Revista CR: Hambre y sed de humanidad
“El ser humano es creado por amor…” El ser creado no es su creador. El ser humano no es Dios. Desde el origen hasta el final, el amor es nuestra realidad. Todo amor es inicio, precisa de respuesta y es creación. Responder y ponerse en camino para llegar a ser lo que somos: “imagen y semejanza de Dios”.
El ser humano no es una cosa, es alguien: una persona que piensa, ama, crea y elige -libre y responsable-, que se pregunta por su Creador, pues solo el hombre es “capaz de Dios”. Ser imagen de Dios implica tener en común el conocimiento, el amor y la libertad. El alma es el centro que simboliza nuestro corazón: “Por encima de todo guarda tu corazón, porque de él brota la vida” (Prov 4, 23).
Y cada ser humano es imagen de Dios; cada ser humano tiene la dignidad de persona, es alguien capaz de conocerse, de donarse libremente y de entrar en comunión con Dios y con las otras personas (Catecismo, n.66)
Y el ser humano habla de Dios, del amor, de la libertad, de lo que es y a lo que está llamado… la vida es el camino para llegar a la plenitud, el encuentro con el Creador, que se hace, según el evangelio, “construyendo sobre roca y no sobre arena” (Mt 7, 24-27).
Hambre y sed de humanidad: ¿Es que la humanidad ha perdido su identidad? La humanidad parece oculta, somos testigos y protagonistas de realidades inhumanas: guerras, injusticias, abusos, fobias, etc.
Hay hambre y sed de humanidad que parece escondida, desdibujada y no percibimos su verdad, la verdad del ser humano. “¡Ojala el humano fuera todavía más humano! Ser humano no significa ir más allá de lo humano, sino intensificar lo humano, profundizar en lo más humano: ahí está lo más valioso.” (J.M. Esquirol)
Profundizar, profundidad, ahí es posible, se da, el encuentro; se descubre, se celebra, se conoce, se experimenta, y no es cuestión de extensión, cantidad, grandeza, es cuestión de experiencia veraz de lo que somos y podemos llegar a ser y de lo que los otros son, y ese encuentro es anuncio y presencia de Dios. Desde la profundidad brota la necesidad de llamar, llamada, reconocimiento amoroso, del Señor, a Dios Padre… y cuando la llamada, por su nombre, es a los demás, es el amor que se hace presente. Dios es Amor. Esto es humanidad y si ésta está ausente ¿qué es lo que permanece? ¿qué es lo que nos motiva a vivir?...
Número 555 (septiembre-octubre 2024)
El amor dice de cada uno de nosotros. Salimos o venimos del amor, y necesitamos del amor, lo buscamos, y damos amor… Es el otro el que permite tomar conciencia de uno mismo, el que ayuda a conocerse, el compañero de viaje. Es el otro, contraste, diálogo, confrontación, el que hace posible salir de uno mismo, avanzar, evolucionar, conocer y así bien hacer, bien utilizar, responder, no sólo para superar, también para crecer y para crear (“hacer algo a partir de algo”). Experimentar, sentir y conocer, lo bueno y lo menos bueno que nos impulsa a seguir viviendo en la búsqueda constante de la necesidad, necesidad de amor, necesidad de amar. El amor se conoce con los demás y se da a los demás, “el amor es verdaderamente la acción” (Duns Escoto) y es realidad cuando es vida, es decir, no permanece ni quieto ni callado, se mueve junto a los demás, con los demás y para los demás.
Hablar de humanidad, es hablar, sobre todo, de amor. Hablar de humanidad teniendo como meta el tener más, poder más; calibrarla y definirla desde la cantidad, el cuánto, es una humanidad contaminada, tóxica, que pierde su sentido, su color, se oculta bajo las apariencias, el desprecio, la falta de reconocimiento, la desigualdad, el dominio y el poder, el interés egoísta y, consecuentemente, alejada de los demás… ¿Cómo ser humano sin los humanos?
“Entonces el Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo… El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín del Edén, para que lo guardara y lo cultivara… El Señor Dios se dijo: -No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle el auxilio adecuado. Entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las fieras salvajes y todos los pájaros del cielo, y se los presentó al hombre, para ver qué nombres les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre le pusiera… Pero no encontró el auxiliar adecuado. Entonces el Señor Dios echó sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió. Le sacó una costilla… El Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: -¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!. Su nombre será Hembra, porque la ha sacado del Hombre. “ (Gn 2, 7.15.18-23)
Y Dios vio que el hombre estaba triste, le faltaba algo y determina darle al hombre autoridad y poder para definir, poner nombre, a lo creado por Él. A pesar de la autoridad concedida y del poder depositado, el hombre seguía triste, no se identificaba, no sabía: ¿Quién soy? Sólo ante otro ser igual a él, otro humano, el hombre vuelve a la vida, se pone en marcha, se encuentra, se identifica.
