Sor Herminia Piloñeta Fernández, misionera en Cuba: "En las dificultades, permanecer"
Entrevista a la hermana dominica de la congregación de Santo Domingo
ENTREVISTA: Rachel S. Diez
FOTOGRAFÍA: Hanoi M. Ferrer
[VIDA CRISTIANA]
Hace 26 años que vive en Cuba, aunque nació en Villoria, Pola Laviana, Asturias. Desde muy pequeña sintió la vocación a la vida religiosa, pero su timidez natural hacía que no lo compartiera a menudo; tal vez por eso prefiere respetar el sentir de los otros, antes de impulsarlos a la vida consagrada. Ella considera que la vida religiosa es una llamada de Dios a la persona, y que si no existe esa llamada en primer lugar, no hay posibilidad de trascender las dificultades hasta encontrar la belleza.
Compartía el hogar materno con seis hermanas y un hermano cuando comenzó a decir que quería ser misionera. Poco tiempo después aparecieron en su pueblo dos monjas dominicas, que tenían su convento a unos 14 kilómetros del lugar. Aunque en aquella época no se viajaba tanto como en la actualidad, aquellas mujeres supieron dejar huella en sus periplos, y al poco tiempo una de sus hermanas comenzó en el aspirantado.
Sor Herminia Piloñeta Fernández entró a la congregación de Santo Domingo el 21 de junio de 1968. Hace 55 años. Desde entonces ha hecho múltiples actividades pastorales y de servicio, pero ninguna le ha robado tanto empeño como el proyecto «Dejad que los niños se acerquen a mí» en el municipio de Martí, al noreste de la provincia de Matanzas.
El proyecto surgió en el 2009, pero desde los 90 las Hermanas Dominicas ya trabajaban en los campos y bateyes más pobres, en la catequesis, y acompañando a la comunidad en torno a la parroquia. La obra comenzó cuando las religiosas se percataron de que, durante los meses de verano, las madres iban con sus hijos a los centros de trabajo.
Sin tener dónde dejarlos durante la jornada laborable, al término del curso escolar, era especialmente difícil para las madres solteras, que en su mayoría tampoco pueden pagarse "guarderías" en los pueblos cubanos. Es así como se les ocurrió crear en el área parroquial un espacio para esos niños.
Al comienzo tenían un ranchón, que con los temporales terminó por destruirse totalmente. Fue así que Herminia y Sor Amparo contactaron a diferentes ONG para sentar las primeras bases de las aulas/locales; espacios que hasta hoy les han permitido instruir y ofrecer alimentos a centenares de niños. En la actualidad, junto a Sor Herminia se encuentran las hermanas Rubiela y Matilde.
-R: La opción por Cuba.
HH: Hasta el día de hoy sostengo que cada cosa que se hace, mientras sea afrontada con amor, anula el cansancio, y te hace feliz. Por eso no me alarmó la oportunidad de venir a Cuba. Cuando la Madre General me presentó la idea estaba en Italia, siempre en la cocina, que es lo que mejor se me da. Ella insistió en que no sería mi principal función aquí. Ten presente que durante 28 años, la cocina fue mi mejor contribución. La respuesta que recibí fue: "Te mando porque tú sabes escuchar, y en Cuba hace mucha falta gente que escuche". Me hacía ilusión venir porque siempre pensé en conocer dos países: Cuba y México. También tenía familia cubana que no conocía.
-R: ¿Cuál fue la motivación inicial del proyecto?
Es cierto que hemos pensado en los niños. Pero principalmente nació de la necesidad de las madres. Tenía un taller de costura, en una habitación en lo alto de la Iglesia, para promover a la mujer. Y estas propias mujeres que enseñaba me animaron.
Comenzamos con muy pocos niños, pues nuestros recursos eran modestos. Alrededor de siete niños. Hoy en solo un día podemos tener hasta 60. Y en los meses de verano llegamos a 120.
-R: He visto que tienen talleres de formación artística, en valores, catequesis, manualidades, informática…todo con un equipo muy reducido de profesores. Además de que han podido sostener las meriendas y almuerzos de los niños aún en momentos tan críticos.
