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Revista CR: Empatía. “Tratad a los demás como queréis que os traten a vosotros” (Mt 7,12)

23 de noviembre de 2022
Etiquetas: Estudio / Revista CR
Revista CR: Empatía. “Tratad a los demás como queréis que os traten a vosotros” (Mt 7,12)

La experiencia compartida es una riqueza, es una oportunidad y un aprendizaje y conocimiento que no se olvida; es añadir, sumar, lo que uno descubre y lo que los otros aportan.

  A la vez, necesitamos de la “soledad”, entendida, entre otros significados, como encuentro con uno mismo. ¿Para qué me quiero encontrar conmigo mismo? Necesitamos no sólo sentir, necesitamos ser conscientes, comprender, dar razón de lo que sentimos, conocernos a nosotros mismos, de forma que, desde la propia realidad, salir, expresarnos, mirar y ver, oír y escuchar, permitir que los otros entren en nuestro corazón y agradecer estar en el corazón de los otros. En esta relación surge y se da la experiencia compartida que, su profundidad, su riqueza, precisa y depende también de la empatía.

  Una experiencia compartida fue y es la pandemia que sigue moviéndose entre nosotros. Esta experiencia compartida, ¿cómo la hemos vivido? ¿cómo la vivimos? La pandemia (COVID_19) nos obligó a poner distancia en nuestras relaciones y constatamos que nuestra sintonía con los demás ha quedado “tocada”, pero eso no significa que hayamos agotado las múltiples formas que los humanos podemos adoptar para tener presente y ser consciente de los otros y de lo que significan en nuestra vida. Este es el marco en el que surge preguntarse por la empatía, capacidad para sintonizar emocionalmente con los demás; capacidad para saber lo que sienten los demás, capacidad, conocimiento, valorar la presencia del otro...
La protección, de la que todavía hacemos uso (no sólo las mascarillas), es para resguardarse, poner obstáculos a todo contagio, es aislarse… y esto puede ser un problema. La proximidad es una necesidad humana para comunicar con la palabra, los gestos, la mirada, el contacto, todo eso son vehículos de transmisión. La empatía, sintonizar, darse cuenta, escuchar en el silencio, leer en ese mundo expresivo del ser humano, y así tratar a los demás como nos gustaría ser tratados.

  Contexto difícil, búsqueda de soluciones para no permitir perderse en el miedo, ni en la excesiva escrupulosidad, ni huir de la atención que debemos a los demás. Volver la vista, una vez más, a los múltiples ejemplos que nos presenta Jesús de Nazaret: cómo le importaban los demás, como los trataba, como les daba la oportunidad de encontrarse con ellos mismo para que se valorasen, cómo contemplaba de forma que no era el mal lo que predominará en su conocimiento de los demás, sino las posibilidades de las que todos gozamos. Mirada empática, corazón empático, experiencia compartida, guardar en el corazón. Todo esto es consecuencia del hecho de tener en cuenta a los demás…y de saberse felices y sentirse felices cuanto más cerca estemos unos de otros.

Número 545 (septiembre-octubre 2022)

  Los humanos somos amenazados por la tentación de cerrar los ojos ante todo aquello que no nos gusta; dar la espalda a los problemas; huir de la inseguridad, pérdida de dominio y de control; no al dolor.
Hoy se habla de “zona de confort”, que hace referencia a ese “espacio” donde nos sentimos tranquilos, seguros; también, se trata de un estado mental en el que se siente una aparente seguridad porque parece que puedes controlar todo lo que sucede en tu vida.

  Cerrar la mente a todo dolor que nos presiona, esto es un autoengaño, es vivir en la mentira. Este estado mental no creo que sea aconsejable, es renunciar a vivir, es negarse a seguir aprendiendo, creciendo. Este estado mental no sólo es “muerte en vida” es negarse el derecho a desarrollar, hacernos conscientes de nuestros sentimientos y emociones, de la fuerza y poder que pueden significar en nuestra existencia, es limitar nuestra capacidad de conocer, entender, vivir los sentimientos y emociones de los demás.

  No ser capaz de salir de uno mismo es pobreza humana, es tristeza, insatisfacción, sin sentido, es negar la existencia a una realidad que, es verdad, puede ser dolorosa, pero también puede ser razón de nuestra felicidad y, casi siempre, una oportunidad.

  Hay un término, una palabra que tiene su origen en el siglo XVIII y que estaba muy relacionada con el campo de la estética, la poesía, el arte. La contemplación del mundo natural despertaba sentimientos, emociones, ideas; se experimentaba, por tanto, que el mundo exterior es una realidad que evoca y da a conocer estados emocionales, sensaciones, es la puerta para salir de uno mismo y volver a uno mismo… y, consecuentemente, las cosas ya no son iguales ni son como antes.

  El término es: empatía, que con el tiempo dejó de relacionarse sólo con el mundo de la estética, y la psicología y la neurociencia dieron su explicación sobre él. “Mira con los ojos de otro, escucha con los oídos de otro y siente con el corazón de otro” (Alfred Adler).

