Revista CR: Desear. “Todo me está permitido, pero no todo conviene” (1Cor 6,12)
Ante el hecho de “desear” nos planteamos una doble opción: desear para mí, desear para los demás. “Te deseo …” “Os deseamos…”
Llevados del primer impulso, en este último número de la Revista CR del año 2021, queremos desearos lo mejor y, si hay que concretar, desearos amor, que améis y que os sintáis amados. Esta experiencia es fundamental para vivir como seres humanos, para crecer, para moverse con esperanza, con confianza, y hacer realidad en nuestra vida el deseo de los hijos de Dios.
Experimentar y hacer realidad el deseo de los hijos de Dios, la esperanzas, la confianza de Jesús de Nazaret: “Que todos sean uno; como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno con nosotros…” (Jn 17,21).
Ha sido un año difícil, seguimos, de una manera más suave (las vacunas dan cierta seguridad), haciendo una vida marcada por la pandemia (COVID_19). Que todos nos beneficiemos de la tarea de los investigadores, que llegue a todas partes la labor de la ciencia, que no haya nadie que se le prive o se le niegue de cualquier remedio que sea esperanza de vida, salud.
Los deseos que nacen o que motiva el amor, enriquecen, iluminan, trascienden nuestras capacidades y, sea cual sea el resultado, invitan a la gratitud, gratitud de agradecer y de gratuidad.
El amor es un don y desear amor es plantearse la vida en la presencia y con la presencia de Dios que es Amor. Desear amor, sólo es posible amando, que es “ensanchar el cielo” y sentirse amado que es “ser visitados por el cielo”.
Desear forma parte del entramado del ser humano. Os imagináis una vida sin aspiraciones, sin curiosidad, sin pequeñas metas por alcanzar, sin ilusión, sin … Desear es el motor que nos pone en movimiento hacia aquello que nos falta, que precisamos; supone y facilita, por tanto, el avanzar, conseguir, conocer más y mejor, superar, crecer… Pero, también es verdad, que no todo deseo nos conviene. Decir de algo que no nos conviene es afirmar que no nos hace más humanos.
Desear lo mejor para uno mismo y para los demás. Desear en nuestro contexto vital que es el mundo de las relaciones, nuestra realidad. Desear y aprender, ya que el deseo puede ir acompañado de desencanto y precisará de nuestra aceptación, comprensión, es una oportunidad para aprender. Desear y en un proyecto de vida fundamentado en la fe, la esperanza, el amor. Para Jesús, su pasión, su motor, su alimento fue llevar a cabo “el deseo de Dios”, hacer la voluntad de Dios: “… no bajé del cielo para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn 6,38) y realizar su obra (Jn 4,34).
Número 541 (noviembre-diciembre 2021)
Desear, forma parte de nuestro vivir, de nuestra vida. Si no deseáramos, ¿viviríamos? ¿podríamos hacer, ser protagonista de nuestra vida? Hablar de deseo es hablar de interés por alcanzar algo que, sin duda, no se posee pero que se anhela y se espera. Hay multitud de deseos por lo que se requiere evaluar y elegir, “Todo me está permitido, pero no todo conviene” (1Cor 6,12). No todo nos hace felices, nos ayuda a crecer.
Desear, esa pulsión que siente la persona, que le lleva a buscar, a poner los medios para conseguirlo, pero sin olvidar que la persona es tal y se hace en un contexto, en un mundo de relaciones, no está sola, por tanto, el deseo conviene que tenga en cuenta esa realidad común que se comparte. Si el deseo es razón de mal, de daño, de injusticia con los demás, ese deseo no nos puede satisfacer, hacer felices, a no ser que vivamos en el mundo de la mentira y del egoísmo; tampoco nos humaniza, no nos permite tomar conciencia de nuestra realidad creada en la que tenemos la función de seguir creando, desarrollando, ser luz y dar sentido… La vida en sí misma, lo sabemos, despierta deseos porque no es algo estable, está en movimiento, se va haciendo y nos va haciendo.