La gente siente el calor que tú puedes darles, sin hablar tanto, simplemente con tu actitud. Eso si lo tengo muy metido en la cabeza, y creo que es lo que Cuba necesita. Porque son muchos años sin religión. En prohibición. Cuando llegué al pueblo la gente me decía: "¿puedo entrar ahí?" Y yo respondía: "Claro que puede entrar ahí, es la casa de todos". Ellos replicaban: "Es que nos dijeron que ahí estaba el demonio". Estas cosas fueron las que se sembraron. Aquí en Martí, no puedo hablar de otras partes. Hemos tenido que ganar ese espacio, y lo hemos hecho a golpe de amar mucho a la gente, de ganarnos su confianza.
Los veranos suelen venir todos esos niños y nunca nos ha faltado nada para darles. Por eso siempre digo que la mano de Dios ha estado en todo esto. Es un pueblo muy pobre. No puedes hacer mucho por ellos porque hay pobreza real, de dinero, espiritual, moral. ¿Qué nos queda? Caminar con ellos. Quererlos. Siempre he pensado que, a la gente que quieres, las transformas de alguna manera. Y es lo que he querido hacer en este pueblo: quererlo.
Recién ordenado obispo Monseñor Manolo, vino un día a visitarnos y nos preguntó qué hacíamos aquí. Nosotras respondimos que presencia. Es todo lo que podemos hacer, estar para ellos. Estoy muy feliz con esos niños que vienen, juegan, corren, porque sé que algo aprenden; y lo poquito que logren aprender les va a servir para la vida.
Lograr que estos niños coman al menos unos cuantos días. Porque es una realidad, es un pueblo donde los niños no tienen comida todos los días. Es muy difícil. Hay gente que se angustia demasiado por lo que no puede transformar, por eso Martí no es lugar para todo el mundo. Tienes que saber que estás en necesidad, ver qué puedes hacer, pero no llevarles angustia. Porque para ellos ahora mismo es una cosa de esperanza.
(Silencio. Lágrimas)
Estuve en España recientemente para operarme de la rodilla. Me decían que no volviera, que no podía hacer nada con lo malo que estaba esto. Y pensé: yo sí quiero volver, quiero estar allí. No sé qué va a pasar conmigo, pero tengo la esperanza de seguir. Un poquito, hasta que Dios quiera. Ya soy muy vieja. Estoy a las puertas de partir para la vida eterna, pero no me importa eso. Mientras pueda estar, estoy contenta.
-R: La enfermedad, ¿es un acto de confianza?
Soy una mujer con suerte. Me diagnosticaron lupus en el 2002. Me alertaron de las crisis que esto traería. Trabajé siempre sin preocuparme de nada hasta el verano del año pasado que comencé a sentirme cansada, extraña. Yo no le di importancia. Me levantaba a las 5 am para hacer la comida de los niños, solo así si cortan la corriente da tiempo a poner los frijoles y el arroz.
Luego del lupus, vino una cardiopatía. Más tarde una trombosis. Después vino la paralización completa del cuerpo. Estuve sin poder moverme nada.
Aun así, yo no sé lo que es tener crisis. Vivo tranquila y feliz. Yo confío en el Señor. Digo siempre a las chiquillas que trabajan conmigo: amen las cosas, amen las personas, amen lo que hacen. Cuando uno trabaja con amor, nunca se cansa. Estoy convencida.
-R: ¿Qué valora Herminia?
En las dificultades, permanecer. A quienes apoyan a la gente. A quienes son capaces de salir adelante tratando de hacer algo. La Iglesia tiene que salir, el Papa dice salir fuera. Cuando vine era joven. Joven con 50 años (ríe). Recorrí el pueblo entero, los bateyes, y te aseguro que la gente está fuera, no está en la Iglesia.
A mí me importa morir en Cuba. Quiero a este pueblo. Lo quiero de verdad. Ahora que están con muchos problemas, mucha necesidad, ¡qué tristeza si yo me quedara en España! ¡Qué ejemplo le doy a ese pueblecito que está sufriendo! Y además, desgraciadamente, nosotras no la pasamos tan mal como la pasan ellos.
Esta ha sido mi vida: 28 años en una cocina, y 26 en Cuba. Los cuales hacen todos los años de vida religiosa que tengo.