Revista CR: Hambre y sed de DIOS. “Señor Dios nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra” (Salmo 8)
Sin duda, la experiencia del amor, amar y sentirse amado, es el mejor deseo para todo ser humano. Y para ser conscientes de ese amor el olvido de uno mismo -renunciar al ego- es necesario. El olvido de uno mismo capacita para estar atentos, abiertos a los demás y a lo “demás”.
Esta experiencia también tiene que ver con la soledad. La experiencia de la soledad radical del ser humano que le deja a la intemperie y se hace consciente de dos realidades: la personal y el contexto donde está, la realidad exterior. Dicho de otra manera: La soledad dispone hacia el exterior, hace posible el encuentro, es diálogo; y la soledad es distancia que hace presente la propia realidad, cada cual es responsable de su vida.
Y de Dios decimos muchas cosas y no decimos nada. Entre esas cosas afirmamos: “Dios es Amor”: “…ya que Dios es amor” (1Jn 4,8). “…Dios es amor: quien conserva el amor permanece con Dios y Dios con él” (1Jn 4, 16). El Amor define el ser de Dios, su naturaleza… El Amor es una puerta al conocimiento y un horizonte que invita a seguir caminando. El Amor ve, y lo que ve … el mundo que está ahí fuera, tiene que tener un sentido.
Forma parte de nuestra naturaleza la pregunta. Preguntarse por Dios también nos pone en camino de reconocerse y reconocer a los demás. Desear saber el sentido de lo que vivimos, vemos, descubrimos, de lo que nos acompaña, forma parte de nuestra condición.
Sin embargo, es verdad, cuanto más indagamos, más conocemos, descubrimos nuestra ignorancia, lo mucho que nos queda por saber, por aprender. Se atribuye al filósofo Sócrates este enunciado: “Solo sé que no sé nada”.
El Amor es un camino que nos pone delante la realidad de Dios, esto no quiere decir nada y, a la vez, es todo lo que podemos alcanzar. Conocer, saber, no nos economiza el hecho de optar, decidir, ser dueños de nuestra libertad, arriesgar poniendo la confianza, la capacidad de creer, a pesar de lo que queda por descubrir, por saber.
“Creer en Dios es comprobar que la vida tiene un sentido”
“Señor Dios nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” (Sal 8,2): Una exclamación y también admiración, el contraste en la vida del ser humano. No todo es felicidad, no todo es muerte… afirmar la existencia de la bondad, del bien, del amor no es ninguna fantasía; afirmar la existencia del mal, el odio, la venganza no es ninguna locura… Hoy, el bien, la bondad, el amor existen, negarlo sería ocultar la grandeza del ser humano. Hoy, el mal, la injusticia, la marginación, el odio, los sufrimos, negarlos sería no reconocer la verdad del ser humano. Tenemos hambre y sed de Dios. Afirmar que Dios existe, afirmar que Dios no existe, es hacer presente a Dios. Dios nos acompaña, Dios está…
Número 556 (noviembre-diciembre 2024)
Cuando afirmamos a Dios ¿de qué Dios hablamos? Cuando negamos a Dios ¿en qué Dios pensamos?
Tomar la Biblia en nuestras manos, con corazón sincero y vacío de todo interés particular, leer sus páginas y así conocer, escuchar, meditar y contrastar lo que hacemos, lo que deseamos, lo que sentimos, con lo que leemos, y poner en práctica lo que nos es trasmitido y lo hemos hecho nuestro. Dejar que el eco del Espíritu sea la luz de nuestra vida, vivir la unidad del encuentro con la “Palabra” y entrar en un proceso de reconocimiento y afirmación de Dios. ¿De qué Dios?
