Fr. Timothy Radcliffe. La alegría como don de Dios en la vida religiosa
El Exmaestro de la Orden reflexiona sobre la libertad, la comunidad y la fe como fuentes de esperanza y alegría en un mundo lleno de desafíos
«Una alegría que viene de Dios»
Radcliffe, Timothy (2024). Una alegría que viene de Dios. Conversación con Montserrat Escribano Cárcel y Olivia Pérez Reyes. Iglesia Viva, 298; 55-62.
Fr. Timothy Radcliffe es un teólogo dominico británico que fue maestro de la Orden de Predicadores de 1992 a 2001. En esta entrevista comparte reflexiones sobre la alegría, la libertad, la fe y su experiencia en la vida religiosa.
Sobre la influencia de su tío y su vocación
Estimado Timothy Radcliffe, En uno de sus libros, "El filo del misterio. Tener fe en tiempos de incertidumbre" (2017), cuenta que creció con su familia cerca de Ascot (Reino Unido) y que, en aquella época, el acontecimiento más importante era la visita de su tío, un monje benedictino. ¿Quién era su tío Dick y cómo le influyó en el descubrimiento de la alegría?
Era mi tío abuelo, el hermano de mi abuela. Había sido capellán en la Primera Guerra Mundial. Todas las noches iba a tierra de nadie a buscar heridos y muertos. Se le prohibió hacerlo porque pensaron que lo matarían en una semana, pero siguió adelante. Fue herido, perdió un ojo y casi todos los dedos de una mano. Era muy querido por sus soldados, que después de la guerra le regalaron un cáliz que aún conservo.
Estaba lleno de alegría y me di cuenta de que la alegría venía de Dios. A través de su alegría escuché la llamada a la vida religiosa. También era libre. Cuando mi madre le preguntó qué pescado quería el viernes, él respondió: «¡Un pato! Nada en el agua». Sus visitas eran siempre un fuerte viento de aire fresco. Él pensaba que yo no era lo bastante inteligente para ser admitido en los dominicos. Tal vez tenía razón.
La libertad en la Orden de Predicadores
Se unió muy joven a la Orden de Predicadores en Oxford, y dice que le impresionó la libertad que encontró entre los frailes. ¿Cómo fue su llegada a Blackfriars y cuál fue el atractivo que encontró en esa comunidad? ¿Cómo considera que interactúan la alegría y la libertad?
Cuando ingresé en la comunidad tenía tan solo veinte años. Hoy nunca aceptaríamos a alguien tan joven, así que soy la última persona que ingresó en mi provincia sin haber ido antes a la universidad. Entonces, el noviciado estaba en la hermosa campiña de los Cotswolds. Sin embargo, era una época de confusión en la provincia. Tuve seis maestros de novicios, dos de los cuales se casaron. Creo que es un récord mundial. En aquellos años, muchos hermanos abandonaron la Orden de los predicadores. Fue una época de profunda incertidumbre. A pesar de este caos, había alegría y libertad.
En primer lugar, yo había crecido en una familia maravillosa, pero era un entorno muy privilegiado en una Gran Bretaña que entonces era extremadamente consciente de las clases sociales. Por el contrario, la Orden de Predicadores era un lugar de libertad en medio de una Gran Bretaña estirada. Allí, a nadie le importaba de qué clase eras. Así que descubrí el inmenso placer de estudiar, de explorar nuevas ideas y, por encima de todo, empecé a amar la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, la Orden era, y sigue siendo, un lugar de profundas amistades. Nuestra alegría y nuestra libertad consisten en compartir nuestras vidas con los hermanos y hermanas. Algunas otras órdenes desconfiaban de las «amistades particulares», aunque quizá lo que haya que evitar sean ciertas «enemistades».
La búsqueda de la verdad en tiempos de incertidumbre
La Orden de Predicadores tiene como uno de sus valores más preciados la búsqueda de la «Veritas», que trasciende el mero conocimiento intelectual o la verdad razonable. ¿Piensa que la búsqueda de la verdad, estudiarla y rezar sobre ella, es algo todavía necesario para el ser humano? Pues parece que estamos más preocupados por mostrar nuestras opiniones o exponerlas rápidamente en lugar de buscar la verdad en nuestras relaciones, ya sean religiosas o sociales.
