Ciencia y Religión. ¿Enfrentadas?: IX Conferencia Santa Catalina
A cargo de José María Valderas Gallardo y organizada por los laicos dominicos de la fraternidad de Atocha
- “La idea que presentan los medios de comunicación y que ha acabado generalizándose es la del conflicto entre ciencia y religión, a pesar de que en el mundo académico está superada”
La novena edición de las conferencias organizadas por los laicos dominicos de la fraternidad de Atocha (Madrid) en honor a su patrona trató sobre las relaciones entre cristianismo y ciencia a lo largo de la historia y en el panorama actual. El ponente fue una de las principales autoridades en España sobre este tema, José María Valderas Gallardo, único español que ha recibido el "European Science Writer Award".
La IX Conferencia Santa Catalina celebrada el pasado jueves en Madrid contó con la presencia de J. M. Valderas, especialista de reconocido prestigio en el campo sobre las relaciones entre ciencia y religión. Director desde su fundación y durante más de 34 años de la revista de alta divulgación científica “Investigación y Ciencia” -edición española de “Scientific American”, en la que han escrito los principales premios Nobel de ciencia-, Valderas es también el fundador de la revista “Mente y cerebro”. En 2008 recibió el premio "European Science Writer Award", un prestigioso galardón que se concede cada dos años.
Valderas destacó cómo a pesar de que en la actualidad existe un gran número de instituciones -en su mayor parte en ámbito anglosajón, pero también en España o Francia-, grupos de investigación, congresos y publicaciones dedicados a profundizar en las relaciones entre religión y ciencia, la idea generalizada que se presenta en los medios de comunicación es la del conflicto. Se trata -advirtió- de una teoría muy reciente que tiene su origen hace unos 150 años en autores como John W. Drapper o Andrew Dickson White y que desde el principio fue respondida por científicos como James Clerk Maxwell. Esta teoría se introduciría pronto en España gracias a Nicolás Salmerón, que tradujo la obra de Drapper.
José María Valderas señaló, además, cómo los actuales defensores de la teoría del conflicto se encuentran en el movimiento llamado “nuevo ateísmo”, cuyo representante más mediático es Richard Dawkins. Sin embargo, ninguno de ellos, en su opinión, alcanza la talla y la profundidad de Francis Crick, uno de los descubridores de la estructura en doble hélice del ADN, ateo convencido que demostró siempre una gran coherencia y honestidad buscando sin cesar en la realidad hechos que confirmaran su sospecha de que Dios no existía: primero investigando el origen de la vida y después tratando de demostrar que la conciencia no sería más que una serie de procesos neuronales que tienen lugar en el claustrum cerebral. A juicio de Valderas, para los creyentes es muy importante aceptar el reto de confrontarse con posturas como la de Crick, pues suponen un estímulo muy necesario para purificar nuestra fe y poder dar mejor razón de ella.
En la segunda parte de la conferencia el ponente hizo un recorrido histórico por las relaciones entre cristianismo y ciencia: “ya los Padres de la Iglesia -señaló- al comentar los siete días de la creación narrados en el Génesis buscaban una explicación racional de cada acto creador de Dios”. A este respecto recordó la controversia sobre el “preadamismo”.
Capítulo aparte dedicó a la aportación de la Orden de Predicadores, con la que Valderas tiene una estrecha vinculación desde hace años. Desde sus inicios -señaló- los dominicos incorporaron el conocimiento científico de la realidad a la reflexión teológica, y no sólo con fines apologéticos. El primer gigante en este sentido fue San Alberto Magno, seguido de su discípulo Santo Tomás de Aquino para quien “la meditación sobre las obras divinas, es decir, sobre la creación, era necesaria para llegar a conocer a Dios. Afirma también en la Suma contra Gentiles que la ciencia sirve para no caer en errores sobre el conocimiento de Dios”.
En tercer lugar destacó a Teodorico de Friburgo y sus estudios de óptica, especialmente del arco iris, mucho antes de que lo hiciera Isaac Newton, e hizo mención especial a Melchor Cano, que consideró la ciencia un lugar teológico. Y recordó que en tiempos recientes también los dominicos han contribuido a la reflexión sobre la actividad científica, como por ejemplo demuestran los estudios éticos de Todolí sobre el transplante de órganos. Por otra parte, advirtió de que, evidentemente, dentro de la Orden no todo fueron luces. Valderas mencionó dos “sombras” a este respecto: el caso de Giordano Bruno, condenado no por sus planteamientos científicos -que calificó de muy pobres y fantasiosos- sino religiosos, y la censura en la Orden a los dominicos que defendieron la compatibilidad de la teoría de Darwin con la fe cristiana.
En su conferencia dejó patente cómo la historia demuestra que para muchos científicos su fe cristiana no sólo no fue un impedimento para llevar a cabo su labor, sino todo lo contrario, fue su principal motivación: Copérnico era clérigo y los grandes científicos del XVII -Boyle, Newton o Hooke- buscaban la huella de Dios en la naturaleza. Aunque advirtió de que existe un gran peligro contra el que se debe estar muy alerta: el peligro de caer en la concepción del “Dios tapa-agujeros”, es decir, cometer el error de atribuir a la intervención de Dios aquellos fenómenos cuyas causas desconocemos. De este modo, acabamos reduciendo a Dios a una causa más del mundo natural.
José María Valderas finalizó su conferencia señalando el que, a su juicio, es el principal reto al que la Iglesia habrá de enfrentarse en el futuro más inmediato: la terapia y edición génica de seres humanos. “Una respuesta adecuada sólo podrá darse desde un conocimiento científico profundo de la cuestión”, concluyó.