Descubrir a sor Inés de Jesús a través de su diario espiritual
Transcrito y adaptado por fray Manuel Rivero O.P., quién la conoció y se escribía regularmente con ella.
El pasado domingo, 7 de julio, al caer de la tarde, el monasterio de las MM. Dominicas de Santo Domingo de Guzmán, Caleruega (Burgos), acogió la presentación del Diario Espiritual de sor Inés de Jesús, transcrito y adaptado por fray Manuel Rivero O.P.
La vida de esta religiosa, quien ingresó en dicho monasterio a los 24 años y fue subpriora durante 9, aún resuena en cada uno de los rincones del coro donde tuvo lugar la celebración. Así lo hizo saber un público que conocía, de principio a fin, su vida y su obra, marcadas por una dedicación especial a los más vulnerables.
Una mirada de acogida, cuidado y contemplación
El acto comenzó con las palabras de la priora, sor Teresa, quien dio la bienvenida a todos los presentes y los animó a cuidar la mirada en tono de acogida, cuidado y contemplación como siempre hizo sor Inés.
Tras el saludo inicial, la alcaldesa de Caleruega agradeció a la comunidad de madres dominicas su incansable y maravillosa labor, que un día inició sor Inés en ese mismo lugar y que es signo de la presencia viva y real de Jesucristo.
«Cada palabra invita a rozar la piel de Dios»
Fray Jesús Díaz Sariego, prior provincial de los dominicos de la Provincia de Hispania y autor del prólogo del Diario, animó a leer el libro «escrito en clave de misericordia, de belleza y de compasión» y en un estado de «embriaguez de amor». El religioso dominico destacó que adentrarse en la mirada de sor Inés de Jesús, «en cada eco de su palabra amable y en los trazos de su vida entregada», invita a «rozar la piel de Dios, a sentirle cuando sólo queda el silencio, a degustar de su infinita y maternal ternura».
Sin quitar la mirada de los presentes, fray Jesús fue desgranando los detalles esenciales de sor Inés: «Su vocación contemplativa, dedicada exclusivamente a amar al Amor, fue fraguando –con cuidado y sin descanso– los rincones de las almas que la dejaron adentrarse en lo más profundo de su ser». Así, relató cómo la religiosa, después de pasar por numerosas pruebas que pusieron en juego la salud de su alma y de su cuerpo, sumida en una extenuación total, llegó a confesar que «la enfermedad es una bendición más de Dios».
Si bien la enfermedad acompañó hasta el último aliento la vida de sor Inés, tal y como confesó el también presidente del CONFER, también lo hizo la confianza: «Una fe ciega que reavivaba su ser cada día en el altar, junto al Cuerpo y la Sangre de Cristo, en el abrazo entrañable de sus hermanas, hasta que llegase el momento de entrar en el cara a cara con la Trinidad».
«Tenía un carácter dulce, siempre amable y servicial»
Después de escuchar al prior provincial en un absoluto y fraternal ambiente de escucha, tomó la palabra sor Margarita. «La conocí al entrar en el monasterio y supuso una gran ayuda para afianzar mi vocación, con el ejemplo de su vida y sus fraternos consejos», manifestó, visiblemente emocionada. La dominica alabó su carácter «dulce, siempre amable y servicial», así como «su caridad con todas» y «su gran fidelidad al Señor, a la Virgen María y a santo Domingo», que le hacían ser «una monja muy especial».
De su vivencia con ella, contó que cuando fue priora le pidió que se encargara de la importante tarea de atender en el locutorio «a todo el que venía buscando consejos o con interés en hablar con las monjas»; y, tras encontrarse con ella, «todos se iban encantados de haber podido estar un rato en su compañía». Finalmente, sor Margarita agradeció a Dios permitirle «convivir» con ella treinta años. «Seguro que desde el Cielo encomienda a Dios toda la Orden de Predicadores y particularmente a las dominicas contemplativas, su gran vocación», concluyó.
«Celebra la misericordia durante toda su vida»
Fray Manuel Rivero, quien ha adaptado esta obra con las palabras que la religiosa dominica dejó escritas a modo de confesión íntima, fue el último en intervenir. «Sor Inés, con su testimonio, nos recuerda que la vida cristiana es una fiesta con Jesucristo Crucificado», reveló el fraile bilbaíno, quien llegó a Caleruega procedente de la isla francesa de La Reunión, donde vive y es capellán de la prisión.
El religioso se relacionó con sor Inés por medio de cartas, aunque también la visitaba y veía en el locutorio cada vez que venía a España de vacaciones. Recuerda con gran cariño a esta monja, porque gracias a ella se afianzó su vocación de fraile dominico: «La experiencia de Dios que sor Inés me compartía se me ha quedado grabada en la memoria del corazón y del alma». Su mística «encarnada y no abstracta» fue vistiendo de verdad lo que fray Manuel anhelaba en su corazón.
Sor Inés «fue un ejemplo de santificación en la enfermedad», tal y como manifestó el dominico. «Era una mujer alegre y libre», con un corazón profundamente enamorado: «Su pasión era Jesús, su pasión era el Amor». Tras relatar cómo vivió «habitada por el Espíritu Santo» la experiencia de la misericordia de Dios, dijo que esta es la primera palabra de la Orden de Predicadores, y por eso «celebra la misericordia durante toda su vida y ahora la canta en el Cielo».
Una herida hecha ofrenda en Cristo
La vida contemplativa es el corazón de la Iglesia, es la vida oculta de Dios que provee un fruto incalculable. Y así respira, todavía hoy, el alma de sor Inés de Jesús, quien se dedicó a bordar –igual que lo hacía a máquina de manera delicada y magistral– cada mirada que acudía a su encuentro.
Murió a los 62 años tras una larga enfermedad, pero jamás dejó de entregarse, tal y como destaca el prior provincial en sus últimas palabras del prólogo, hasta el último aliento: «Un mensaje que todos hemos de grabar a fuego en cada latido de nuestra vocación, para que cuando nos abatan la brisa del Calvario y la alegría del Sepulcro vacío, podamos escribir –con su misma letra– que, con Cristo, cualquier herida puede ser ofrenda, fuente de Vida y Banquete de unidad».