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Presentación de los libros «La oración del Silencio» y «Minutos de silencio»

29 de abril de 2013

Organizado por la Editorial San Pablo y la Orden de Predicadores, quiso ser un homenaje póstumo al iniciador de la Escuela del Silencio, fr. José Fernández Moratiel.

Presentación de los libros «La oración del Silenci

El pasado 26 de abril, en el Salón de Actos del Colegio Virgen de Atocha (FESD), se presentaron los libros «La oración del Silencio» y «Minutos de silencio», una recopilación de textos del dominico fr. José Fernández Moratiel, publicados por la Editorial San Pablo.

El subdirector de la Editorial, Octavio Figueredo fue el primero en intervenir explicando por qué se había decidido publicar dos libros del mismo autor al mismo tiempo, aunque en dos formatos distintos y en dos colecciones diferentes. En realidad están dirigidos a dos tipos de destinatarios: el primero, «La oración del silencio», parte de un compromiso creyente y un deseo del lector de conocer en profundidad e integrarse en la «Escuela del Silencio»; el segundo libro, «Minutos de silencio», es más abierto; quien se acerque a él encontrará una ayuda, un consejo, un momento para detenerse y reflexionar en su vida.

Fr. Julián de Cos, autor de la introducción al libro de «La oración del silencio» y responsable de la recopilación de los escritos que en dicha obra se publican, intervino en segundo lugar. Fr. Julián, que conoció personalmente al creador de la «Escuela del Silencio», aclaró que a Moratiel no le gustaba escribir, y los libros que editó en vida habían sido dictados. Los actuales son recopilación de apuntes que sus seguidores tomaron de sus charlas. ¿Por qué no escribía Moratiel?, pues en opinión de fr. Julián porque «le gustaba transmitir su palabra directamente, físicamente, de tal forma que con su presencia daba testimonio de lo que él decía, un testimonio físico. Ese es el gran valor de Moratiel, que no es una pura palabra que suena muy bien y tiene su lógica, sino que él a su vez la subrayaba y daba todo su valor con su presencia, con su forma de ser y forma de comunicarla».

Fr. Emilio Rodríguez, poeta, también conoció a Moratiel desde la infancia y quiso compartir con los presentes algunas de sus experiencias vividas con el autor durante la formación en Corias y Salamanca donde era conocido como «hermano mayor». Al final recitó una poesía inédita titulada «La muralla del silencio», que quiso dedicarle a Moratiel tras su muerte.

La intervención de Martín Velasco tenía como objetivo hacer un análisis sintético de la obra de Moratiel. Comenzó recordando cómo llevamos casi sesenta años diciendo que hay una crisis de fe, incluso dentro de la Iglesia, y lo triste es que, aun siendo conscientes de ese problema, no hemos sido capaces de salir de ella. Lo que nos ha impedido salir de esa crisis de fe, entre otras razones, es la falta de verdaderos maestros en la iniciación en el crecimiento de la fe y experiencia de Dios. «Han habido – a juicio de Martín Velasco- muchos maestros teóricos, pero no maestros que lo hayan aplicado al día a día ayudando a los demás a crecer en la fe. El padre Moratiel es de los pocos que lo han sido, de una manera eficaz y personal. Lo pudo hacer porque él mismo había sentido necesidad de esa vida interior y ya desde jóven había vivido una aventura espiritual que le llevó después a iniciar y propagar la obra de las «Escuelas del Silencio». La obra está orientada explícitamente a abrir un camino espiritual que condujera al encuentro con Dios en el silencio interior».
El padre Moratiel hablaba de formas del silencio negativas, que más bien son distorsiones del silencio o realidades que impiden la realización del verdadero silencio, «es el silencio cuando es mudez, mera ausencia de la palabra y que sólo tiene en común con el silencio la apariencia»
. Las causas que llevan a ese silencio pueden ser la angustia, el aislamiento, el miedo, el odio, «todo aquello que entorpece la relación e impide el encuentro».

El silencio positivo, por su parte, puede ser «el silencio de la cortesía y humildad que crea el espacio en el que puede irrumpir en nuestra vida el otro; silencio de la admiración y el asombro, cuando nos encontramos ante aquello que nos excede como puede ser la belleza, la verdad, el misterio, cuando nos encontramos ante estas formas de realidad última el sujeto no tiene palabras para expresar aquello que ha contemplado; y el silencio de la verdadera alegría».

El padre Moratiel, según Martín Velasco, encuentra un gran obstáculo para lograr el silencio y con él acceder a nuestro interior y allí descubrir la presencia; el gran obstáculo es el ego, el yo humano convertido en centro de sí mismo, para convertirse en centro de todo, el yo posesivo.

Martín Velasco reconoció la actualidad que tiene el cultivo del silencio como un modo de llegar al yo, a la interioridad: «Muchas personas hoy anhelan el desubrimiento de su yo interior. Hoy está de moda la búsqueda interior, la autorrealización que no va mas alla, lo que en realidad hace que sea un ensimismamiento». Pero en la obra de Moratiel no existe ese peligro, «porque con el silencio del que habla se llega al propio corazón, sí, pero para escuchar la Presencia. Presencia que es la mejor manera para referirse a Dios, alguien en constante comunicación, autodonación al otro, es una manera de percibirle sin atraparle con un concepto nuestro y con quien se puede establecer una relación de comunión, relación de contacto amoroso. El silencio termina así siendo la culminación de la relación con ese más allá de nosotros mismos que llevamos en nuestro interior y para el que estamos hechos, que no es otro que la presencia de Dios».

Las palabras de fr. Jesús Díaz pusieron punto final al acto de presentación: «El silencio interior es necesario en la espiritualidad de los creyentes porque nos permite escuchar por debajo de las palabras que se pronuncian para adivinar lo que no llega a decirse. Con Dios buscamos adivinar cómo la palabra se dirige a nosotros, cual es el sonido de su voz. En la palabra que brota del silencio buscamos discernir los trazos de un rostro, ya que el silencio nunca es pasivo. Un oído abierto permanece en vigilia, cuando esto se da la palabra que brota del silencio, se vuelve en mirada, contemplación y oración».