Nueva catequesis del Papa Benedicto XVI sobre la figura de Tomás de Aquino
El Papa dedicó su catequesis a continuar presentando el pensamiento de San Tomás de Aquino, al que ya dedicó la catequesis de la semana pasada.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quisiera continuar la presentación de santo Tomás de Aquino, un teólogo de tal valor que el estudio de su pensamiento fue explícitamente recomendado por el Concilio Vaticano II en dos documentos, el decreto Optatam totius, sobre la formación al sacerdocio, y la declaración Gravissimum educationis, que trata sobre la educación cristiana. Por lo demás, ya en 1880 el Papa León XIII, gran estimador suyo y promotor de estudios tomistas, quiso declarar a Santo Tomás Patrón de las escuelas y de las universidades católicas.
El motivo principal de este aprecio reside no solo en el contenido de su enseñanza, sino también en el método adoptado por él, sobre todo la nueva síntesis y distinción entre filosofía y teología. Los Padres de la Iglesia se encontraban enfrentados con diversas filosofías de tipo platónico, en las que se presentaba una visión completa del mundo y de la vida, incluyendo la cuestión de Dios y de la religión. En la confrontación con estas ideologías, ellos mismos habían elaborado una visión completa de la realidad, partiendo de la fe y usando elementos del platonismo, para responder a las cuestiones esenciales de los hombres. Esta visión, basada en la revelación bíblica y elaborada con un platonismo corregido a la luz de la fe, ellos la llamaban “nuestra filosofía”. La palabra "filosofía" no era por tanto expresión de un sistema puramente racional y, como tal, distinto de la fe, sino que indicaba una visión completa de la realidad, construida a la luz de la fe, pero hecha y pensada por la razón; una visión que, ciertamente, iba más allá de las capacidades propias de la razón, pero que, como tal, era también satisfactoria para ella. Para santo Tomás el encuentro con la filosofía pre-cristiana de Aristóteles (muerto hacia el 322 a.C.) abría una perspectiva nueva. La filosofía aristotélica era, obviamente, una filosofía elaborada sin conocimiento del Antiguo y del Nuevo Testamento, una explicación del mundo sin revelación, por la sola razón. Y esta racionalidad consiguiente era convincente. Así la vieja forma de "nuestra filosofía" de los Padres ya no funcionaba. La relación entre filosofía y teología, entre fe y razón, había que volver a pensarla. Existía una "filosofía" completa y convincente en sí misma, una racionalidad que precedía a la fe, y luego la "teología", un pensar con la fe y en la fe. La cuestión urgente era esta: el mundo de la racionalidad, la filosofía pensada sin Cristo, y el mundo de la fe, ¿son compatibles? ¿O se excluyen? No faltaban elementos que afirmaban la incompatibilidad entre los dos mundos, pero santo Tomás estaba firmemente convencido de su compatibilidad – es más, que la filosofía elaborada sin conocimiento de Cristo casi esperaba la luz de Jesús para ser completa. Esta fue la gran “sorpresa” de santo Tomás, que determinó su camino de pensador. Mostrar esta independencia entre filosofía y teología y, al mismo tiempo, su recíproca racionalidad, fue la misión histórica del gran maestro. Y así se entiende que, en el siglo XIX siglo, cuando se declaraba fuertemente la incompatibilidad entre razón moderna y fe, el papa León XIII indicara a santo Tomás como guía en el diálogo entre una y otra. En su trabajo teológico, santo Tomás supone y concreta esta racionalidad. La fe consolida, integra e ilumina el patrimonio de verdad que la razón humana adquiere. La confianza que santo Tomás otorga a estos dos instrumentos del conocimiento – la fe y la razón – puede ser reconducida a la convicción de que ambas proceden de una única fuente de verdad, el Logos divino, que opera tanto en el ámbito de la creación como en el de la redención.