Fue la atracción por la Veritas lo que me llevó a la Orden en primer lugar. No había sido un chico muy religioso en el colegio. De hecho, casi me expulsaron por leer El amante de Lady Chatterley (Herbert, 1928), una novela muy atrevida, durante una celebración. Pero cuando dejé el colegio, me hice amigo de personas que pensaban que mis creencias católicas eran falsas. Esto se convirtió en la gran pregunta para mí: ¿era verdadera la fe? Y entonces pensé que los dominicos serían mi hogar.
Creo que la búsqueda de la verdad se ha vuelto extremadamente urgente. Nuestro mundo de noticias falsas y locas teorías de conspiración se está desintegrando. En lugar de un debate inteligente, gran parte de la política consiste en gritar eslóganes. Al mismo tiempo, en Gran Bretaña, está aumentando el número de jóvenes que quieren hacerse católicos, porque sienten la necesidad de verdades trascendentes, sin las cuales nuestras vidas carecen de sentido. Sin una pasión por la verdad, una verdad matizada, buscada no solo con la lógica sino también a través de la imaginación, el arte y la poesía, la sociedad se derrumbaría. Ian McGilchrist sostiene que la filosofía de nuestra época es el reduccionismo: económico, nacionalista y, lo que es peor, religioso. Por ello, debemos recuperar el sentido de lo que el papa Benedicto XVI llamó «la grandeza de la razón».
La vocación de la iglesia católica incluye defender la creencia en la razón. Se trata de una doctrina de la iglesia declarada ya durante el Concilio Vaticano I. Gilbert Keith Chesterton escribió que, si dejas de creer en Dios, creerás en cualquier cosa. Sería sorprendente que la iglesia se convirtiera en el último bastión de la creencia en la razón, pero esta puede ser nuestra vocación.
La alegría de Dios como experiencia transformadora
Una de sus tareas como fraile dominico tiene que ver con predicar la Gracia, y como dice usted mismo: «según santo Tomás, nosotros no podemos comprender lo que es para Dios ser Dios. Por lo tanto, ser tocado por la alegría de Dios significa ser habitado por algo que está más allá de toda definición». ¿Qué significa entonces “ser tocado” por la alegría de Dios y qué consecuencias cree que puede tener?
«Tener un corazón puro es tener una vida que brota en nosotros de una fuente demasiado profunda para que podamos sondearla».
Dios está en el centro de todo ser humano, nos da la existencia en cada momento. Como decía San Agustín, está más cerca de nosotros que nosotros mismos. A veces podemos sentirnos solos, pero en el centro de nuestro ser hay un “Nosotros”, una relación con quien nos sostiene en el ser. Cuando Santa Catalina de Siena hablaba de entrar en «la celda del autoconocimiento», no lo hacía para retirarse a la soledad, sino para redescubrir a Aquel que siempre está ahí.
Cuando amamos a alguien, a cualquiera, ese amor brota de lo más profundo de nosotros, como la savia que da vida al sarmiento cuando forma parte de la Vid Verdadera. Simon Tugwell O.P. lo expresó maravillosamente:
Por supuesto, amar puede ser complejo, como he descubierto a menudo en mi vida. Para mí, el camino que he seguido ha sido siempre no negar el amor, porque todo amor viene de Dios. Lo que he podido hacer es rezar para que se me ilumine cómo amar a esa persona.
La alegría del Evangelio frente a la desesperación y el sufrimiento
Muchas veces se ha mencionado que el estilo de predicación de los dominicos y las dominicas recibe la alegría del Evangelio, pero también es compatible con la tristeza. Durante el tiempo que fui Maestro de la Orden Dominicana (1992-2001), conocí diferentes situaciones de pobreza, violencia y ausencia de futuro. ¿Cómo podemos alimentar y fortalecer esa alegría en medio de situaciones como la desesperación, la guerra o el hambre?
Siempre han sido los hermanos y hermanas en esas situaciones de guerra y violencia los que han compartido conmigo su esperanza y su alegría. He estado varias veces en Irak. Al principio pensé que iba a llevar esperanza y alegría a los que estaban sufriendo. Pero fueron ellas y ellos quienes me la dieron. A menudo, en Kigali, Kinshasa, Bagdad o donde sea, quienes sufren son quienes conocen el secreto de la alegría. No siempre, por supuesto, si sufren los traumas de la guerra.
Por eso, si te desespera el estado del mundo, como a tanta gente, acércate a los hermanos y hermanas nuestros que están atrapados en su violencia y quizá descubras que te ofrecen esperanza.