¿Cómo desarrollar, vivir esta nueva realidad humana? Nueva realidad humana: compartir para vivir. Nueva realidad que se enriquece, crece, es vida, porque es compartida. “La humanización se consuma en la relación personal: a imagen de Dios, que es capaz de relación por amor y en libertad, […] los hombres son imagen de Dios por su estructura comunitaria y por su capacidad para un verdadero amor entre sí, mediante el cual Dios mismos se hace presente en el mundo.” (Emilio J. Justo)
Hablar de nueva realidad humana, desde la dimensión cristiana, desde la mentalidad cristiana, se puede asociar, es hablar de “Nueva humanidad” que es el testimonio del Hijo de Dios, Jesucristo. “Nueva humanidad” que será posible con la transformación de las personas en “hombres nuevos” que se hace patente en el interior de los corazones donde Dios actúa. “Hombres nuevos”: “Ello es imposible si los individuos y los grupos sociales no cultivan en sí mismos y difunden en la sociedad las virtudes morales y sociales, de forma que se conviertan verdaderamente en hombres nuevos y en creadores de una nueva humanidad con el auxilio necesario de la divina gracias” (GS 30)
“Vosotros despojaos de la conducta pasada, de la vieja humanidad que se corrompe con deseos falaces; renovaos en espíritu y mentalidad; revestíos de la nueva humanidad, creada a imagen de Dios con justicia y santidad auténticas. “ (Ef 4, 22-24)
Revestíos de la nueva humanidad, volver a…, no abandonar, tener presente, aceptar, para retomar, no repetir, sino avanzar, hacerlo nuevo. Todo encuentro lleva consigo, es anuncio, de un reencuentro y éste no es como el primer encuentro… Precisamente el reencuentro es razón de esperanza porque no es repetición, es otro. Revestíos, no es volver a lo mismo, no es aparecer como siempre… es cambiar, avanzar, crecer, desde la realidad que se vive, se siente, se manifiesta, y se juzga como buena o como mala, no para quedarse en esa afirmación, buena o mala, sino para aceptarla y a partir de allí reiterar o cambiar, abandonar lo negativo y buscar, aprender, lo positivo. Sin duda, cada día tenemos que pedir perdón a los demás, a Dios Padre, todo no está bien, todo no lo hacemos bien; y cada día dar gracias por la oportunidad de tomar conciencia, y aceptar nuestra realidad y así aprender, rectificar (conversión), revestirse de una nueva manera de estar, de ser, de compartir, de vivir. Revestirse y vestirse de fiesta, cuando todo lo que hacemos está impulsado, marcado, por el amor.
Y todo esto no es una cuestión de ocupar más espacio, más extensión, ser más grande, más fuerte, más poderoso. Es cuestión de profundidad que genera más humanidad.
Siglo XV, en 1492, Giovanni Pico della Mirandola ya anunciaba como el hombre iba a tomar en sus propias manos su destino mediante la ciencia y la técnica, reescribió así el relato de la creación del libro del Génesis: “Dios se complace creando al hombre como un ser que no tiene ninguna imagen claramente discernible. Lo puso en medio del mundo y le dijo: No te hemos dado ningún lugar determinado para habitar, ningún rostro propio, ninguna dote especial. Adam (=hombre), a fin de que puedas tener y poseer a voluntad, y según a ti te parezca, la vivienda, el rostro y todos los dones que prefieras. Para los demás seres, su naturaleza está determinada por las leyes que les hemos prescrito y se mantienen en sus límites. Tú, en cambio, no tienes una sola barrera insuperable, sino que tú mismo has de determinar tu propia naturaleza según tu libre albedrío, en cuyas manos yo he puesto tu destino. Te hemos creado como un ser que no es ni celestial ni terrenal; ni mortal ni inmortal. Antes bien, tú, como escultor y poeta de ti mismo plenamente libre y que trabaja para su propio honor, te darás la forma en que tú mismo quieras vivir.” (Discurso sobre la dignidad del hombre)
El pensador florentino nos presenta, plantea, un nuevo modo de ser hombre, del hombre moderno, “la excelencia de la naturaleza humana”, el hombre como centro del universo y que gracias a su libertad puede crear su propia condición de posibilidad: el hombre se convierte en el sujeto creativo de todo lo que acontece en un mundo cósmicamente condicionado pero religiosa y cósmicamente “desencantado”. Que montón de contradicciones se hacen patentes en la realidad humana, que mezcla de bien y de mal, de sentido y sinsentido, domina nuestra existencia. ¿Quién es el responsable? No caigamos en la tentación de echar la culpa a los demás: Adán culpa a Eva que le dio a comer la manzana y Eva culpa a la serpiente (Gn 3, 9-14). No caigamos tampoco en una religiosidad que hace presente a Dios para justificar, lo que le conviene, afirmando: “es la voluntad de Dios”. Proyectar en Dios nuestros actos, es una blasfemia.
“Me dediqué a investigar y a explorar con sabiduría todo lo que se hace bajo el cielo. Una dura tarea ha dado Dios a los hombres para que se dediquen a ella.” (Ecl 1, 13)
La tarea más importante del ser humano es, precisamente, ser más humano. Séneca aconsejaba: “mientras vivamos, mientras estemos entre seres humanos, cultivemos nuestra humanidad”. Ser cada día más humano también es reconocer al humano que hay en cada uno de nuestros semejantes. Y para reconocer, se precisa de un corazón de carne. “Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.” (Ez 36,26)
Un corazón de carne, es decir, revestido “de compasión entrañable, amabilidad, humildad, modestia, paciencia; soportaos mutuamente; perdonaos si alguien tiene queja de otro; como el Señor los ha perdonado, así también haced vosotros. Y por encima de todo el amor, que es el broche de la perfección.” (Col 3, 12-14).