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Invitados a las bodas del rey

9 de febrero de 2012

Octava sesión de las Conversaciones de San Esteban, a cargo de D. Antonio Manuel Pérez Camacho, monje del Monasterio de Santo Domingo de Silos.

Invitados a las bodas del rey

En un ciclo sobre Arte y Espiritualidad no podía faltar la dimensión contemplativa. De ahí la invitación a D. Antonio Manuel Pérez Camacho, monje del Monasterio de Santo Domingo de Silos desde 1993. Como buen fraile benedictino que busca encarnar en su vida el ideal del ora et labora, fue desgranando cuidadosa y ordenadamente una profunda y original reflexión teológica, simultaneada con la proyección de bellas imágenes, sobre la belleza y la liturgia.

Convencido de que la belleza litúrgica “no es mero esteticismo sino el modo en que nos llega, nos fascina y nos cautiva la verdad del amor de Dios en Cristo” (Benedicto XVI) y de que “el principio de la evangelización es la belleza, la fascinación” (Marko Ivan Rupnik), centró su conferencia en el salmo 44, al que hacía precisamente referencia el título de la misma. A la par que glosaba el salmo desde su rica vivencia litúrgica, apoyada en una sólida formación artística (es profesor de Arte cristiano en la Facultad de Teología del Norte de España, Sede de Burgos, y dirige en el monasterio un taller de restauración de obras de Arte), fue desarrollando el discurso teológico que sustenta la actividad religiosa más noble de la Iglesia: la liturgia. Una liturgia que radica en el mismo ser de Dios y en la que los creyentes celebran su belleza trascendental, sensible, crística y humana como características fundamentales de la misma.

La belleza de la liturgia no reside sólo ni principalmente en el ars celebrandi ni en la idoneidad de los símbolos ni en la belleza artística de los objetos sagrados, sino en la transparencia del Misterio de Dios. ¿Transparentan las celebraciones de la asamblea cristiana, representada por la princesa-esposa del salmo, esta belleza humana de la liturgia? Creados a imagen de Dios, somos iconos suyos y todos poseemos ante él, en igualdad de condiciones, un valor infinito; somos llamados a construirnos a nosotros mismos como piedras sillares de la casa de Dios.

Acabó recordando esta advertencia de San Juan Crisóstomo: “¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con los lienzos de seda si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. ¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento y luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo”. Es el Misterio de Dios el que ha de resplandecer en la belleza de cada celebración litúrgica.

Fr. Juan Huarte