Revista CR: Hambre y sed de paz. “Dichosos los que trabajan por la paz...”
En este nuevo año que hemos comenzado el título de cada uno de los número de la revista comenzará así: “Hambre y sed de …” Tenemos hambre y sed de aplacar las necesidades que se hacen más patentes y urgentes por su ausencia. Terminamos y comenzamos un año con la ausencia de PAZ, esta ausencia nos hace conscientes de su necesidad. Hambre y sed, necesidad, urgencia, no estamos para destruirnos… ¿Es que la paz hoy no tiene lugar en el que vivir?
¿La paz no tiene lugar en el corazón de cada persona, en la familia, en el trabajo, en la sociedad, en las iglesias, en las naciones, en nuestro mundo? No tiene lugar, de manera efectiva, no es un hecho, es deseo y propósito, pensamiento, anhelo, necesidad, porque existe, pero no le dejamos sitio, no le abrimos la puerta, no dejamos que aparezca, que sea entre nosotros. Existe todo aquello que el ser humano piensa… se nos hace presente una famosa frase de Mahatma Gandhi: “Cuida tus pensamientos, porque se convertirán en tus palabras. Cuida tus palabras, porque se convertirán en tus actos. Cuidad tus actos, porque se convertirán en tus hábitos. Cuida tus hábitos, porque se convertirán en tu destino”. Aunque, afirmamos, también, que somos más que nuestros pensamientos y podemos pensar sobre lo que somos; podemos mirar las cosas, la vida, desde una distancia que nos permita buscar la armonía, el equilibrio, de las diferencias, lo opuesto que cumple una función que nos enriquece. Hambre y sed, deseo, necesidad, no de un imposible, sino de una realidad que negamos a los demás y exijo para mí.
En La ciudad de Dios de San Agustín, leemos: “la paz del cuerpo es el orden armonioso de sus partes; la del alma irracional, la ordenada quietud de sus apetencias; la del alma racional, el acuerdo entre pensamiento y acción. La paz entre el alma y el cuerpo es el orden de la vida y la salud del ser vivo; entre el hombre mortal y Dios, la obediencia bien ordenada según la fe bajo la ley eterna; entre los hombres, la concordia bien ordenada. La paz de una ciudad es la concordia bien ordenada en el gobierno y la obediencia de los ciudadanos; la de la ciudad celestial, la sociedad perfectamente ordenada y perfectamente armoniosa en el gozar de Dios y en el mutuo goce con Dios. La paz de todas las cosas es la tranquilidad en el orden. Y el orden es la distribución de los seres iguales y diversos, asignándoles un sitio a cada uno”.
Seguimos vacilando entre guerra justa e injusta, entre me atacas y me defiendo. Nos hemos olvidado de la palabra: “No matarás”. Estamos siendo testigos del odio, la irracionalidad, la destrucción… La paz, un quehacer que brota del amor que se declara en el respeto a nuestros hermanos, hombres y mujeres, a su dignidad y sobrepasa lo que la justicia pueda realizar.
Número 552 (enero-febrero 2024)
“Dichosos los que trabajan por la paz” porque la paz no es algo hecho del todo, es más bien un perpetuo quehacer.
La paz, que es obra de la justicia y fruto del amor que sobrepasa todo lo que la justicia pueda realizar.
Trabajar por la paz, “hacedores de paz”. No es suficiente hablar de pacificadores, pacifistas, pacíficos. Estos últimos se les entiende, considera, como suaves, tranquilos, reposados, apacibles, etc. Y pacificador, pacifista, se conceptúa al mediador, intercesor, apaciguador, etc. que desde un tipo de poder, desde el poder, consigue acabar con la hostilidad. Pensemos, por tanto, en “los que trabajan por la paz” o en los “constructores de la paz”, “porque se llamarán hijos de Dios.”
La recomendación que San Francisco hacía a sus hermanos es importante: “Que la paz que anunciáis de palabra, la tengáis, y en mayor medida, en vuestro corazón. Que ninguno se vea provocado por vosotros a ira o escándalo, sino que por vuestra mansedumbre todos sean inducidos a la paz, a la benignidad y a la concordia. Pues para esto hemos sido llamados”.
