Revista CR: La casa, donde se ejerce el oficio de ser persona
En las ciudades, somos testigos de la realidad de hombres y mujeres durmiendo en la calle, en los portales de comercios y bancos, en los espacios hondos de las entradas de los edificios, ahí se montan, con cartones, su zona para descansar, para protegerse… todo lo verán desde el suelo y hace mucho frío.
¿Esa es su casa? Sí, quizá, para algunos esa sea su casa, para otros su desgracia, su triste consecuencia de un fracaso, de un abandono, de una enfermedad, de una injusticia… ¿Cómo ejercer, desde esa “casa” y en esa “casa” el oficio de ser persona? ¿Qué se puede exigir a las personas víctimas de esta realidad? Están y no tienen a dónde volver. De la casa se sale y a la casa se vuelve… Sí, el techo es el cielo, ¿pero no nos hemos pasado, por aquello de la altura? ¡Qué difícil calentar ese espacio tan inmenso!
“La casa une tierra y cielo… es cobijo. La casa es la expresión más emblemática de amparar y de cubrir para proteger. Amparar, acoger, proteger, esto procede del prójimo. El otro es la casa primordial: “Así, desde el comienzo de su vida, el hombre se halla inmerso ante todo en el otro, arraigado en él. El arraigo en el otro media todas las demás relaciones. Primariamente es el otro quien se preocupa de nuestras necesidades […] Son el otro y, en el vínculo natural, necesario y recíproco, los otros quienes nos ponen a cubierto y a cuya ayuda debemos que la tierra pueda para mi llegar a ser tierra y el cielo, cielo: los otros son el hogar originario” (Jan Patocka)
Todos precisamos de un contexto cálido, acogedor, que nos proteja del mundo exterior. Saberse acogido, ser hospedado, es una oportunidad para tomar conciencia de que existimos.
Para “ser”, ser con los demás. No nos bastamos con nosotros mismos. Cada uno de nosotros es hogar, lugar de acogida también, y podemos crear hogar allí donde vayamos… La casa, el hogar, espacio que hay que edificar también en el interior. La casa es una gracia y es un don, “une tierra y cielo”, aprendemos a ser persona y a ejercer el oficio de ser persona.
Número Nº 527 (enero-febrero, 2019)
LA CASA, donde se ejerce el oficio de ser persona
En la carta encíclica LAUDATO SI el Papa Francisco titula el primer capítulo: “Lo que le está pasando a nuestra casa”. La casa común, la situación de la humanidad y del mundo. Cuando la situación de la humanidad, su calidad de vida, y del mundo, se vuelve preocupante, es porque va por derroteros nada convenientes. Hay sufrimiento. “Si la mirada recorre las regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta de que la humanidad ha defraudado las expectativas divinas” (LS 61)
De todos sus habitantes es la responsabilidad de cuidar esta casa que se nos ha dado. “Los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe” (Juan Pablo II)
“En la primera narración de la obra creadora en el libro del Génesis, el plan de Dios incluye la creación de la humanidad. Luego de la creación del ser humano, se dice que “Dios vio todo lo que había hecho y era muy bueno” (Gn1,31). La Biblia enseña que cada ser humano es creado por amor, hecho a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn1,26). Esta afirmación nos muestra la inmensa dignidad de cada persona humana, que “no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas” (LS 65) Como también es capaz, con y por otras personas, de “labrar y cuidar” el jardín del mundo (cf. Gn 2,15). “Mientras que “labrar” significa cultivar, arar o trabajar, “cuidar” significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza” (LS 67)
Somos parte de esa “casa común”, parte del entramado de relaciones en el que convivimos… y hemos de cuidar. Esto supone cuidar cómo somos casa cada uno de nosotros, cómo influimos en las vidas de otras personas, cómo contribuimos a que se sientan acogidas y acompañadas, así vamos creando un hábitat que nos humaniza, que es expresión del proyecto de Dios, del amor de Dios.
“Las casas son construcciones para ser habitadas, es cierto, y desempeñan un papel decisivo en la elaboración de nuestra experiencia humana. Pero, además, todas las casas hablan, por su presencia o ausencia, de algo que está más allá de ellas. Hablan de lo que es un ser humano, materia inmensa y breve al mismo tiempo, algo asombroso. Hablan del conocimiento que sólo es verdadero si alberga en sí la conciencia de lo que hoy ignora y seguirá ignoto hasta el final.
Hablan de la lucha por la supervivencia, con su rudeza, su dolor y tumulto, pero también de la excedencia que experimentamos, porque si la vida no se desborda, no es vida. Hablan de la intimidad, dentro y fuera de la piel. Hablan del silencio y de la palabra, que unas veces se contradicen y otras no. Hablan de lo cumplido y de lo postergado, del sueño y de la vigilia, de lo fraterno y de lo opuesto, de la herida y del júbilo, de la vida y de la muerte.
Habitar, decía Heidegger, significa “proteger y cultivar”. El filósofo recurre a una cita del texto bíblico sobre los orígenes: Dios, el Señor, tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara (Gen 2, 15). Cultivar nos remite, así, al modo en que transformamos la naturaleza con nuestra actividad. […] Además, el ser humano está llamado no sólo a cultivar, sino también a proteger. Es decir: no sólo a servirse de la vida para poder vivir, sino a cuidar de los demás seres vivos, y, en este sentido, de toda vida que encuentra… El rasgo fundamental del habitar es este cuidar.” (José Tolentino Mendonça)
Habitar y cuidar son rasgos y expresiones del oficio de ser persona. En el cómo habitamos y en el cómo cuidamos, damos a conocer qué personas somos y cuál es nuestra manera de ser. “Manera de ser que se muestra como movimiento de salida y a la vez “reflexivo”, es decir, autorreferencial, de repliegue sobre sí. En el movimiento de la existencia se está implicado. Si bien puede hablarse de madurez, más que con hitos alcanzados y superados, la existencia tiene que ver con la tensión y la vigilia. En cuanto tensión reflexiva busca, por un lado, amparar y ampararse y, por otro, comprender. El cuidado, la solicitud, el amparo están ligados a la experiencia de la finitud y la vulnerabilidad…” (J. M. Esquirol)
Desde esta realidad que nos define, finitud y vulnerabilidad, tenemos que ser, hacernos, crecer, habitar en lo que se nos han regalado y hacerlo más habitable, “cuidar y labrar”, y capacitar para los que puedan llegar y podamos traer.
Este trabajo, esta misión, este oficio es propiamente nuestro, es humano y es humanizador, y requiere de ese movimiento de salida y a la vez de repliegue sobre sí, autorreferencial, “reflexivo”.
“Nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad”. (Carl Jung)
Y en la casa, en ese espacio que nos encontramos y que podemos construir y que somos cada uno, es donde mejor se crean, se aprenden, se viven, los vínculos afectivos, que son un reflejo de la relación que mantenemos con nosotros mismos. Cada uno es protagonista y responsable de su vida. Los demás ni nos dan ni nos quitan, son espejos que nos muestran lo que tenemos y lo que nos falta. Ese contraste es una oportunidad. Ante los demás y con los demás, el mejor maestro es uno mismo, nuestra reflexión, nuestra valoración, nuestra respuesta. Toma de conciencia y libertad para elegir y decidir, con responsabilidad. Los “otros” son una invitación nada más y nada menos, importante, y no los vemos como son, sino como nosotros somos: “proyección”. Esta toma de conciencia es un principio que nos conduce a la sabiduría.