  Empatía, tiene que ver con capacidad. Capacidad tiene que ver con circunstancias o conjunto de condiciones, cualidades o aptitudes, especialmente intelectuales que permiten el desarrollo de algo, el cumplimiento de una función… En este caso, hablamos de capacidad para sintonizar emocionalmente con los demás. La empatía se relaciona con la inteligencia emocional considerada por el mismo Daniel Goleman “la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los de los demás, de motivarnos y manejar adecuadamente las relaciones” y, concretando más, el mismo autor dice en su libro titulado Inteligencia emocional: “La conciencia de uno mismo es la facultad sobre la que se erige la empatía, puesto que, cuanto más abiertos nos hallemos a nuestras propias emociones, mayor será nuestra destreza en la comprensión de los sentimientos de los demás”. Esta referencia a uno mismo es fundamental y afirma, una vez más, lo importante que es el concepto que se tenga de uno mismo, el propio conocimiento, para relacionarnos con los demás. Necesitamos el yo para empatizar, pero también tenemos que dejarlo atrás.

  Goleman, en el libro citado, nos cuenta que: “Cuando Hope, una niña apenas nueve meses de edad, vio caer a otro niño, las lágrimas afloraron a sus ojos y se refugió en el regazo de su madre buscando consuelo como si fuera ella misma quien se hubiera caído. Michael, un niño de quince meses, le dio su osito de peluche a su apesadumbrado amigo Paul pero, al ver que este no dejaba de llorar, le arropó con una manta. Estas pequeñas muestras de simpatía y cariño fueron registradas por madres que habían sido específicamente adiestradas para recoger in situ esta clase de manifestaciones empáticas. Los resultados de este estudio parecen sugerirnos que las raíces de la empatía se retrotraen a la más temprana infancia. Prácticamente desde el mismo momento del nacimiento, los bebés se muestras afectados cuando oyen el llanto de otro niño, una reacción que algunos han considerado como el primer antecedente de la empatía.”

  “Antecedente de la empatía”. Por tanto, se puede afirmar que contamos con una facultad fundamental con la que podemos afrontar desafíos importantes y podemos hacer frente con “calidad humana” a nuestras relaciones… La empatía es potencial que puede cambiar la manera en que se percibe el mundo y a los demás y, al hacerlo, es el mundo mismo el que cambia. Esto parece un misterio. Será uno de los misterios de la empatía.
Poco a poco, la empatía, se va desarrollando, pasa de ser una capacidad instintiva de resonar, una imitación motriz, y se convierte en la capacidad de comprender los sentimientos de los demás, captar los mensajes no verbales a través de los cuales se expresan las emociones, por ejemplo.

  Una vez más, recordar que la realidad donde hacemos la vida, donde nos relacionamos y, por tanto, donde podemos crecer, es con los demás. Precisamos desarrollar esta capacidad que llamamos empatía. “Si nos mostramos insensibles de las emociones de los otros, cada relación se convierte en una farsa imposible. Y contemplamos a los otros no como unos sujetos vivos, sino como objetos, a la par con un frigorífico o una farola, los manipulamos… Por el contrario, cuando la empatía se desarrolla de forma plena, nuestra existencia es infinitamente más rica y variada. Podemos salir de nosotros mismos y penetrar en las vidas de otros. Las relaciones se convierten entonces en una fuente de interés de enriquecimiento emocional y espiritual. […]

  La empatía siempre ha sido una cualidad necesaria para nuestra pervivencia desde los tiempos prehistóricos. Los seres humanos sólo pueden prosperar en una comunidad, lo cual es imposible si son incapaces de interpretar las emociones e intenciones de otros. Es un principio aplicable a los asuntos nimios y cotidianos: una persona que trata de saltarse la cola, o arroja desperdicios a la calle, o hacer ruido cuando otros tratan de dormir, lo hace porque es incapaz de concebir las reacciones de los demás. La empatía es un requisito indispensable para la comunicación, colaboración y cohesión social. Si la anulamos, regresamos al estado salvaje, dejamos de existir.” (Piero Ferrucci).

  La empatía es el mejor medio de perfeccionar una relación. Y una relación que nace y tiene presente esta “regla de oro”: “Tratad a los demás como queréis que os traten a vosotros” (Mt 7,12), es exigente y, a la vez, no tiene excusas para no hacerla realidad. Esta “regla de oro” se encuentra en el código ético de todas las religiones y culturas. Ciñéndonos a la Sagrada Escritura encontramos narraciones bíblicas que nos invitan a este tipo de relación empática. Pedro aconseja a los cristianos: “…todos, sed concordes, compasivos, fraternales, misericordiosos, humildes” (1P2 3,8). Y Pablo recomienda la empatía: “Con los alegres alegraos, con los que lloran llorad” (Rom 12,15). Juan plantea una cuestión: “Si uno posee bienes del mundo y ve a su hermano necesitado y le cierra las entrañas y no se compadece de él, ¿cómo puede conservar el amor de Dios” (1Jn 3,17). Es decir: “Amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt 22,39) y no seamos hipócritas… En la Biblia también encontramos ejemplos de empatía, Jesús se muestra sensible ante situaciones, por ejemplo: “Viendo a la multitud, se conmovió por ellos, porque andaban maltrechos y postrados, como ovejas sin pastor” (Mt 9,36). Y el caso de la viuda que iba a enterrar a su hijo, Jesús sintió su dolor…(Lc 7, 11-16).
Para terminar, traer un texto de Pablo a los Corintios: “… que cada miembro del cuerpo se preocupe por los otros. Si un miembro del cuerpo sufre, todos los demás sufren también; y si un miembro recibe atención especial, todos los demás comparten su alegría…” (1Cor 12,25-26)

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