¿Qué puede aportar la Orden de Predicadores al mundo de hoy?
La Cátedra de Santo Tomás de Ávila en el año del Jubileo, reflexiona acerca de la aportación de los dominicos a lo largo de la historia y en nuestros días.
Siempre el teatro es quien abre oficialmente la Cátedra de Santo Tomás de Ávila, en esta ocasión con una lectura dramatizada de la obra del dramaturgo Juan Mayorga “Primera noticia de la catástrofe” que tuvo lugar el lunes 16 de mayo en la iglesia de Santo Tomás.
La sesión de conferencias comenzó al día siguiente, y este año lo hizo, como no podía ser de otra manera, con un homenaje a fr. Marcos, alma de esta Cátedra en los 14 últimos años, cuya salud le ha obligado a mantenerse al margen en la organización de este año. En agradecimiento a su labor, se ha editado un libro con textos de fr. Marcos que han servido de presentación en cada una de las 14 ediciones de la Cátedra. Fr. Felicísimo, acompañado de la teniente alcalde de cultura de la ciudad de Ávila, Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaría, fueron los encargados de presentar el libro, agradeciendo el trabajo realizado por fr. Marcos con la aportación de una Cátedra que ha permitido el diálogo entre religión y sociedad, algo poco usual en nuestra sociedad española.
A continuación comenzó la primera ponencia de este año a cargo de Manuel Reyes Mate que quiso presentar las aportaciones que la Orden de Predicadores aún hoy puede hacer a nuestra sociedad. Inició su intervención haciendo una reflexión acerca de la sociedad excesivamente acelerada en la que vivimos que nos permite tener muchas vivencias pero nos impide tener experiencias, asimilar la realidad en profundidad. “Además, alertaba Reyes, las prisas nos han hecho perder nuestra noción del tiempo, teniendo como principal referente temporal la velocidad de internet, una velocidad peligrosa porque la prisa mata, la prisa nos hace perder en humanidad”. Estos riesgos de la sociedad apresurada tiene consecuencias que el conferenciante enumeró en su exposición: corremos el riesgo que vivir en soledad; tenemos dificultad de relacionarnos con los demás; perdemos también en interioridad porque no nos atrevemos a estar en silencio para pensar en nosotros mismos y por último tenemos el riesgo de perder el pasado pensado que lo nuevo es siempre mejor.
Ante esta situación Reyes Mate se preguntaba si la Orden de Predicadores tiene algo que aportar a esta sociedad acelerada, si tiene antídotos contra la prisa y enumeraba una serie de pautas de vida dominicana que podrían servir: En primer lugar el ritmo de vida, más pausado, que se vertebraba en torno a los días de fiesta y no al revés como sucede en nuestra sociedad consumista; en segundo lugar el equilibrio entre contemplación y acción; la confianza que la Orden pone en la razón y en la palabra, en el diálogo; su distinción entre vida pública y vida privada que no hay que exponer con la ligereza que hoy se hace; y por último el equilibrio entre la tradición y la modernidad, que es algo muy dominicano, novedad y tradición: “una modernidad sin pasado no tiene sentido, y una tradición si creatividad no va a ningún sitio”. La Orden de Predicadores puede ofrecer, por último, lugares de sanación del espíritu que nos recuerden que el progreso está al servicio del ser humano y no al revés.
En la segunda ponencia de la Cátedra, fr. Felicísimo Martínez se atrevió, según sus propias palabras, a hablar sobre un tema tabú en nuestros días como es el tema de la verdad: “La verdad fue un valor defendido en tiempos pasados, pero discutido hoy en que cada vez hay más escépticos, en que predomina la cultura de la sospecha y se huye de la verdad”. Fr. Felicísimo reconocía que la verdad absoluta no es patrimonio de nadie, solo de Dios, pero todos deberíamos tener el instinto de la verdad, un deseo de búsqueda de la verdad. “En la crisis de veracidad de nuestro mundo, se hace necesaria la veracidad”. El ponente enumeró los “enemigos” de la verdad como son lo políticamente correcto y el pragmatismo.
Posteriormente fr. Felicísimo recurrió a los autores dominicos clásicos (Santo Domingo, Santo Tomás de Aquino, San Alberto Magno…) que valoraban la verdad como una virtud, pues la verdad nos lleva al bien, la verdad es invencible, no se puede cambiar alegremente por nuestros propios intereses, “cuando alguien dice la verdad nadie puede ser vencido. La victoria de la verdad tarda en llegar, pero a la postre la verdad es invencible”. Los maestros medievales, según fr. Felicísimo, nos dejaron grandes enseñanzas acerca de la verdad que no es patrimonio de nadie, que es verdad “venga de donde venga”, que está abierta a todos… La tarea de la verdad es tarea colectiva, a ella se llega por el diálogo.
Al final de su intervención, fr. Felicísimo defendió la necesidad de la verdad, de la honestidad, de la coherencia en un mundo en que se ha instalado la desconfianza, donde prima la mentira, donde se ha dejado de lado la verdad que es imprescindible para la convivencia humana, para unas relaciones justas y humanizadoras. “El ser humano, en palabras de fr. Felicísimo, tiene que aprender a vivir, no con certezas plenas, sino con infinidad de dudas e incertidumbres, pero siempre en fidelidad a la verdad que va descubriendo”.
Fr. Miguel Ángel Medina, en la última conferencia de la Cátedra, eligió dos momentos significativos de la historia de la Orden en que la vivencia de la pobreza evangélica había sido especialmente intensa, para terminar reflexionando acerca del modo en que ha de ser vivida la pobreza evangélica hoy. El primer momento es la fundación de la Orden en que Domingo eligió la pobreza mendicante, en un siglo XIII en que la humanidad pedía una vivencia de la pobreza en mendicancia. En un tiempo de ostentación y vasallaje en que los poderosos se aprovechan de la miseria de la gente creando grandísimas desigualdades, surge a una pobreza mendicante que necesita del amor y la fraternidad, un estado de vida asentado en la gratuidad, compartiendo el abajamiento de las clases más impopulares que es lo que propone Santo Domingo. Un segundo momento es la opción por los oprimidos, haciendo memoria de los frailes que llegaron a la isla de La Española a comienzos del siglo XVI, donde la pobreza dominicana adquiere un nuevo rasgo, renunciando a la mendicancia para no aceptar los bienes injustamente obtenidos a costa de la explotación de los indios. Rebrotó la idea de la pobreza evangélica pero con tintes nuevos, decidieron defender los derechos de Dios y de los hombres convirtiéndose en profetas contra la injusticia.
El último punto de la conferencia se planteó a modo de pregunta: Hoy ¿cómo puede ser hoy vivida la pobreza dominicana? ¿Y cómo puede esta pobreza crear una civilización de la austeridad tan necesaria? Fr. Miguel Ángel hacía una llamada a crear una civilización de la austeridad donde todos los hombres tengan garantizada la satisfacción de sus necesidades fundamentales, una civilización de la austeridad, del compartir, del comunicar bienes y vidas: “Estamos ante un desafío gigantesco que requiere rebasar muchas fronteras, pero es necesario un sentimiento de fraternidad y solidaridad entre los pueblos”. El conferenciante volvía a preguntarse al terminar la conferencia: “¿Cómo podemos, como dominicos, predicar la gratuidad de Dios si nos dejamos presionar y contagiar por la sociedad el consumo?” Respuesta: “Con una sencillez de vida que nos ayude a liberarnos de las promesas de una cultura consumista”.