El cristiano ante situaciones extremas de dolor y muerte
Todos pasamos alguna vez en la vida por situaciones difíciles y desconcertantes de dolor y sufrimiento que pueden desencadenar auténticas crisis .
Todos pasamos alguna vez en la vida por situaciones difíciles y desconcertantes de dolor y sufrimiento: la muerte de un ser querido, el divorcio o la separación matrimonial, la privación de libertad, la soledad y el desamparo, una enfermedad mortal, etc. Son otras tantas experiencias, en ocasiones traumáticas, que pueden desencadenar auténticas crisis y alterar incluso comportamientos porque la vida parece haber perdido su sentido. ¿Cómo abordar estos sucesos que comportan el riesgo de llevar al desánimo, la decepción y la tristeza del aparente fracaso en la vida?
El dominico Carlos Robles Candanedo, orientador pastoral y familiar, fue desgranando una bella y sugerente reflexión sobre el tema al hilo del relato evangélico de los caminantes de Emaús (Lc 24, 13-35) para encontrar en el mismo criterios y pautas de actuación en tales situaciones. ¿Cómo hacer el camino de Jerusalén a Emaús para volver de nuevo, transformados, al lugar de partida? Porque el relato evangélico capta la pregunta de todo ser humano: ¿es posible encontrar el camino de recuperación en situaciones de profunda decepción y duelo? ¿Cómo percibir la presencia reconfortante del acompañante anónimo y silencioso que provoca, desde su aparente debilidad e impotencia, el legítimo desahogo para suscitar finalmente una confrontación empática que ayuda a crecer y madurar?
Son otras tantas preguntas que han encontrado respuesta en la tradición cristiana. Baste el testimonio del Discurso a Diogneto (s. II), donde se afirma que los cristianos “daban muestras de un tenor de peculiar conducta”. ¿A qué se debía? Como alguien ha dicho: “el sufrimiento es como el megáfono de Dios que nos despierta de nuestros sueños”. Cuestiona posibles creencias ingenuas en un Dios intervencionista y controlador de nuestro destino. Serena y purifica la fe del creyente. De ahí que el reconocimiento de Jesús por parte de los discípulos desembocara en la inmediata comunicación a los suyos y en la búsqueda común de una vida nueva, cargada de esperanza.