La realidad del deseo evoca situaciones, vivencias, experiencias, precisamente de nuestro mundo de relaciones donde descubrimos lo que somos, donde expresamos y hacemos la vida… Traigo a colación la expresión de Jesús, el Hijo de Dios: “Cuánto he deseado comer con vosotros esta víctima pascual antes de mi pasión” (Lc 22,15). Una realidad dolorosa, que afecta a la persona en su individualidad, que le enfrenta a sí misma, le despierta su debilidad, impotencia, le trae a la memoria y a su corazón, la nostalgia, la necesidad, de los otros: “Cuanto he deseado comer con vosotros… antes de mi pasión”. He deseado, sois importantes para mí, os quiero, os necesito. Este deseo puede calmar o, mejor dicho, encauzar la vivencia y aceptación del dolor, ayudar a hacer frente a una realidad humanamente dura y que puede entenderse, también, cargada de sentido porque en ella se despierta, a pesar de todo, el amor. Amor a los demás, deseo de bien para los demás. Y cuando están todos reunidos, Jesús expresó este su deseo a los apóstoles y les llamó amigos: “A partir de ahora os llamo amigos” (Jn 15,15).
Desear, apertura a algo que está más allá, que precisa de una estrategia, un esfuerzo, búsqueda, toma de conciencia, un mirar a ese horizonte que adivinamos y que nos invita a seguir caminando; un estado, forma de presencia, en el que se tenga presente la razón de nuestra vida, se tengan presentes a los demás, se tenga presente nuestra relación con Dios, la fe que nos acompaña y nos hace confiar en el mismo Dios que acogemos en nuestro corazón y es, en Jesucristo, su Hijo, nuestro camino, verdad y vida. (cf. Jn 14,6). Y los deseos de Jesús estaban, nacían, del Deseo de Hacer la Voluntad del Padre. La vida de Jesús es un testimonio de la conciencia de su relación con el Padre, se sabía el Hijo de Dios. “Se escuchó una voz del cielo que decía: - Éste es mi Hijo querido, mi predilecto” (Mt 3, 17; Mc 1,11; Lc 3,22).
Reflexionar sobre el deseo es un dato que indica que estamos vivos. Podemos afirmar que la ausencia o el hundimiento del deseo puede ser el origen de toda depresión. También, como dice Ernst Bloch: “Un mundo que fuese cerrado, que estuviera acabado, definitivo, en el que no se den las condiciones abiertas ni surjan condiciones nuevas para que brote algo nuevo, sería mucho peor que la locura, pues sería una locura completa y solitaria.”
El deseo es la oportunidad, el camino que hace posible que cada uno extraiga de sí lo más propio, traduce el genio particular de cada uno. También, podemos añadir, el deseo enseña a aprender porque puede ir acompañado de desencantos, una oportunidad de retomar, reanudar, comprender, aprender. Hay una gran diferencia entre lo que somos y lo que podemos llegar a ser.
Desear tienen que ver con esperar, la esperanza. “Los deseos de nuestra vida forman una cadena, cuyos escalones son la esperanza”. La esperanza que motiva a poner los medios para conseguir lo que se espera. Hay esperanza porque es una realidad la posibilidad de ser mejores, de cambiar y no permanecer atrapados en el pasado ni encerrados en sí mismos. En el deseo se conjugan dos sentimientos, dos realidades humanas: una es la muestra de la finitud humana, no estamos acabados; otra es la apertura, la posibilidad de seguir avanzando, alcanzando metas, de crecer.
No podemos, por tanto, prescindir de los deseos para actuar, porque nos proporcionan energía, pero ¿todos los deseos nos convienen? Sabemos que no todos los deseos convienen, nos pueden introducir en mares peligroso o nos encaminan a metas contradictorias. Estamos obligados a tomar decisiones, son muchas las posibilidades y alternativas que se nos presentan para actuar sobre nosotros mismos y es muy difícil saber lo que debemos hacer si no sabemos lo que tenemos que construir.
Para terminar, ahí va este escrito de Pico della Mirandola (siglo XV), “Discurso sobre la dignidad del hombre” o “la dignidad humana”. En este Discurso hace decir a Dios:
No te dimos ningún puesto fijo, una faz propia, ni un oficio peculiar, ¡oh Adán!, para que el puesto, la imagen y los empleos que desees para ti los tengas y poseas por tu propia decisión y elección. Para los demás, hay una naturaleza constreñida dentro de ciertas leyes que les hemos prescrito. Tú, no sometido a ningún cauce angosto, te la definirás según tu arbitrio, al que te entregué. Te coloqué en el centro del mundo, para que volvieras más cómodamente la vista a tu alrededor y miraras todo lo que existe. Ni celeste ni terrestre te hicimos, ni mortal ni inmortal, para que tú mismo, como modelador y escultor de ti mismo, más a gusto y honra te forjes la forma que prefieras para ti. Podrás degenerar a lo inferior, como los brutos; podrás alzarte a la par de las cosas divinas por tu misma decisión.