Revista CR: Hambre y sed de JUSTICIA. “Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia…”
Como en el número anterior, partimos de una realidad de la que somos testigos, presente en nuestro mundo, forma parte, por tanto, de nuestra vida y es la razón del hambre y la sed pues la insatisfacción, el dolor, la amargura, el vacío y el sufrimiento, dominan nuestra existencia. Hambre y sed de solidaridad, de armonía, de unidad, de convivencia, reconocimiento, colaboración.
La ausencia de la Justicia es la razón de esa hambre y sed, y esta ausencia pone en evidencia, denuncia y suscita dudas sobre la condición del ser humano. No es cuestión de ser más que nadie, de tener más que nadie, no es cuestión de distancia, sino de profundidad. Dicho de otra manera: “… el horizonte más importante no se encuentra más allá –más lejos-, sino más adentro” (J.M. Esquirol).
Nos preguntábamos, en el número anterior: ¿Es que la paz no tiene lugar en el que vivir?. Podemos preguntarnos esto mismo sobre la Justicia. La desigualdad es cada vez mayor. “Unos pocos con mucho, muchos con muy poco”(Oxfam). Desigualdad, la justicia no es igual para todos -el rico puede comprar su libertad-. El mundo de las oportunidades queda reservado para algunos, a otros se les niega o ni siquiera lo conocen. La mirada al prójimo mediatizada por su color, su religión, su cultura, su sexo, su origen… es borrar lo que verdaderamente es el otro, no se le otorga, no se le reconoce en su dignidad.
En la Biblia, el término “justicia” significa cumplir la voluntad de Dios. Desde el punto de vista del derecho romano la Justicia consiste en “dar a cada uno lo suyo”. Tener hambre y sed de Justicia es desear con todas nuestras fuerzas hacer en todo la voluntad de Dios, ajustar la vida a lo que Él quiere (o mejor, es). Ajustarse a la voluntad de Dios es asumir la causa de los más desfavorecidos.
Hambre y sed, experiencia del mismo Jesús de Nazaret. Hambre y sed por hacer realidad el plan de Dios, llevar a cabo Su voluntad. “Mi sustento es hacer la voluntad del que me envió y concluir su obra” (Jn 4, 34). La voluntad de Dios, “que quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad.” (1Tm 2, 4). La Justicia de Dios es perdón, acogida, oportunidad, reconocimiento… (bondad, compasión, misericordia, paciencia, fidelidad, amor). Un ejemplo entre otros: la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32). Cómo actúa el padre con el hijo que vuelve a casa, estaba pasando hambre… La justicia del hijo mayor no coincide con la justicia del padre.
Número 553 (marzo-abril 2024)
Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. (Mt 5,20)
¿Cuál era la justicia de los escribas y fariseos? Sabemos que los escribas eran maestros de la ley y los fariseos una comunidad, un partido, defensores de la ley mosaica, y vamos a pensar que ambos cumplían con la ley. ¿Es eso justicia? Si nos quedamos en un contexto de Estado, la justicia se centra en el cumplimiento de la legalidad, cumplir la ley es hacer justicia. Si nos centramos, pensamos, en los individuos, los seres humanos, la justicia es la igualdad entre ellos. “Lo justo es lo que se conforma a la ley y lo que respeta la igualdad, y lo injusto es lo que es contrario a la ley y lo que no respeta la igualdad” leemos en Ética a Nicómaco de Aristóteles. Cumplir la ley y hacer posible la igualdad.
Cumplir la ley ¿y si ésta no es justa? Habrá que rectificarla… Por encima de la ley, de lo que está mandado, está el ser humano. Si no somos capaces de amar y reconocer al prójimo, la justicia de las normas, las leyes, son irrelevantes. “Quien carece de compasión -dirá con todo acierto Nancy Sherman- no puede captar el sufrimiento de otros; quien no tiene capacidad de indignarse no puede percibir las injusticias.” Necesitamos, para entrar en un diálogo sobre lo justo, cultivar las emociones y los sentimientos de justicia y compasión.
Adela Cortina nos cuenta en su libro Justicia cordial: “No es extraño que el mismo Kant, a quien tanto se ha acusado de expulsar a las emociones y sentimientos del campo de la ética, reconozca sin embargo en La metafísica de las costumbres que es un deber ‘no eludir los lugares donde se encuentran los pobres a quienes falta lo necesario, sino buscarlos; no huir de las salas de los enfermos o de las cárceles para deudores, etc., para evitar esa dolorosa simpatía irreprimible: porque éste es sin duda uno de los impulsos que la naturaleza ha puesto en nosotros para hacer aquello que la representación del deber por si sola no lograría’ (Kant, 1989:329). Y haciendo referencias a otros filósofos: “-dijo Marcuse a Habermas dos días antes de morir, en el lecho del hospital al que fue a visitarle-. Ahora sé en qué se fundan nuestros juicios valorativos más elementales: en la compasión, en nuestro sentimiento por el dolor de otros”.
Para Jesús, el criterio sobre si una ley es opresora o liberadora, es el ser humano. “El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27).
