“Las huellas de Dios en la literatura contemporánea”
Segunda sesión de las Conversaciones de San Esteban, que tuvo lugar el pasado martes 12 de noviembre, con la intervención de Juan Rubio, director de Vida Nueva.
El pasado martes intervino en "Las conversaciones de San Esteban", Juan Rubio, director de la revista de información religiosa. En sus páginas, (Crónica del Director y A ras de suelo) ofrece las claves de comprensión de la actividad religiosa. Es testigo y relator fascinado del llamado “Efecto Francisco”: Todos se preguntan qué está pasando para que hoy, lo que él dice y hace encandile a extraños y deje con sorpresa a propios, aún descolocados. Con la misma fidelidad periodística es el también cronista de la Resistencia pasiva al papa, esa silenciosa y preocupante oposición al papa actual. Una imagen del papa que nos recuerda la fascinante figura de San Francisco, figura sorprendente y conmovedora, que nos presenta fascinado el famoso escritor Hermann Hesse en 1909.
Autor de muchos obras, entre ellas tres libros imprescindibles para comprender el momento presente de la Iglesia, su vida interna y su relación con el mundo: estos son: “Tolerancia cero. La cruzada de Benedicto XVI contra la pederastia en la Iglesia”; “Los cuatro pilares del Pontificado de Benedicto XVI”, que narra cuatro importantes mensajes a Europa durante la visita de Benedicto XVI a Alemania; y “La viña devastada. De Benedicto XVI al papa Francisco”, un libro éste con las claves para entender el porqué de la renuncia de Joseph Ratzinger y de la elección del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio.
Pero en las Conversaciones no estaba invitado para hablar de los papas sino para hablar de “Las huellas de Dios en la literatura contemporánea”. Ante un público que abarrotaba la sala fue hablando, no como experto en literatura, sino como “lector empedernido”: “Sigo leyendo sin parar desde niño porque, decía Santa Teresa, leer nos hace más libres”.
Sobre si Dios está o no presente en la literatura actual dijo: “Evidentemente no está presente como en las obras del Padre Coloma. Más bien Dios está como decía Flaubert: está en el autor. El autor, decía, debe estar presente en su novela como Dios, sin verse. Dios está presente en la novela contemporánea, pero está con su silencio”. Es decir, Dios sí está presente aunque no aparezca de forma explícita.
Está muy presente en la novela de Carmen Laforet “La mujer nueva” de 1955, aunque dando la espalda a la “confesionalidad española” de la época. Utiliza la dimensión religiosa para expresar sus dudas y compartirlas con el lector. No tuvo lugar en España una novelística de la calidad de Mauriac, Claudel, Bernanos o Green. En la época de los 70 y 80 fue una temática excluida por las editoriales. Incluso algún autor premiado tuvo que pactar con su editorial el suprimir un capítulo en torno a una monja, el cual trataba explícitamente una temática religiosa. El autor, por aquello de “primum vivere”, hubo de claudicar. Pero el conferenciante quiso no decir ni el nombre del novelista ni el del editor.
En los últimos veinte años, en cambio, sí han admitido los editores esta temática y ha habido una docena de autores que han tomado como eje de alguna de sus obras la temática religiosa, unos como creyentes y otros no: entre ellos citó a Miguel Delibes, Jiménez Lozano, Fanny Rubio, Eduardo Mendoza, Alvaro Pombo, Gustavo Martín Garzo, Pablo D’Ors… Al fin y al cabo la dimensión trascendente forma parte, en sus dudas, en sus dramas o en sus invectivas, de la vida humana y de la sociedad de cada momento. Aranguren hizo una gran labor de apertura en este sentido.
En su intervención fue desgranando algunas obras importantes como “El Dios tardío” de Fanny Rubio reivindicando a María Magdalena o “El hereje” de Delibes cuya preparación le exigió mucha lectura para entender a España y su intransigencia en las fuentes de la espiritualidad de ese momento. Delibes, definiéndose como un cristiano nuevo, erasmista, decía: “el tema religioso no lo he perdido nunca…”. También habló de “El asombroso viaje de Pomponio Flato”, esa extraordinaria obra de Eduardo Mendoza que traduce los pasajes de los evangelios en clave cómica y que nos presenta a Dios entrando tanto en el pellejo de la humanidad que nos suscita la sonrisa. Dedicó una atención especial a Gustavo Martín Garzo y su “Lenguaje de las fuentes”, a Alvaro Pombo y Pablo D’Ors, a Hesse, Saramago, Mauriac, Thomas Berhnard, Robert Musil, Thomas Mann con sus Bruderbroch y Sobre todo “José y sus hermanos”, esa historia tan bella, como decía Goethe, metida en un solo capítulo. Su increíble belleza la extendió Mann a 4 grandes libros. Concluyó reivindicando a Mauriac. Ha de ser recuperado Mauriac. En sus obras supo captar el alma del siglo XX: nunca pudo dejar de ser pecador ni dejar de ser creyente.