En el Antiguo Testamento, se nos presenta un Dios más justiciero. En el Nuevo Testamento, aparece un Dios más Padre. Sin duda la Biblia revela de manera progresiva quién es Dios y lo hace a través de eventos históricos y de su relación, según los humanos, con la gente a lo largo de la historia. La experiencia de los hombres y mujeres que nos transmiten la realidad de Dios, es experiencia humana y, no por eso, menos profunda, que brota de lo más interior, de lo menos contaminado por el mismo ser humano… esa experiencia merece la pena ser conocida porque es más que una vivencia, es una relación vivida, relación consciente, reflexionada, que implica y transforma interiormente de alguna manera. La experiencia es fuente de conocimiento, de esos conocimientos que cómo decía el psicosociológo Karl Rogers: “He llegado a creer que los únicos conocimientos que pueden influir en el comportamiento de un individuo son aquellos que él mismo ha descubierto y los ha hecho suyos”. Es fundamental la experiencia personal… “La experiencia adquiere autoridad sólo como experiencia reflexionada; la experiencia es más que meramente una vivencia.” (E. Schillebeeckx)
Volviendo atrás: “El Dios de Antiguo Testamento es un Dios de ira, mientras que el Dios del Nuevo Testamento es un Dios de amor”. Esto no es del todo cierto, el amor de Dios también se revela en el Antiguo Testamento: “Porque el Señor, tu Dios, es un Dios compasivo: no te dejará, ni te destruirá, ni olvidará el pacto que juró a tu padres.” (Dt 4,31. Cf. Éx 34,6; Nm14,18; Neh 9,17; Sal 66,5,15; 108,4; 145,8; Jl 2,13). En el Nuevo Testamento, el amor y la bondad de Dios está presente se manifiesta… “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quién crea en él no perezca, sino tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él.” (Jn 3, 16-17) “En esto consiste el amor; no es que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a Su Hijo en propiciación por nuestros pecados.” (1Jn 4,10)
Para enviar a su Hijo, Dios se valió de sus hijos, hombres y mujeres, patriarcas, profetas. Hombres y mujeres para anunciar buenas nuevas, propuestas cargadas de esperanza, anuncios de un Dios de la vida que evidencia un contraste en un mundo de muerte. Y el Antiguo Testamento camina hacia Jesús donde ha tenido lugar la manifestación plena e irrepetible de Dios a la humanidad. Con Jesús de Nazaret “se hizo visible la bondad de Dios y su amor a los hombres” (Tit 3,4). Conocer a Dios desde la vida completa de Jesús: “sólo la vida completa de Jesús es la revelación de Dios en Jesús de Nazaret” (E. Schillebeecks).
Y todo esto hay que situarlo, hacerlo presente, en el “aquí y ahora” con toda su complejidad porque es en este “aquí y ahora” donde se dan las experiencias humanas, revelación de la misma realidad y revelación de lo no pensado o no producido por el ser humano que tiene su autoridad y su vigencia y poseen fuerza cognitiva, crítica y liberadora en la larga búsqueda humana de la verdad y la bondad, la justicia y la felicidad. Y todo esto es, se hace realidad, cuando nuestras experiencias están bajo la condición de la libertad y se les reconoce su espacio en la pluralidad y heterogeneidad propia de nuestro mundo. Si eso no es posible nuestras experiencia son pobres y pueden ser manipuladas. (Cfr. E. Schillebeeckx. Los hombres relato de Dios). Por eso, en nuestra realidad, el mundo de hoy tan plural y disperso, tan abundante en ofertas y posibilidades, la decisión personal es una exigencia, un compromiso, es responsabilidad que da categoría, valor y, por tanto, motiva para buscar la verdad, el sentido de nuestra vida. No es el hecho de “¡está mandado!” el motivo o la razón de nuestro planteamiento de vida. Puede estar mandado, pero la fuerza y su sentido está en conocer la razón y el por qué de este mandato: La ley está hecha para el hombre, no el hombre para ley (cfr. Mt 12,1-8; Mc 2, 23-28; Lc 6, 1-5).
