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Música y mística en el Olivar con piezas y poemas del renacimiento inglés

24 de febrero de 2019

Programa del Ensamble Vocal Thesaurus, dirigido por Manuel Jiménez Roldán

  Música y mística en el renacimiento inglés fue el tema de la sesión del ciclo Música y Mística del pasado 22 de febrero en los dominicos del Cristo del Olivar de Madrid. En esta ocasión con un espléndido programa del Ensamble Vocal Thesaurus, dirigido por Manuel Jiménez Roldán, que interpretaron la Misa de Taverner, el magníficat de Fayrfax, y otras obras de Sheppard y Tallis.

  La selección de textos poéticos de Robert Southwell corrió a cargo de la profesora de la Universidad Complutense Rebeca Sanmartín, leídos por la soprano y actriz María Victoria Curto.

  Por su interés, pueden verse las notas del programa del Ensamble Thesaurus, así como los poemas de Sothwell:

  “La mística, entendida como una experiencia universal en el cristianismo, invita a la reflexión. Desde el canto gregoriano hasta las últimas polifonías renacentistas que se pudieron escuchar en Europa Oriental y Occidental, la música (de transmisión oral o escrita) ha sido un nexo primordial entre la espiritualidad, la razón y los sentidos del hombre. En nuestros días esta reflexión, junto a la audición de estas composiciones del final del Medievo y comienzos del Renacimiento nos traslada indefectiblemente a imágenes de tiempos pasados.

  Gran parte de la música católica de la generación de John Taverner y Robert Fayrfax está maravillosamente compilada en el códice medieval de Eton (Eton Choirbook) y constituye la gloriosa culminación de una estética insular desarrollada y sostenida por las grandes instituciones eclesiásticas fundadas a lo largo del siglo XV. Los acontecimientos históricos en torno a la Iglesia en 1543 -que con Enrique VIII se independiza del papado de Roma- y las posteriores luchas entre católicos y anglicanos, supusieron una orientación y una historia del arte más desligada del resto del continente europeo. La Reforma redujo el uso de la música a piezas más sencillas con textos en inglés y con la disolución de los monasterios, la actividad musical litúrgica se trasladó a catedrales, iglesias e instituciones que poseían la protección real. En este ambiente se movió Thomas Tallis, haciendo llegar la música católica (que no fue completamente abolida por los reformistas) a la minoritaria aristocracia católica, gracias a un privilegio de la propia Isabel I para imprimir e interpretar música sacra católica en latín.

 La misa Gloria tibi Trinitas es quizás la más conocida de las misas festivas de grandes proporciones de Taverner y fue copiada en el Cardinal College durante su magisterio en esa institución. A ella está dedicado gran parte del programa de hoy. Está escrita a seis voces, con las características ‘trebles’ (sopranos agudas) de las piezas inglesas de la época y con el cantus firmus del motivo gregoriano sobre la cual está basada en la segunda línea de canto (sopranos medias o ‘means’). Es una obra maestra en cuanto a balance sonoro y refinamiento contrapuntístico y despliega una textura sonora casi himnótica y que tiene cierta relación con el éxtasis místico. Todos los movimientos tienen una duración considerable y muy similar y en ellos se puede apreciar las principales líneas del cantus firmus, la variedad de texturas y el contraste entre los pasajes más sonoros y coloridos a ‘tutti’ y los más refinados e introvertidos a ‘solo’.

 Tanto la misa de Taverner como el Magnificat ‘regale’ de Robert Fayrfax son quizás las dos piezas más características del estilo musical del reinado de los primeros reyes de la dinastía Tudor en Inglaterra, Enrique VII y Enrique VIII. La innegable belleza de esta monumental música, tan introspectiva y luminosa a la vez, es capaz por si sola de transportar al oyente a un estado de paz y sublimación que eleva su alma más cerca de lo divino”.

 

Poemas del jesuita mártir Robert Southwell

Nuevo cielo,
nueva guerra

¡Venid a vuestro cielo, oh coros célicos!

La Tierra tiene el cielo que anheláis.

Venid a la morada actual de Dios:

Un pesebre es ahora Su aposento.

Pues los hombres le niegan su homenaje,

Ángeles, acudid, remediad esas faltas.

Necesita calor Su frío pavoroso:

Dádselo, serafines, como fuego.

Esta arquilla no tiene cobertor,

Con sus alas Lo envuelvan los querubes.

Ven, Rafael, que ha de comer el niño:

Al pequeño Tobías dale carne.

Que sea Su criado el arcángel Gabriel,

De quien antes tomó su lugar en la tierra.

Que salga San Miguel en la defensa

De quien juntó al amor la razón frágil.

Que las gracias Lo mezan cuando llore

Y los ángeles canten esta nana.

Aquel al que veíais en Su sitial celeste

Mama ahora del pecho de María.

Mirad a vuestro rey en mortal criatura:

Que Sus ropas prestadas no os engañen.

Venid adonde yace y besad el pesebre.

Esa es vuestra ventura allá en los cielos.

Este niño de apenas unos días

Ha venido a extinguir las huestes de Satán.

Todo el infierno tiembla en Su presencia,

Aunque de frío se estremezca Él mismo.

Porque de esta manera inerme y débil

Asaltará las puertas del infierno.

Lucha y gana batallas con Sus lágrimas,

Su pecho descubierto es un escudo,

Sus cañonazos son llantos de niño,

Sus flechas las miradas lacrimosas,

Sus enseñas marciales, el frío y la pobreza,

Y su carne tan flaca el caballo guerrero.

Su campamento puso en un establo,

Su bastión es tan sólo un muro roto,

Su trinchera la cuna, el heno Su alambrada,

Y Sus filas las forma con pastores.

Seguras de hacer daño así al maligno

Van llamando a las armas las trompetas angélicas.

Mi alma, con Cristo, se una en vuestra lucha.

Quedaos con las tiendas que Él ha alzado.

En Su cuna está el sitio más seguro:

Vuestra guarda será este niño chico.

Si deseáis con gozo batir al enemigo,

No prescindáis de este celeste infante.

 

El bebé en llamas

Como me hallaba tiritando en la nieve de una blanca noche de invierno,

Me sorprendió un repentino calor que hizo brillar mi corazón,

Y alzando temerosamente la mirada para ver qué fuego estaba cerca,

Un bello bebé brillantemente encendido apareció en el aire,

Quien, abrasado con excesivo calor, tremendo diluvio de lágrimas derramaba,

Como si su diluvio apagara las llamas con las que se alimentaban sus lágrimas.

¡Ay de mí!, dijo él, recién nacido en calor abrasador me cocino,

Y aún nadie se acerca a calentar su corazón o sentir mi fuego excepto yo,

Mi pecho sin mancha es el horno, el combustible hirientes espinas,

El amor es el fuego, y suspiros el humo, las cenizas la vergüenza y los desprecios;

El combustible proporciona justicia, y la misericordia sopla los carbones,

El metal en la forja son las almas corrompidas de los hombres.

Por lo que, como ahora estoy en llamas, para llevarlos a su bien

También me derretiré en un baño para lavarlos en mi sangre.

Con esto él desapareció de mi vista y se redujo a nada

Y rápidamente vino a mi mente que era el día de Navidad.