La espiritualidad dominicana y el liderazgo comunitario
Pensando en este encuentro con usted, hemos consultado a varias hermanas y hermanos dominicos qué podríamos preguntarle, y una de las cuestiones más repetidas ha sido la relación entre la espiritualidad y el estilo organizativo, que en la vida dominicana caminan tan estrechamente. La espiritualidad de Santo Domingo de Guzmán, de Santa Catalina de Siena o de Jordán de Sajonia, parece invitarnos a ser democráticamente responsables y a cuidar y animar la vida de nuestras hermanas y hermanos. ¿Qué cree que necesitamos para “crecer” y “regalar” en estos momentos?
El término que utilizan las constituciones de la Orden no es «democrático», sino «comunitario». Cuando llega el momento de elegir a un nuevo prior, provincial o maestro de la Orden, tenemos lo que se llama un tractatus, en el que debatimos sobre varios posibles candidatos. A menudo, al principio, puede que nos decantemos por la persona que queremos individualmente, pero a medida que la reunión continúa, debería convertirse en un discernimiento comunitario acerca de a quién queremos.
Sin duda, luchar demasiado implacablemente por «mi» candidato o política puede convertirse en un obstáculo para discernir el sentir común. Esto requiere paciencia. Quien presida no debe llamar a votación hasta que todos hayan sido escuchados y sepan que han sido escuchados. Exige también imaginación, para ponernos «en la piel» de quienes tienen ideas distintas de las nuestras.
Nos pide que confiemos en que, sea cual sea el resultado de la votación, el Señor estará con nosotros. Aunque, a veces, cuando hay divisiones, la tentación es convertir las cuestiones en asuntos de vida o muerte.
Un privilegio espiritual en el camino hacia la sinodalidad
Fue nombrado, junto con M. Ignazia Angelini, benedictina de la Abadía de Viboldone, como asistente espiritual de la XVIª Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, celebrada el pasado mes de octubre en Roma. Ahora que han pasado unos meses, imaginamos que habrá sido una experiencia exigente para usted. ¿Qué ha sido lo más valioso de aquellos días?
Me alarmé mucho cuando el Santo Padre me pidió que diera las seis conferencias del retiro, pero estoy agradecido al papa Francisco por habérmelo solicitado. Fue un inmenso privilegio. Me tranquilizó la forma en que casi todas las personas participantes mostraron capacidad para escuchar y comprometerse, incluso cuando no estaban de acuerdo.
Estoy también muy agradecido a la madre Maria Ignazia. Fue una experiencia maravillosa acompañarnos mutuamente durante el retiro y la Asamblea.
Creo que las órdenes religiosas, con nuestras diferentes tradiciones de gobierno y liderazgo, tenemos algo especial que ofrecer a la Iglesia en su lucha por entender lo que significa la sinodalidad.
El valor de la sinodalidad y la audacia de escuchar
El hecho de que tanto una religiosa como un religioso hayan asistido espiritualmente a un Sínodo de Obispos no es algo muy habitual en nuestra Iglesia católica. ¿Qué cree que está cambiando? Durante esos días, usted habló de la «audacia que supone escuchar», ¿cómo cree que influirán estos cambios en las posibilidades de participación, en las formas de gobierno y en el ejercicio de la autoridad eclesial?
Lo apasionante es que aún no lo sabemos. Todos estamos llamados a escuchar juntos la Palabra de Dios, que nos convoca más allá de la rivalidad, pero aún no podemos imaginar cuáles serán las consecuencias. De alguna manera, tenemos que convertirnos en una comunidad en la que nos ayudemos mutuamente a escuchar, respetando al mismo tiempo que algunos, los obispos, tienen lo que los documentos del Sínodo llaman «el ministerio de la unidad», manteniéndonos a todos juntos en unidad con toda la Iglesia a través del espacio y del tiempo.
El Vaticano ya ha cambiado profundamente. Cuando fui elegido Maestro de los Dominicos en 1992, la mayoría de mis encuentros con el Vaticano fueron dolorosos. Se dirigían a mí como si fuera un niño travieso. La clara excepción siempre fue el entonces cardenal Ratzinger, quien en nuestros encuentros se mostró siempre cortés e incluso humilde.
Ahora, en mi limitada experiencia, me encuentro con personas en el Vaticano que me tratan como a un seguidor de Cristo. Y ahora, muchas más de esas personas son mujeres.