Para empezar, primordial, la paz que anunciéis la tengáis. La paz con uno mismo. No dudar, el ser humano está capacitado, piensa y persigue todo aquello que le permite desarrollarse como tal y saberse feliz. Descubre y valora para su vida aquello que experimenta y sabe puede alcanzar desde, poniendo en práctica, partiendo de los valores, principios, virtudes como: la confianza, el respeto, la paciencia, la tolerancia, la amistad, entre otras. Es un desarrollo, progreso, en el camino de libertad y autonomía, que se hace muy difícil cuando no se ha superado el egoísmo, la envidia, la necesidad de dominar, el miedo a perder, la falta de autoestima o un exceso de ella, todo lo que es provocador y razón de conflictos entre unos y otros, de guerras entre los pueblos. Y es que el futuro de nuestra vida depende de las decisiones y opciones que se toman y elijen en cada momento. ¿De quién depende nuestra paz, la paz…? Depende de cada uno y de todos.
No hay paz, revisemos nuestros sentimientos, pensamientos, deseos, acciones; ¿qué es primero el “ego” o el “nosotros”? El secreto puede estar no tanto en la preocupación por mi bienestar, la mirada a uno mismo, sino por la preocupación del conjunto, del prójimo, de los que estamos y de los que vendrán. La incapacidad para tomar conciencia de esta realidad es problema de uno mismo. La solución es cuestión de uno mismo. Un quehacer que nos lleva a la paz es reconocer que somos responsables de nuestros pensamientos, sentimientos, deseos, acciones, etc. y, por tanto, no hay que echar la culpa a los demás si queremos resolver cualquier situación conflictiva que impide la armonía en nuestro vivir.
Echar la culpa al otro de lo que nos pasa es una forma de sometimiento al otro, de dependencia, de victimismo. Todo esto es inhumano, es camino de dejadez y apatía; es irresponsabilidad dejar nuestra vida en manos de los demás.
Aparece la necesidad de la autodefensa, una actitud que nace y provoca desconfianza, miedo, inseguridad, prejuicios, se pierde la paz, es “un sin vivir”, desarmonía en nuestra vida. Las relaciones con los demás y con el entorno se hacen difíciles. Vivimos enfadados con el mundo, con la vida, cuando en realidad la desarmonía, el conflicto es con nosotros mismos. “Por eso, si queremos ser personas de paz, necesitamos empezar por pacificar nuestra “casa”, lo cual requiere un “doble” trabajo. En primer lugar, crecer en la aceptación incondicional y el amor a nosotros mismos que, unificándonos, nos pacifique. En segundo lugar, acallar las voces mentales, viniendo al presente. Mientras permanezcamos en el ego –en la mente no observada-, no deberemos extrañarnos de estar fomentando guerras a todos los niveles. Como ha escrito M. Brown, “el turbulento estado del mundo en que vivimos hoy en día es una prueba del hecho de que el mundo es el patio de recreo de unos inmaduros emocionales”. Si queremos ser constructores de paz, necesitamos crecer emocionalmente, gracias a un trabajo psicológico de autoaceptación y a un trabajo espiritual de reactivación de la presencia, que serene el ego.” (Enrique Martínez Lozano)
La paz con nuestro entorno, con los demás y con lo demás: “No reina Dios por lo que uno come o bebe, sino por la justicia, la paz y la alegría que da el Espíritu Santo; y el que sirve así a Cristo agrada a Dios, y lo aprueban los hombres. En resumen: esmerémonos en lo que favorece la paz y construye la vida común” (Rm 14, 17- 19).
La vida común sin problemas no es una realidad, la ausencia de conflictos no es la paz, será lo que se viene a llamar “la paz del cementerio” que tiene más que ver con el sometimiento y la pasividad impuesta por la fuerza o, en ocasiones puede ser por la irresponsabilidad, la ausencia de todo compromiso que busca el bien de todos.
