El dominico Sixto Castro afirma que el cine no se entiende sin la religión
La penúltima sesión de la Cátedra Domingo de Soto de la Universidad de Salamanca corrió a cargo de Sixto Castro, fraile dominico y profesor de la Universidad de Valladolid, con la conferencia “Libertad, cine y religión”.
Después de ser presentado por Emiliano Fernández Vallina, miembro de la Junta de Capilla y catedrático de Filología Latina de la Universidad de Salamanca, Sixto entró rápido en la esencia de su exposición, afirmando que el cine es un medio privilegiado para la filosofía. No sólo es un medio para presentar el pensamiento y la filosofía, es propiamente un tratado filosófico.
La sociedad en la que nos movemos no favorece las creencias religiosas, no necesitan ser justificadas. También las instituciones políticas protegen el derecho a la libertad religiosa y a la diversidad de credos, pero al mismo tiempo discrimina a los ciudadanos en los asuntos de creencias. Sixto presentó como ejemplo, el intento de la Comisión Europea de retirar en 2012, la simbología religiosa de un Euro realizada en Eslovaquia para conmemorar la llegada del cristianismo. Este fundamentalismo sobre los ciudadanos se recoge de forma muy significativa en la película pakistaní “Silencio del agua”, o en la película “Estado Rojo” de Kevin Smith. El cine no sólo puede ser un medio que puede reflejar de la sociedad en la que vivimos y sus creencias religiosas, tiene su propio potencial epistémico. Puede ser un medio de conocimiento y experimentación, alterando alguna variable política, social, religiosa y ser utilizado como un experimento mental.
El filósofo Habermas, rectificará su posición inicial de no fundamentar la creencia religiosa, separando lo público de lo religioso. Apreciará que algo hay en el mundo religioso que mueve a la gente y no la mera razón, que hay elementos que van más allá de lo racional. De ahí, la necesidad de una fundamentación de lo religioso y traducirlo a las categorías de lo público.
[Img #28098]A pesar de ello, muchos han renunciado toda pretensión de verdad, fe sería un terreno vacío propio de la superstición. Pero en la modernidad, la creencia, siguiendo a Karen Armstrong, más que una serie de proposiciones, es ante todo participar de una forma de vida. La fe no sólo es entender, sino querer entender. Para Tomás de Aquino decía que los demonios tienen fe, en la medida que se ven obligados a creer por la fuerza de los signos que ven, pero al no querer creer, su fe no puede ser auténtica. Para creer hay que querer creer. Si reducimos a Dios a una mera teoría o hipótesis, al caer la teoría, Dios cae con ella. Laplace lo reflejaba con que no necesitaba la hipótesis Dios para explicar el mundo.
Con todo lo explicado, Dios y lo religioso quedará reducido a un mero sentimiento, como bien se refleja en “Decalogos” mediometrajes del cineasta polaco Kieslowski. También podemos en su película “Azul” de su trilogía “Rojo, Azul, Blanco”. Son una traducción de los diez mandamientos, a una sociedad donde Dios no cuenta, a veces de una manera ambigua y contradictoria, muy racional, que se quiebra cuando hay que al enfrentarse el sentido, principalmente, a través de la muerte y la pérdida. También se puede apreciar en el cine clásico de Ingmar Bergman, donde se constata el silencio de Dios y el problema del mal.
La creencia religiosa no se puede reducir a una dimensión puramente racional, es una forma de enfrentarse a la vida y sobre todo una forma de vivir. Parece que desde la intelectualidad sólo hay un modelo epistémico de acceso a la verdad, lo demás es pura superstición. Incluso, hay un cierto silencio de los intelectuales sobre la religión. Pero el cine que se está haciendo y disfrutamos, no se puede entender sin las categorías de lo religioso.
Este viernes, se desarrollará la última sesión de la Cátedra Domingo de Soto con la mesa redonda “Libertad, religión y simbolismo de los pueblos”, en la que participará los profesores de la Universidad Complutense Santiago Cañamares y Francisco Javier Fernández Vallina. Será a las 20 h., en el aula Unamuno del edificio histórica de la Universidad
Juan Antonio Mateos Pérez