Amistad y transformación en la vida eclesial y dominicana
En nuestras diócesis, parroquias o incluso en nuestra familia dominicana del Estado español, la sinodalidad es algo que parece poco probable, innecesario e incluso irrealizable. Hay mucha gente que desconfía o que piensa que el ejercicio de la sinodalidad no transformará nuestra forma de ser Iglesia. Además, hay muchas personas que siguen sufriendo rechazo de diferentes maneras porque se sienten «católicos irregulares», o como dice Carmel McEnroy en su libro «Huéspedes en su propia casa. Las mujeres del Vaticano II» (McEnroy, 1996).
Timothy, ¿cómo cree que podríamos trabajar para cambiar las doctrinas de clericalismo y patriarcalismo en las que nos movemos dentro de las estructuras eclesiales y también en la Orden Dominicana?
Creo que la amistad es transformadora. Es mucho más que un sentimiento de que alguien te cae bien y disfrutas de su compañía. Tomás de Aquino creía que la vida de Dios era el amor Trino que él llamó amistad. Dios se hizo humano para que pudiéramos compartir la amistad divina. Y comenzó con las personas más despreciadas de todas.
Ciertamente, en la provincia inglesa de los dominicos hemos valorado mucho la amistad durante los últimos cien años. Es una amistad que tenemos entre nosotros, con nuestras hermanas y con el laicado. La amistad busca instintivamente la igualdad, porque brota de la vida de Dios, en quien no hay desigualdad. La doctrina de la Trinidad es profundamente antipatriarcal. Es el dogma más realista que existe. Cada vez que rezamos el «Padre Nuestro», con las palabras del propio Jesús, nos reconocemos como miembros de una comunidad de hermanos y hermanas.
La alegría de ser teólogo y la centralidad de la Palabra de Dios
Para terminar, quisiera contarle una pequeña anécdota. Cuando terminé mis estudios de Teología, corrí a comprar un libro del teólogo dominico Edward Schillebeeckx, cuyo título era "Soy un teólogo feliz" (1994). Me gustaba mucho su teología de frontera, y pensé que la teología era un camino posible para ser feliz. ¿Qué alegría cree que pueden mantener hoy en día las mujeres teólogas?
No sé muy bien cómo expresarlo, y perdonadme si no encuentro exactamente las palabras adecuadas. Cuando era un fraile joven, tenía que empezar un doctorado en teología dogmática, pero el hermano que enseñaba Sagrada Escritura en nuestra casa de estudios murió repentinamente y me pidieron que ocupara su lugar, aunque yo no estaba realmente cualificado. Me dijeron que era «sólo por un año». Esto se repetía cada año.
Nunca lo lamenté, porque durante muchos años, hasta que fui elegido Provincial, estuve inmerso en el estudio de la Palabra de Dios. Siempre me sorprendió y me sigue sorprendiendo. Todavía siento que estoy en los comienzos de la comprensión de la Palabra que el Señor me dirige. Así que, para mí, la teología es estar siempre atento a la Palabra de Dios y sorprenderme.
Por eso, no podría describir el ser teólogo principalmente en términos de una causa particular, sino únicamente en términos de la causa de Dios.
Por supuesto, como jóvenes dominicos, siempre estuvimos implicados en todo tipo de causas. Estábamos comprometidos con la oposición a la guerra de Vietnam, al apartheid, al racismo, al armamento nuclear (más importante que nunca). Parecíamos estar en manifestaciones todos los fines de semana. Estos compromisos emanaban de la causa de Dios, pero la causa de Dios era inimaginablemente mayor que ninguna causa particular, y siempre estamos a punto de oír su llamada.
Por eso, tengo mis dudas sobre si es posible definir la vocación de un teólogo por una causa específica. Si lo hacemos, corremos el riesgo de poner la Palabra de Dios al servicio de nuestras causas y no al revés. Si ponemos la Palabra de Dios y la búsqueda incesante de su sentido en el centro de nuestra vocación, tendremos alegría. Pero si definimos nuestra vocación en términos de nuestras causas, ¡probablemente nos sentiremos frustrados!
Espero que esto tenga sentido.
Traducción del inglés: Mª José Pérez Reyes
Referencias bibliográficas
- HERBERT LAWRENCE, David (1928): Lady Chatterley's Lover. [Traducción: (2016) El amante de Lady Chatterley, Madrid: Cátedra.]
- RADCLIFFE, Timothy (2017): El filo del misterio. Tener fe en tiempos de incertidumbre, Bilbao: Mensajero.
- MCENROY, Carmel (1996): Guests in Their Own House: The Women of Vatican II, U.S.: Crossroad Publishing.
- SCHILLEBEECKX, Edward (1994): Soy un teólogo feliz, Atenas: Sociedad de Educación.