Joseph Ratzinger – Benedicto XVI: gran persona, gran teólogo, gran papa
El teólogo dominico Fr. Martín Gelabert repasa la figura del recién fallecido papa emérito
Joseph Ratzinger nació en 1927 en Baviera. Fue ordenado sacerdote en 1951. Tras la obtención del doctorado en teología, enseñó en las Universidades de Freising, Bonn, Münster, Tubinga y Ratisbona. Participó, siendo joven teólogo, en el Concilio Vaticano II como asesor del Cardenal Frings. En 1977 fue nombrado arzobispo de Baviera y cardenal por el Papa Pablo VI. En 1982, Juan Pablo II le nombró Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Finalmente, el 19 de abril de 2005 resultó elegido para ocupar la Sede de Pedro.
Uno de los grandes teólogos del s. XX
Detrás de los datos hay una gran persona, uno de los grandes teólogos del s. XX y un gran papa. Hombre elegante, de amplia cultura, alejado de todo fideísmo y fundamentalismo, buscó establecer puentes entre la fe y la cultura, tratando de mostrar que la fe tiene un carácter racional y existencial, y responde a los grandes interrogantes de la persona humana. Según Ratzinger, “la victoria del cristianismo sobre las religiones tuvo lugar sólo gracias a la reivindicación de la racionalidad”.
Como teólogo destacan sus tratados de antropología y eclesiología. En lo antropológico incide en el carácter teologal de la existencia humana. En lo eclesiológico define a la Iglesia como Pueblo de Dios, constituido en Cuerpo de Cristo, y como tal sacramento universal de salvación. En los últimos años ha denunciado la decadencia moral de nuestra sociedad. Siendo Prefecto para la doctrina de la fe denunció los excesos de la aplicación del Vaticano II, y se mostró crítico con ciertas teologías de la liberación, que corren el riesgo de confundir salvación cristiana con liberación socio-política.
Como papa destaco cuatro de sus muchos escritos: sus encíclicas sobre la vida teologal, lo más esencial y propio de toda vida cristiana: “Deus caritas est”, “Spe salvi” y “Lumen fidei” (cierto, esta última lleva la firma de Francisco, pero la dejó escrita y preparada, en sus líneas fundamentales, Benedicto XVI). De sus otros escritos, propios del magisterio ordinario, destaco la exhortación apostólica “Verbum Domini”, que me parece la mejor actualización y prolongación de una de las más importantes constituciones del Concilio Vaticano II, la “Dei Verbum”.
Entre sus muchos libros voy a citar dos, que han tenido gran difusión y resultan asequibles al gran público, uno del joven teólogo y otro del teólogo maduro: Introducción al cristianismo (un sugerente comentario al Credo) y Jesús de Nazaret (una importante contribución a la cristología, tanto desde el punto de vista del método como del contenido). Este último, aunque escrito durante su ministerio petrino, lo escribió como teólogo y, por tanto, no puede considerarse magisterio, según propia confesión, que honra al autor.
Benedicto XVI ofreció algunas brillantes y estimulantes catequesis sobre Alberto Magno, Tomás de Aquino y Domingo de Guzmán, manifestando así su amor a la Orden de Predicadores.
Grandes cambios
Sus medidas iniciaron un proceso de limpieza que no tiene marcha atrás.
Honradez y altura humana
Algunas tomas de postura y medidas de gobierno manifiestan la honradez y altura humana de Josehp Ratzinger: su lucha contra la corrupción económica y los escándalos sexuales del clero. Sufrió mucho por estas causas, pero sus medidas iniciaron un proceso de limpieza que no tiene marcha atrás. Su rechazo a toda violencia cometida en nombre de Dios, junto con el reconocimiento de las propias culpas: “en nombre de la fe cristiana se ha recurrido a la violencia en la historia. Lo reconocemos llenos de vergüenza”. Finalmente, la renuncia al pontificado, hecha con plena conciencia de la trascendencia del acto. Fue un acto de honradez y lucidez, que sorprendió a muchos. Tan importante como su renuncia fue su posterior silencio, no interfiriendo para nada en la labor de su sucesor. Otra lección de buen hacer y de respeto.
Altura humana, espiritual e intelectual
Acabo con tres frases que manifiestan la altura humana, espiritual e intelectual del Papa recién fallecido. La primera es una muestra de su aprecio por la labor teológica. Se trata de su declaración a propósito del libro “Jesús de Nazaret”: “Sin duda, no necesito decir expresamente que este libro no es en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente expresión de mi búsqueda personal del rostro del Señor. Por eso, cualquiera es libre de contradecirme. Pido sólo a los lectores y lectoras esa benevolencia inicial sin la cual no hay comprensión posible”.
La segunda cita es una muestra de su aprecio a las grandes órdenes religiosas. A propósito de las muchas maneras por las que sigue viniendo hoy el Señor a nuestras vidas, dice que “hay modalidades de dicha venida que hacen época”, y añade: “El impacto de dos grandes figuras – Francisco y Domingo- en los siglos XII y XIII, ha sido un modo en que Cristo ha entrado de nuevo en la historia, haciendo valer de nuevo su palabra y su amor; un modo con el cual ha renovado a la Iglesia y ha impulsado a la historia hacia sí”. Algo parecido –sigue diciendo Ratzinger- podemos decir de Teresa de Ávila o Ignacio de Loyola.
La tercera cita es una manifestación de su profunda espiritualidad: “Por mucha confianza que tenga en que el buen Dios no puede rechazarme, cuánto más cerca estoy de su rostro, tanto más fuertemente me percato de cuántas cosas he hecho mal. En este sentido también el lastre de la culpa le oprime a uno, aunque la confianza fundamental está, por supuesto, siempre ahí”.
Martín Gelabert Ballester, O.P.