Fray Jesús Díaz Sariego: «Cuidar y acariciar el dolor es la tarea más preciosa de mi vida»
‘Vida Religiosa’ entrevista al Provincial de los Dominicos-Hispania y Presidente de CONFER
[Carlos González García / Vida Religiosa] Cae la tarde en Madrid. Lo hace lentamente, con mesura, como quien posa su mano sobre la herida de un Cristo abandonado. Son las 18:55 horas de un invierno que desprende un precioso olor a lluvia. Apenas queda luz en la calle, pero el reflejo de las aceras me lleva hacia un rincón donde la brisa del Espíritu engalana el rostro de la piedad.
Llego. Con los pies cansados, pero con paz. El convento de Nuestra Señora de Atocha mana una quietud que cobija a aquel que toca el corazón de su puerta. Ni siquiera hace falta creer para saberse en la casa de un Dios que ampara las ausencias más largas. Fray Jesús Díaz me recibe agradecido, con los brazos llenos de bondad, porque sus ojos no saben mirar de otra manera. «¿En qué puedo ayudarte?». La voz paciente y la sonrisa amiga del prior provincial de los dominicos de la Provincia de Hispania custodian el eco de quien escribe cuidado y consuelo en la intemperie del silencio. Subimos las escaleras del convento, y cada paso del también presidente de CONFER atrapa la caricia de Dios en un suspiro. Al borde de su ternura vive el Eterno, donde la plegaria sostiene y custodia el milagro, entre el amor y dolor. Y lo muestra con delicadeza. Dejándose doler, incluso, si es necesario, revelándome –en el reflejo de una mirada sacerdotal que ampara, aunque haga frío, la piel sufriente del hermano– que ante el cáliz desbordado, nace a solas la Belleza y solo queda el Amor.
¿Quién es Jesús Díaz Sariego?
En lo personal, me considero una persona introvertida, ordenada y trabajadora. Quizás con demasiado celo por la responsabilidad, y esto me hace sufrir cuando no estoy a la altura o no logro responder como los demás esperan que haga. En lo profesional, me apasiona estudiar e impartir clases de Teología a nivel universitario. Y en lo espiritual, la vida como dominico me ha llevado a ofrecer muchos retiros y ejercicios espirituales a religiosas, religiosos, sacerdotes y laicos, y esto me ha ayudado a perfilar mi propia vivencia de la fe y me ha alimentado en el ejercicio del ministerio presbiteral.
¿Cómo experimentas, desde que eras un niño, que Dios te llama a construir su Reino en una fraternidad de hermanos que se compromete desde el amor, la libertad y el anhelo de un mundo mejor?
Nací en una familia religiosa y practicante. En mi fe, fue muy importante el cura de mi pueblo (Riosa, Asturias), a quien conocí de niño: un hombre entregado y con una vida muy austera. Su fidelidad al sacerdocio me admiraba y, desde muy niño, me decía –no pocas veces en mi interior– que lo que ese sacerdote hacía a mí me apasionaba… La vocación religiosa (dominicana) vino después. En mi familia, mis hermanas y mis primos estudiaban en los colegios de las dominicas y de los dominicos, en Oviedo. Desconocía totalmente lo que esas religiosas y esos frailes re- presentaban. Pero en casa siempre se hablaba bien de ellos; así que fue, más bien, una apuesta familiar.
Y así, poco a poco, brota en tu corazón un estilo de vida que se fundamenta en la contemplación, el estudio y la comunidad…
Hablar de contemplación, estudio y comunidad son palabras mayores. Uno va madurando en ellas día a día, paso a paso. Son tres vocablos que me entusiasman. No podría vivir mi vocación religiosa dominicana sin ellos. Es más, cuando me adormezco en su cultivo o cuando el ritmo de vida con las tareas y responsabilidades me reduce en ellas, lo noto de veras. Como bien dices, son un estilo de vida, una forma de encararla, pues van configurando un modo de ser y de actuar. A mí me encantan por lo que representan, pero sobre todo por lo que alientan la propia vida.
Podría parecer paradójico hablar del silencio en la Orden de Predicadores, donde estáis llamados a predicar a tiempo y a destiempo. ¿A qué suena el silencio?
El silencio me suena a otro modo de comunicación. Es reflexión, ponderación, prudencia, reposo. Me evoca profundidad y claridad, me ayuda a vivir la vida y me educa en lo fundamental. El silencio es lo más preciado que tenemos los humanos, porque estamos llamados a comunicarnos. El silencio proporciona belleza a las cosas de las que hablamos y a las personas con las que conversamos. Gracias a él, podemos comunicar mucho mejor nuestro ser, lo que somos y lo que hacemos. Cuando se elige libremente, nos serena y apacigua; nos permite, incluso, ver las alegrías y tristezas de este mundo con la densidad del Espíritu que merecen.