esta ciudad de Almería y devotos de toda la diócesis. Nuestra Patrona es el gran tesoro que Dios entregó a la humanidad para que de sus purísimas entrañas nos viniera con el autor de la vida y la salvación del mundo.
A la Virgen Madre que confió el santo Rosario a Santo Domingo quiero encomendar las vocaciones al seguimiento de Cristo en vida consagrada que él inició abrazando en radicalidad los consejos evangélicos con espíritu evangelizador, movido por Dios y acompañado siempre por el amparo maternal de la Santísima Virgen, cuya intercesión con amor invocamos, acogiéndonos a la recompensa de su amor maternal contemplando los misterios del Rosario.
Con todo afecto y bendición.
Almería, 8 de agosto de 2021
Fiesta de Santo Domingo de Guzmán
+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería
[1] Cf. H. Jedin, Manual de Historia de la Iglesia, t. IV. La Iglesia de la Edad Media después de la Reforma gregoriana (Barcelona 1973) 171-172.
[2] Cf. reseña breve de datos históricos en Vito Gómez García OP / José A. Martínez Puche OP, «Biografía de santo Domingo», en J. A. Martínez Puche, O.P. (ed.), El año dominicano (Madrid 2016) 723-743.
[3] Cf. H. Jedin, Manual de historia de la Iglesia, t. IV, 299-304 (Los dominicos).
[4] Francisco, Exhortación apostólica sobre la llamada a la santidad en el mundo actual Gaudete et exsultate [GE] (19 marzo 2018), n. 40.
[5] GE, n. 43.
[6] Cf. A. González Montes, «Las Iglesias y las comunidades eclesiales en la construcción de Europa», en Instituto Teológico Compostelano, Fe cristiana y futuro. Fundamentos y horizontes de la cultura europea. V Jornadas de Teología (Santiago de Compostela 2005) 189-211.
[7] L. Bouyer, La descomposición del catolicismo (Barcelona 1969).
[8] San Pablo VI, Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II (29 septiembre 1963).
[9] Ibid.
[10] Cardenal Joseph Ratzinger, Homilía en la misa en sufragio de los papas Pablo VI y Juan Pablo I (28 septiembre 2004).
[11] De los hechos de san Ignacio recibidos por L. Gonçalves de Cámara de labios del mismo santo, en Acta sanctorum iulii 7(1868) 647; cit. según Oficio divino (ed. típ.): Liturgia de las horas III (Madrid, reimp. 2012) 1433.
[12] H. Jedin, Manual de historia de la Iglesia, t. IV, 627ss.
[13] Francisco, Exhortación apostólica postsinodal a los jóvenes y a todo el pueblo de Dios Christus vivit [ChV] (25 marzo 2019), n. 152.
[14] ChV, n. 153.