Eucaristía de clausura con 21 profesiones solemnes y 15.000 laicos dominicos
Crónica no oficial del 4 de agosto del Capítulo de Vietnam.
Sí, han leído ustedes bien: quince mil. Cuando ayer me enteré (por motivos “del cargo”, vamos a decirlo así, el cargo de corrector de los textos en español) de esa cifra, pensé que era un error. Y me dirigí al Secretario General para preguntarle si no había un cero de más. Pues no, han sido quince mil. Evidentemente, no hay Iglesia en la que quepan quince mil personas. Por eso, la Eucaristía de clausura se ha celebrado en la gran explanada, llena de árboles altos, que hay frente a la Iglesia de san Martín de Porres, titular de esta casa de noviciado.
En esta solemne Eucaristía, que ha durado casi tres horas, 21 hermanos vietnamitas han emitido su profesión solemne en manos del Maestro. Estos hermanos, acompañados de sus padres, han formado parte de la procesión inicial. Ha sido un momento muy emotivo y una prueba de la vitalidad de la Orden.
El Maestro, en su homilía, ha utilizado dos metáforas, la de la luna y la del texto. A Sto. Domingo le calificamos de luz de la Iglesia. Los dominicos estamos llamados a reflejar la luz que es Cristo. Por eso, somos como la luna que refleja la luz del sol. Si hay luna llena, la luz se refleja plenamente; también puede ocurrir que la luna este en creciente o en menguante y no refleje bien la luz. Y puede ocurrir que haya algún eclipse que se interponga entre Cristo y nosotros y nos impida reflejar la luz. La metáfora del texto. Santo Domingo no dejó casi ningún escrito. Nosotros somos su texto, palabra relacionada con la expresión “dar” (pues el texto sirve para dar un mensaje). También aquí hay que cuidar qué tipo de texto somos (o qué tipo de texto damos): podemos ser un texto mutilado, una nota al margen o una nota crítica.
Al final de su homilía el Maestro ha dicho que los hermanos que hoy profesan “hasta la muerte” lo hacen para unirse a toda la Orden en la alegría de predicar el Evangelio.
He dicho al comenzar esta crónica, casi sin querer, que a mi me encargaron (desde el comienzo del Capítulo) que corrigiera los textos en español. A otros dos hermanos les pidieron que corrigieran los textos en inglés y en francés. Pues bien, los tres correctores (o sea, los responsables de cómo va a salir el texto final y oficial de las actas), junto con el Maestro y el Secretario General, hemos sido los que, al final de la Eucaristía, hemos firmado solemnemente las Actas.
Después de 29 días, el Capítulo ha terminado. Hemos tenido la oportunidad de saludar a hermanos que hacía tiempo que no veíamos, y de conocer a otros, que trabajan a lo largo de este mundo en el que está presente nuestra Orden. Hemos conocido un hermoso país, en el que habita gente muy agradable. La Orden, en Vietnam, es rica en personas buenas, que son los baremos de la verdadera riqueza. La gente es lo importante, lo único importante.
Una palabra final para agradecer el interés de tantas y tantos que han leído estas crónicas. Los lectores son siempre un estímulo para el que escribe y un motivo para continuar escribiendo.
Fr. Martín Gelabert