Revista CR: ACOMPAÑAR, arte, necesidad, un don.
Acompañar, es un arte, una necesidad, un don. Cuando hay amor “aunque estés solo, no estás solo”
Más de una vez hemos reflexionado sobre la condición humana y hemos afirmado que el ser humano no ha nacido para vivir aislado. Todos podemos acompañar y todos necesitamos ser acompañados. Como decía Helder Cámara: “Nadie es tan pobre que no tiene nada que ofrecer, ni tan rico que no tiene nada que recibir»
Afirmar que acompañar en un arte, no es exagerar. Hay que aprender a saber acompañar. Aprendemos algo cuando ponemos empeño en ello porque es importante, es un valor que requiere de concentración y de un mirar amplio del conjunto, de su contexto. Así no nos convertimos en acompañantes que dirigen, ordenan, sino creadores de un espacio más adecuado, más idóneo, más acorde con la necesidad del acompañado.
Afirmar que acompañar es una necesidad, repetimos:” todos necesitamos acompañar y ser acompañados”. Necesidad por la propia condición humana y como un valor y razón “por lo que vivir”.
Por último, afirmar que acompañar es un don, estamos llamados a dar lo que somos, a revelar lo que llevamos dentro de sí al mundo y a los otros. No existimos solos. El otro es presencia que se manifiesta, se expresa y reivindica su singularidad. Todo esto nos exige un modo de relación fundada en el respeto, en la atención, en el cuidado y en la benevolencia.
Número Nº 525 (septiembre-octubre 2018)
ACOMPAÑAR, arte, necesidad, un don.
En el mundo de las relaciones humanas no todo es sencillo. La diferencia no es fácil, pero enriquece y requiere de una atención muy especial. Desde la experiencia se pueden aprender nuevas técnicas, otras formas de expresión y diálogo que facilitan y humanizan los encuentros, las relaciones. Valoramos la disponibilidad, el hecho de ser capaces de estar abierto a los otros e incluso lo calificamos de virtud. Pero, no olvidemos que dejarse ayudar, aceptar la compañía, agradecer la presencia del otro, también se le puede calificar de virtud. Es bueno, necesario, acompañar. Es bueno, necesario, dejarse acompañar.
Conviene distinguir entre acompañar y sentirse acompañado y cuando se pretenden otros intereses que no son los propios, los genuinos, del hecho de acompañar se niega la experiencia, la realidad de saberse acompañado; más bien se despierta el mal estar de sentirse utilizado. Todo eso se refleja en la manera de interaccionar, escuchar, hablar, y otros aspectos de tiempo y espacio que también juegan un rol importante.
Acompañar es un arte y tiene sus limitaciones, entre otras, de espacio, real y figurado. Requiere un alejamiento oportuno para poder amparar adecuadamente a la persona que se acompaña. No hay que invadir el espacio del otro, ni tampoco situarse en el extremo contrario… El pensador alemán Schopenhauer nos ofrece una parábola de erizos en la que expone la esencia del acompañamiento perfecto: Un frío día de invierno, en una camada de erizos, para no quedarse helados, las bestiezuelas se apretujaron entre ellas, frotándose mutuamente para entrar en calor. Al percibir los pinchazos de las púas ajenas, inmediatamente se separaron. Pero cuando sintieron de nuevo la urgencia de calentarse, volvieron a hacer lo mismo, de modo que fueron y vieron, entre los dos males, hasta que encontraron la distancia justa entre ellas, la que les permitía mantenerse en la situación óptima.
Hay que estar ahí, dando calor, pero, a la vez, preservando la privacidad. La distancia excesiva es frialdad, pero una proximidad extrema anula toda intimidad. Como nos enseña la parábola, hemos de buscar el punto ideal y aceptar que en esa búsqueda se producirán fricciones y equívocos pero seguro que podemos encontrar la distancia desde la que se aporta, se abriga, se provee el suficiente calor, respetando la autonomía del acompañado. Los erizos consiguieron no tener frío ni tampoco pinchazos.
Considerando la característica de la necesidad, acudimos a los inicios de la creación, el libro del Génesis: “El Señor Dios se dijo: -No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle el auxilio adecuado. Entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las fieras salvajes y todos los pájaros del cielo, y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre le pusiera. Así, el hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las fieras salvajes. Pero no encontró el auxilio adecuado” (Gen 2,18-20)
La necesidad de la compañía para el hombre y para la mujer… “No está bien que este solo”. Realidad experimentable… y realidad contrastada en la alegría de saberse acompañado y de saber acompañar. Alegría, que provoca la experiencia de amplitud y apertura, olvido de uno mismo, que proporciona el hecho de ser capaz de dar y de recibir, de estar abiertos, nada se agota en uno mismo. Como dice Viktor E. Frankl: “Ser hombre significa estar preparado y orientado hacia algo que no es él mismo. En cuanto una vida humana ya no trasciende más allá de sí mismo, no tiene sentido permanecer con vida; más aún, sería imposible.” La vida compartida, acompañada, está llena de posibilidades y colma de sentido nuestra condición humana. Así se descubre el amor, que es acompañar, es un arte, una necesidad, un don. Cuando hay amor “aunque estés solo, no estás solo”