En la justicia de los escribas y fariseos lo importante, la respuesta justa, es el cumplimiento de la ley. Sin embargo: “Entonces Jesús, dirigiéndose a la multitud y a sus discípulos, dijo: -En la cátedra de Moisés se ha sentado los letrados y los fariseos. Lo que os digan ponedlo por obra, pero no los imitéis; pues dicen y no hacen. Lían fardos pesados, [difíciles de llevar] y se los cargan en la espalda a la gente, mientras ellos se niegan a moverlos con el dedo. Todo lo hacen para exhibirse ante la gente: llevan cintas anchas y borlas llamativas en sus mantos. Les gusta ocupar los primeros puestos en las comidas y los primeros asientos en las sinagogas; […] ¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: la justicia, la misericordia y la lealtad!¡Eso es lo que hay que observar, sin descuidar lo otro! ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os bebéis el camello!” (Mt 23, 1-7; 23-24).
Jesús, respetó la Ley, No penséis que he venido a abolir ley y los profetas. No vine a abolir, sino para cumplir (Mt 5,17). La pregunta que nos provoca esta afirmación es indagar el contenido, el sentido, el significado de “cumplir” ya que después aparecen una serie de contraposiciones encabezadas por las famosas antítesis de Mateo: “habéis oído que se dijo… pues yo os digo”. El objetivo de los mandamientos es el servicio a la vida, a la justicia, al amor, a la verdad. No es cuestión de cambiar una ley por otra ley. El objetivo es la persona y, por tanto, todo aquello que atente contra la dignidad del hombre y de la mujer nada tiene que ver con la voluntad de Dios.
Cumplir, “dar cumplimiento”, escuchemos al papa Francisco: “Dios nos ama primero, gratuitamente, dando el primer paso hacia nosotros sin que lo merezcamos; y, por ende, nosotros no podemos celebrar su amor sin dar a nuestra vez el primer paso para reconciliarnos con quienes nos han herido. Así hay cumplimiento a los ojos de Dios, de lo contrario la observancia externa, puramente ritualista, es inútil, se convierte en una ficción. En otras palabras, Jesús nos hace comprender que las reglas religiosas son útiles, son buenas, pero son solo el inicio: para darles cumplimiento, es necesario ir más allá de la letra y vivir su sentido. Los mandamientos que Dios nos ha dado no deben encerrarse en la caja fuerte asfixiante de la observancia formal, pues de lo contrario nos quedamos en una religiosidad externa y desapegada, siervos de un “dios amo” en lugar de hijos de Dios Padre. Jesús quiere esto: que no tengamos la idea de servir a un Dios amo, sino al Padre, y por esto es necesario ir más allá de la letra. “ (Ángelus.12.02.2023)
Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. (Jn 1,17).
Hacer posible la igualdad. La palabra justicia se emplea con dos sentidos, como ya se ha indicado: con el de conformidad al derecho y con el de igualdad o proporción. Sin embargo, con gran dolor, se puede afirmar que el principio de que todos somos iguales ante la ley y que todos tenemos derecho a igual protección por parte de la justicia, no se da, no es así.
Quizá esto requiera un análisis más cerca de la moral que del derecho. La moral está por encima de las leyes, la justicia está por encima de la leyes. ¿Qué es lo importante? La libertad de todos, la dignidad individual, y los derechos, primero, del otro.
Por otra parte, aclarar qué estamos diciendo cuando hablamos de igualdad. A qué igualdad nos referimos pues bien sabemos que la diferencia es riqueza para el desarrollo del ser humano, sería muy aburrido, empobrecedor, que todos pensáramos igual. La diferencia provoca contrastes que invitan a seguir indagando, la diferencia pone en evidencia otras realidades que unos ojos no ven y otros ojos si ven, la diferencia abarca más sabiduría, mas conocimiento, más horizonte, más posibilidades, más apertura, ir siempre más allá de lo dicho, hecho, conseguido. La diferencia, podría entenderse también como llamada a la trascendencia.
Igualdad, sí, de oportunidades, de consideración, de reconocimiento, de respeto, de derechos, que cuando digamos libertad ésta sea posible para todos, no solo para unos pocos. Igualdad y libertad son principios fundamentales de la justicia. La riqueza de lo que sea no proporciona ningún derecho especial, proporciona un poder especial, y el poder no es la justicia.
La justicia es igualdad y ésta no es uniformidad.
Según el filósofo francés Émile-Auguste Chartier (1868-1952): “La justicia es igualdad. No entiendo por igualdad una quimera, que quizá algún día se realice, sino la relación que cualquier intercambio justo establece en seguida entre el fuerte y el débil, entre el sabio y el ignorante, y que consiste en que, por un intercambio más profundo y absolutamente generoso, el fuerte y el sabio suponen en el otro una fuerza y una ciencia igual a la suya, convirtiéndose así en consejeros, jueces y redentores”
Conocerte a ti, oh Dios, es justicia… (Sab 15,3) Dios manifiesta su justicia en su bondad y fidelidad, en su paciencia y misericordia…
Y Jesús se mezclaba con todos los pecadores, con todos los expulsados, marginados, necesitados, desamparados, enfermos, abandonados… la razón es, cómo responde a Juan en el Jordán: “Déjalo por ahora, pues conviene que cumplamos toda justicia” (Mt 3, 15). La justicia que nace del corazón de Dios, del amor, la compasión, la misericordia, es la justicia que no divide, sino que comparte.
El reinado de Dios no consiste en comidas ni bebidas, sino en la justica, la paz y el gozo del Espíritu Santo. (Rm 14, 17)