La paz se refiere a la actitud que nos permite convivir con la diferencia. Para que esto sea posible se precisa, es imprescindible, el respeto y la valoración del otro, de los otros. En la Biblia, la paz –shalom en hebreo- indica la condición de armonía de la persona consigo misma, con Dios y con lo que la rodea; aún hoy es un saludo entre las personas, como un deseo de vida plena. La paz es ante todo don de Dios, pero también depende de nuestra adhesión.
Hay paz cuando del conjunto resulta un orden perfecto. Hay paz porque se admiten, se reconocen, se aceptan las diferencias. La madurez del ser humano es realidad cuando se es más que nunca útil a los otros y capaz de amar de manera justa. Si vivimos en pelea continua con uno mismo, se hace imposible vivir en armonía con los demás. Está fórmula era de Gandhi: cambiamos el mundo al cambiarnos a nosotros mismos. La verdadera revolución es interior.
Entre todas las bienaventuranzas, esta resuena como la más activa, pues nos invita a salir de la indiferencia para convertirnos en constructores de concordia a partir de nosotros mismos y a nuestro alrededor, poniendo en acción inteligencia, corazón y brazos. Requiere el esfuerzo de preocuparse por los demás, sanar heridas y traumas personales y sociales provocados por el egoísmo que divide y promover todos los esfuerzos en esta dirección.
Acudimos a los evangelios: “Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Pues yo os digo que no opongáis resistencia al que os hace el mal. Antes bien, si uno te da una bofetada en [tu] mejilla derecha, ofrécele también la otra. Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica déjale también el manto. Si uno te obliga a caminal mil pasos, haz con él dos mil. Da a quien te pide y al que te solicite dinero prestado no lo esquives. Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos. Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué premio merecéis? También hacen lo mismo los recaudadores. Si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? También hacen lo mismo los paganos. Sed, pues, perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto. “ (Mt 5, 38-48)
Los cristianos no podemos conformarnos con la teoría de la “legítima defensa”. Los cristianos no podemos justificarnos diciendo hay que ser realistas: a la violencia solo se le puede responder con la violencia. Hay que responder de forma contraria a la del adversario…
“Bienaventurados los misericordiosos, bienaventurados los que saben perdonar, lo que quiere decir: bienaventurados los que saben dar el primer paso para acercarse. Porque nada hay mejor que el que, de repente, en un conflicto, uno perdona.
Todos somos monos de imitación. ¿Tú me has hecho esto? Pues yo te hago lo mismo. La misma cosa o equivalente. Y de esta manera no salimos del circulo infernal, donde con toda calma, fríamente, se da la vuelta para volver siempre a los mismo. ¿Qué progreso no podría obtenerse si nos decidiéramos de una vez para siempre a abandonar nuestras posiciones?
No hay más que una salida: que uno de los dos tenga la idea prodigiosa de comenzar a amar al enemigo. Cuando se recibe un bofetón en la mejilla y se devuelve otro, este no es más que el eco del anterior; pero si el que lo recibe no lo devuelve, sino que perdona, entonces hace aparecer sobre la tierra algo inesperado. […] Bienaventurados los misericordiosos, los que llegan a salir de esa indolencia que nos impide hacer algo nuevo en nuestra vida.
Bienaventurados los que rompen los círculos viciosos de nuestros rencores y odios. Si amáis a los que os aman, ¿no hacen lo mismo los paganos? ¡Sed misericordiosos! ¡sed creadores! Dios no se ha dejado dominar por el pecado, no hace como nosotros. ¿Te enfadas? Pues yo también. Cuando Adán se escondió, salió a su encuentro. Dios da siempre el primer paso: “Adán, ¿dónde estas?”. Solamente nos parecen admisibles aquellas situaciones en las que encontramos algo provechoso, hacer un favor a aquellos que nos lo han de devolver, sonreír a aquellos que nos han de sonreír. Pero sonreír a aquellos que nos escupirían a la cara, ayudar a los que nos volverían la espalda, estos son actos libres creadores.
Bienaventurados los artesanos de la paz. O sea, los que no se resignan a los estados de guerra, a las disputas sin solución.” (Evely)