Revista CR: La calle, camino de búsqueda y encuentro
Cuando se está mucho tiempo fuera de casa no es extraño decir u oír algo así como: “¡qué bien está uno en su casa!” A la casa volvemos cuando hemos acabado nuestros quehaceres de cada día y ahí nos encontramos con los que amamos y ahí celebramos, ahí lloramos y reímos
“De la casa se sale y a la casa se vuelve… La casa une tierra y cielo… es cobijo… El otro es la casa primordial” [CR 527 (2019)]. Y cada casa ocupa un lugar y un conjunto de ellas hacen un barrio y un pueblo y una ciudad. Espacios habitados por hombres y mujeres que se sienten como: el padre o la madre, el hermano o la hermana, el amigo o la amiga, el vecino o la vecina, el abogado, el médico, el párroco, el fontanero, el albañil, la peluquera y el peluquero… y tenemos que acudir a ellos; nos necesitamos, somos cuidadores unos de otros.
Y de la casa salimos y nuestro pie descansa en la calle. La calle, un lugar de todos y de nadie. Salir de casa, poner el pie en la calle, para acudir a una llamada, para pedir ayuda, para pasear, para pensar, para visitar, para adquirir aquello que necesitamos y para más cosas. La calle un camino de búsqueda y encuentro. El cobijo amoroso que es el hogar lo abandonamos y salimos a un espacio más amplio que su techo, su límite, es el cielo. Nuestras calles, testigos de nuestro caminar, pasar… pasar de tantas maneras como situaciones experimentamos.
La calle, que se puede traducir como “camino” para desplazarse por la localidad que se habita, y es el espacio exterior donde nos encontramos con lo “exterior”, valga la redundancia, que confronta e invita a abrirse y a comprender, a asumir, a hacer propio aquello que a todos incumbe pues somos caminantes en un espacio, la calle, que es de todos. Caminar por la calle puede descentrar el yo y permitir la toma de conciencia, en ese “aquí y ahora” en la calle, de la propia fragilidad y a la vez de la fuerza, de la pregunta: ¿cuál es mi lugar en el mundo? Y, también, ¿qué es lo que me vincula con los demás? La calle tiene vida, es escenario de fiesta y celebración, de pesar y dolor… Las calles tienen nombres, tienen su identidad, su singularidad. Hay calles grandes y pequeñas, guapas y feas, ricas y pobres, todas las calles no huelen igual. La calle acoge a todos, a los que van raudos a sus asuntos, a los paseantes, a los contemplativos, a los “mucho” y a los “nada”. Las calles están limitadas por grandes y pequeños edificios y también, en los centros de los grandes paseos y avenidas hay tiendas de campaña habitadas por los que se quedaron sin casa… La calle, es lo mínimo, es un derecho.
La calle, un camino de búsqueda y encuentro, por lo mismo, de contrastes, de sorpresas, de agresiones y de delicadezas. Y “la calle habla”, se utiliza como sinónimo de opinión pública: “lo que dice la calle”, “la calle opina”, etc.
Número Nº 531 (noviembre- diciembre, 2019)
LA CALLE, camino de búsqueda y encuentro.
Podemos identificar calle y camino, el vocablo latino callis también se traduce como ”camino”. Por la calle callejeamos, por los caminos caminamos; por la calle circulamos para llegar a ese destino, por los caminos marchamos para alcanzar esa meta.
El camino puede hacerse acompañado y en la más íntima soledad (que es el precio de la libertad), también la calle, pero, en ésta es más común encontrarse con otras personas conocidas y muchas desconocidas. Y además del encuentro con los demás, el encuentro con uno mismo.
La calle es un espacio diseñado, definido por los mismos edificios y locales, por donde las personas se mueven, transitan y están. La calle, donde acaecen múltiples situaciones. La calle, un entorno, un contexto, con potestad de influir, se da la confrontación, se es interpelado, remite a uno mismo… Todas las circunstancias, todos los contextos, precisan de nuestro reconocimiento y observación para responder de la manera más equilibrada y el hecho de situar cada cosa en su contexto, en su tiempo, en el momento, faculta para mirar más allá de las propias narices, de la propia sensibilidad, e interpretar, captar y conocer, lo que está alrededor.
