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El Maestro de la Orden clausura el Año Jubilar en el Monasterio de las dominicas de Palencia

5 de agosto de 2024

«Dios es la maravillosa esperanza prometida por Domingo como nuestro constante compañero»

“Para gloria y exaltación de Nuestro Señor Jesucristo, para testimonio del amor misericordioso y redentor de Dios a la humanidad,  para aumento de la fe y de la vida cristiana en el pueblo fiel, declaramos clausurada y damos gracias a Dios por la celebración del Año Jubilar en los quinientos años de la fundación de este Monasterio de Nuestra Señora de la Piedad, de Palencia. En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”

  Con estas palabras se cerraba, el pasado 29 de Julio, un tiempo singular de gracia vivido en el Monasterio Nuestra Señora de la Piedad, de Palencia, el Jubileo por los 500 años del Monasterio. Había sido inaugurado un año antes en una celebración presidida por el nuncio de Su Santidad en España, monseñor Bernardito Auza. La eucaristía de clausura estuvo presidida por Fr. Gerard Francisco Timoner III, maestro de la Orden de Predicadores. Acudieron a ella frailes, monjas, hermanas y laicos dominicos, sacerdotes y religiosos de la diócesis y un nutrido grupo de fieles.

  Fr. Gerard señaló en su homilía que lo que celebraban era que, a través de la fe y el amor de estas monjas, los fieles han experimentado y siguen experimentando la presencia de Dios en sus vidas. Recordando la carta apostólica que escribió el papa Francisco a todos los consagrados con ocasión del Año de la Vida consagrada, invitaba a mirar el pasado con agradecimiento, el presente con pasión, el futuro con esperanza. Decía que al contemplar las múltiples bendiciones que Dios ha concedido a este monasterio a lo largo de estos quinientos años no podemos sino estar agradecidos. En cuanto a la pasión, recordó que esta disminuye cuando disminuye la compasión. Citaba textualmente al papa: “Nuestros fundadores y fundadoras han sentido en sí la compasión que embargaba a Jesús al ver a la multitud como ovejas extraviadas, sin pastor. Así como Jesús, movido por esta compasión, ofreció su palabra, curó a los enfermos, dio pan para comer, entregó su propia vida, así también los fundadores se han puesto al servicio de la humanidad allá donde el Espíritu les enviaba, y de las más diversas maneras: la intercesión, la predicación del Evangelio, la catequesis, la educación, el servicio a los pobres, a los enfermos”. Y hacía hincapié en cuán interesante es que el papa Francisco ponga en primer lugar la intercesión y la predicación.  Por último, invitaba a abrazar el futuro con esperanza, no con optimismo. Si a él le preguntaran si es optimista respecto a nuestra Orden su respuesta sería “No, no soy en absoluto optimista pero tengo muchas esperanzas”. La esperanza nace de la certeza de que Dios nunca nos abandonará. O spem miram. Dios es la maravillosa esperanza prometida por Domingo como nuestro constante compañero en el santo empeño de anunciar la Palabra de Dios y hacer que se extienda.

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Clausura del Año Jubilar en el Monasterio de las dominicas de Palencia

  A lo largo del Año Jubilar numerosos grupos se acercaron al Monasterio para visitarlo, orar en  él, celebrar eucaristías, encuentros, momentos de adoración, escuchar charlas, testimonios, dialogar con las monjas. Y sobre todo, lucrar la indulgencia plenaria que ofrece a cada uno un nuevo comienzo. Es oportunidad de conversión y renovación personal o puede aplicarse a los difuntos para que suprimidas sus penas, por gracia, puedan acceder a la presencia de Dios.

  Acudieron niños, jóvenes, adultos, ancianos, pastores, seglares y religiosos, creyentes y no creyentes. Hombres y mujeres de diversas naciones. Una pequeña representación de la Iglesia y de la humanidad. La Priora decía al final de la celebración que fue para la comunidad una gran alegría que su Monasterio haya sido sede de misericordia para todos ellos y para sus seres queridos difuntos. Ha sido para ellas una experiencia gozosa de la comunión de los santos.  Toda la Iglesia ha salido beneficiada, su belleza resplandece un poco más y sienten que ha sido muy grande poder colaborar en ello con su granito de arena aprovechando esta gran oportunidad que se les ofreció. Un trabajo que continuarán desde el cotidiano vivir.

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Sacerdotes y frailes dominicos

  La comunidad considera que ha sido muy bendecida. Este año les ha ofrecido numerosas ocasiones para desinstalarse, mover horarios, salir de la comodidad y hacer un esfuerzo extra en favor de los demás. Vivir con mayor intensidad si cabe su importantísima misión de acogida, de hospitalidad y escucha. Cuidar con especial esmero la liturgia, compartida con tantas personas. Aprender cosas nuevas. Abrir el corazón a personas desconocidas hasta el momento y que hoy son hermanos. Escuchar juntas al Espíritu y ejercitar la creatividad en la fidelidad. Vivir el servicio y la disponibilidad. Y fue ocasión de predicar. Anunciar la Buena Noticia, la Gracia. Hablar de Dios a todo el que se acercaba, como buenas hijas de Santo Domingo. Y hablar a Dios de tantos hermanos que pedían sus oraciones. Enriquecerse con experiencias y fe compartidas. Manifestar humildemente la belleza del don precioso que es la vida contemplativa dominicana en el corazón de la Iglesia. Y luego llevarlo todo a la presencia del Señor en silencio. Su oración se ha hecho más ancha, la intercesión más ardiente, la alabanza más gozosa, la acción de gracias más desbordante.

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Las dominicas de Palencia junto al Maestro de la Orden y Fr. Miguel Ángel del Río

  La inocencia en la mirada de los niños y su sorpresa al conocerlas, el amor y la entrega de los esposos que han celebrado allí sus aniversarios, la ilusión en el rostro de los sacerdotes, el canto fervoroso de los ancianos, la fiel compañía de los de siempre… Todo esto y mucho más que no puede expresarse en palabras ha sido una gracia inmensa, un auténtico júbilo. “También agradecemos las incomodidades, las tensiones, el cansancio… Toda la Cruz escondida que ha fecundado sin cesar esta obra de Dios. Solo podemos bendecir y agradecer a nuestro Dios. Para Él toda gloria, alabanza y honor.”, concluía sor María de Jesús.