Mandando no se predica, no se descubre ni se deja descubrir la Buena Nueva que nos trae el Hijo de Dios. Solo los clericalismo y paternalismos utilizan el método de mandar, tienen gran interés en decir a los demás lo que han de hacer, es lo contrario a fomentar la autonomía y el discernimiento personal que hace crecer. El objetivo ha de ser el crecimiento de las personas, no la sumisión a un sistema cerrado. En un sistema cerrado no es nada fácil conocer la vida completa del Hijo de Dios que nos interroga y nos plantea una forma de vida a la que responder personalmente. Lo importante, en ese sistema cerrado, es la sumisión, el cumplimiento.
¿De que Dios se es ateo, de qué Dios se es creyente?
El filósofo francés André Comte-Sponville nos sorprende con esta historia judía: Una pareja de judíos franceses, los dos ateos, acaban de tomar una decisión importante: han decidido matricular a su hijo en una escuela privada, a la sazón católica. No tiene otro interés que el puramente pedagógico: se les ha dicho que la enseñanza es de excelente calidad. Tras el primer día de clase, preguntan a su hijo: “-¿Y bien? ¿Qué has aprendido hoy? –Era el día de la vuelta al colegio. Aún no tenemos mucho trabajo. Pero yo, sin embargo, ha aprendido algo interesante. –¿De qué se trata? –Que existen tres Dioses: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
El padre, repentinamente lleno de ira, exclama: -¡De eso nada, hijo mío! Escúchame bien, es muy importante: ¡Solo existe un solo Dios! Y nosotros no creemos en él”. (Concilium 337- sept. 2010- 39)
Parece una contradicción. Contradicción como la que expresaba el director de cine aragonés, Luis Buñuel: “Soy ateo por la gracias de Dios”. La cuestión que se planea es, por tanto, de qué Dios hablamos. ¿Qué negamos, realmente? ¿Qué afirmamos, realmente? Tenemos razones para creer en Dios y razones para negar a Dios: Razones que afirman y razones que niegan y no hablan de Dios, hablan del hombre. Los argumentos hacen mención de lo que nos gusta y de lo que no nos gusta, afirman o niegan todo aquello que ayuda a ser o que no ayuda a ser, siempre con los límites de la condición humana.
Toda creencia, todo compromiso tiene un margen, un espacio de desconocimiento que precisa de la confianza, la credibilidad, vacía de todo interés; confianza y credibilidad como un don gratuito, un regalado, como una renuncia a uno mismo, a la vez. Esta capacidad de donación es la muestra de nuestra grandeza, es la muestra de la calidad de nuestra humanidad, porque es una manera de recuperar nuestra interioridad. Como dice el dominico fr. Timothy Radcliffe: “Una razón por la cual tantos de nuestros contemporáneos no sienten la presencia de Dios es porque Dios reside en el núcleo mismo de nuestra interioridad, dándonos existencia en cada momento. Pero si somos “personas que no están allí”, entonces es Dios quien parece ausente, aunque seamos nosotros mismos los que lo estamos. […] Entonces, cuando sintamos un vacío en nuestros corazones que anhelamos llenar, debemos apreciarlo, porque es donde Dios mora. Es el útero vacío en nosotros que solo Dios puede llenar. “
Hambre y sed, necesidad cuando la distancia entre los seres humano se hace grande, la insatisfacción es tan grande como esa distancia que se experimenta. ¿Será? : A mayor distancia de los demás, más alejado de Dios.
En la medida que fue avanzando la Modernidad, los humanos nos hemos instalado en este tierra, en esta vida terrenal y se ha perdido el interés por la trascendencia y el resultado es vacío e incapacidad para leer los signos de los tiempos que es el lenguaje de Dios.
Incapacidad para la convivencia, el diálogo, tan necesario pues los enigmas de nuestra existencia no nos lo revela la introspección sino, más bien la extraversión, el contacto con el mundo, con los demás, con Dios.
“Señor Dios nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” (Sal 8, 2) La tierra, obra de Dios, tiene la señal de Dios. Los demás, todos somos hijos de Dios y palabras de Dios, juntos construimos el relato de la historia de la que somos protagonistas. Nuestro amor hace presente a Dios. “Dios es Amor”.