Hoy, se vive de tal manera o se pretende vivir de una manera “hiperindividualista” que urge recordar una y cien veces que no se está solo. El contexto donde nos movemos manifiesta que hay “otro” que hay “otros” que nos acompañan. La vida no se hace solo, no se está solo, otra cosa es que se opte por prescindir de los demás o, tristemente, se niegue, se ningunee, a los demás. La calle es de todos y la alegría o la tristeza, el blanco y negro o el color, lo ponen sus peatones. Y en ese contexto reconocido, observado, no sólo se pasa, sino que éste también “pasa” por cada uno y es una recomendación a otro modelo de vida que no sea lo instantáneo, rápido, fugaz, que no sea el yo, yo y yo, sino la paciencia, la reflexión, la observación y la responsabilidad de que se forma parte de…, se pertenece a… se está en…
La calle, lugar de experiencias y sorpresas: ¿Quién no se ha sorprendido alguna vez caminando por la calle cargado con un dilema y dar sorpresivamente con la respuesta? ¿Quién no se ha sorprendido alguna vez caminando por la calle y encontrase con esa persona que hace años despareció de su mapa, pero no de su corazón? La calle, lugar de encuentro y lugar de búsqueda…
Salimos a la calle porque tenemos una necesidad; salimos a la calle porque queremos pasear y tomar el aire; salimos a la calle porque necesitamos otro horizonte, otra dimensión, otra soledad u otra compañía. Y es que en la calle se puede encontrar lo que no se busca y buscar lo que no se va a encontrar. Hay deseos y necesidades que no se encuentran donde uno quiere o cómo uno quiere y cuándo uno quiere. Hay realidades de nuestra vida que aparecen cuando menos piensas, donde menos piensas. Por otra parte, la misma ansiedad de búsqueda o de encuentro limita la capacidad de “darse cuenta”, de ver; se pasa por delante y no se percibe porque la misma ansiedad ciega. Por eso, la calle está también para ser contemplada y contemplar, para ser reconocida y reconocer, tomar posesión de ella y compartir, relacionarse, fraternizar, saberse perteneciente de ese mismo lugar en el que nos movemos para alcanzar y llegar a los destinos prefijados, destinos conocidos o por descubrir. La calle, algunas veces para perderse y así encontrarse…
Hay ocasiones, sobre todo cuando se vive o se quiere vivir demasiado deprisa, que perderse es la oportunidad para ordenar las ideas y los pensamientos, y salir de la realidad que nos rodea para luego volver más fuerte. A veces, la mejor forma de encontrarse a uno mismo es perderse, liberarse de ciertas ataduras, presiones, que dan paso a la ansiedad y el estrés. Urge salir de ahí y volver a un rumbo vital consciente. Salir y tomar otros caminos, senderos, algunos laberintos, incluso, que despierten y liberen de tantas obligaciones, intereses, empeños; abiertos a lo nuevo y dispuestos a no perder la oportunidad de encontrar la felicidad, el equilibrio. Los cambios no son para temerlos, son para leerlos y así dar con nuevas posibilidades que son caminos de una mayor integración personal, más madurez, más equilibrio.
De nuestros miedos nacen nuestros corajes y en nuestras dudas viven nuestras certezas. Los sueños anuncian otra realidad posible y los delirios otra razón. En los extravíos nos esperan hallazgos, porque es preciso perderse para volver a encontrarse. (Eduardo Galeano)
La vida como muchos caminos y calles no es una línea recta. Una carretera recta en kilómetros y kilómetros invita al sueño… ¡peligro! La vida, una línea recta marcada por la autoridad (autoritarismo), doctrinas, normas y leyes, costumbres, invita a dejarse llevar, al sueño del cumplimiento, a la fidelidad a las leyes y normas… no a la fidelidad a uno mismo.
La vida, como los caminos y las calles, no es una línea recta y puede ser una vía pedregosa y borrosa que incita al miedo porque no se tiene claro por dónde se va y a dónde agarrarse, y todavía peor si se camina cada vez más deprisa y cada vez más perdido. El problema no es ir por “mal camino”, el problema es no saber por dónde se camina.
El Señor nos ha enseñado el camino, Él es el camino… (Jn 14,6) para andar por la vida, para hacer la vida, como las calles para transitar por un espacio compartido. El caminar que mueve y permite saberse vivo y conduce a alcanzar lo que se es y a lo que estamos llamados. La calle, el camino de búsqueda y encuentro.