Noticia

Fr. Jesús Díaz Sariego: "Ser aliviadores del dolor de los demás, lo cual es un gesto profundamente profético”

5 de febrero de 2021

Cuatro parábolas vivientes de fraternidad en un mundo herido. El prior provincial de Hispania participa en los XV Jueves de Religión Digital

  La vida consagrada encarna como nadie en la Iglesia la parábola del Buen Samaritano. Para muestra, el botón del webinar de ayer de RD. Con cuatro samaritanos de hoy, que siguen enamorados de Dios y quieren seguir siendo levadura pasa sanar los corazones heridos: la jesuitina María Luisa Berzosa, la abadesa de Les Puelles, Esperanza Atares, el dominico Jesús Díaz Sariego y el franciscano y arzobispo emérito de Tánger, Santiago Agrelo.

  Los XV Jueves de RD, patrocinados por el Banco Sabadell, con el apoyo técnico de Católicos en Red, llenaron la pantalla de esa irradiación que sólo desprenden los seres de luz. Dos frailes y dos monjas, con largos recorridos y vidas curtidas en la viña del Señor. Todo un mosaico de vidas donadas, iguales en el fondo y diferentes en las formas y hasta en las llamadas vocacionales.

  A María Luisa Berzosa le gustaba oír hablar de las misiones en su internado de monjas, pero, de jovencita hizo oposiciones y entró de funcionaria en el que entonces se llamaba ministerio de Información y Turismo. A las órdenes lejanas de Fraga. Y ahí volvió a plantearse su vocación religiosa y entró en las Jesuitinas. Y hasta ahora, porque en su congregación encontró “la espiritualidad ignaciana que me armonizaba por dentro y me permitía, ya entonces, ser una mujer libre y liberada”.

  María Luisa dedicó su vida (57 años en la congregación) a la educación, su “vocación por genética” heredada de sus padres maestros, en España, Argentina e Italia. Ya jubilada ha vuelto a Roma, para ejercer de “acompañante espiritual”. Y, cuando echa la vista atrás, reconoce que “éste es el zapato que se acomoda a mi pie y, si volviera a nacer, volvería a elegir este camino, porque mi vida es fecunda y fecundante”.

  Jesús Díaz Sariego es el provincial de Hispania de los dominicos, que entró en esta orden religiosa con solera, porque vivía cerca del colegio dominico de Oviedo. Hizo el noviciado con 19 años y reconoce que “la Orden me enseñó a ver el mundo y a relacionarme con él en los años 80, en la España que estrenaba la democracia”. Por eso, si algo le hace sufrir, todavía hoy, es “percibir que yo, la Orden o la Iglesia no conectamos con el mundo de hoy”. Y, como María Luisa, siente “la felicidad de haber acertado en la opción tomada”.

  La abadesa de Les Puelles, Esperanza Atares, llegó a la vida contemplativa de un monasterio de monjas de clausura desde la lucha militante de la JOC. Un día se fue a Asís, a ver al gran místico, famoso en aquellos años, Carlo Carreto, hermanito de Foucauld que, en la dedicatoria de uno de sus libros, le puso: “Dios te busca y te quiere toda para Él”. Y entró en el monasterio benedictino de Sant Pere de les Puel.les.

  “Yo soy anormal”. Siempre espontáneo y sincero, monseñor Agrelo comenzó refiriéndose así a su vocación. Y explicaba: “Yo no tueve vocación. Me llevaron de un lugar a otro. A los 11 años me trasladaron o expulsaron de casa para encerrarme en el seminario franciscano que había a 18 kilómetros. Allí entré con la idea de no salir más. No íbamos para nada a casa. La primera vez que volví tenía dos nuevos hermanos que nunca había visto. Es decir, entré en clausura rigurosa”.

  “Entre, además, a los 11 años con la idea de que aquello era para siempre y esa idea nunca la volví a cuestionar. El resto me lo dio la orden franciscana. Entré feliz y contento y eso no cambio a lo largo de mi vida. Siempre me sentí feliz, a pesar de las muchas, muchísimas lágrimas derramadas”, añade el franciscano. Llanto incluso de pequeño, porque “en el seminario, pasé por el infierno de los escrúpulos, un infierno horrible, y, después, por el cielo, al vencerlos”.

  Después del Concilio cayeron las murallas y los franciscanos se convirtieron en una orden inserta en el mundo. Y Agrelo fue párroco, profesor y arzobispo de Tánger, con sus queridos emigrantes, por los que entregó gran parte de su vida.

  ¿El hecho de tener que vivir en comunidad es un lastre o un beneficio?, preguntó Jesús Bastante. Para Berzosa, que ahora mismo vive en una comunidad de 10 hermanas de 7 países diferentes, “la comunidad es fuente de gozo y de dificultad, por eso hay que hacer juego de cintura, pero hay una raíz fuerte común”. Como un árbol, “lo que nos une es la raíz, para permitir ramas diversas y frondosas”.

  Díaz Sariego también reconoce que “parte de lo que soy se lo debe a los compañeros con los que vivo”, mientras Agrelo explica que, precisamente por ser obispo jubilado, “soy la última carta de la baraja en la comunidad: el dos de bastos; soy un fraile como cualquier otro y participo en todo, desde recoger los platos a barrer”.

Los desafíos de la vida consagrada hoy

  Con su natural clarividencia, fray Santiago Agrelo formula así lo que él considera el principal reto de la vida consagrada: “Debiéramos representar una alternativa creíble, aceptable y deseable para un mundo muy herido y marcado por la competencia, el consumismo y el individualismo”.

  Se trata, en otras palabras, de demostrar que, en la vida religiosa y en la Iglesia, “vivimos todos para todos”. Una demostración que, a su juicio, “no se da”, pero que “tenemos la responsabilidad de hacerla efectiva”.

  Para María Luisa Berzosa, hay que “estar a pie de calle, donde hay dolor, sufrimiento y muerte”. Es decir, “con la Biblia en una mano y el periódico en la otra”, para presentar a la gente “la alternativa de ser lo que somos, sin diluirnos y siendo solidarios con el dolor”.

  El vicepresidente de la Confer, por su parte, asegura que, desde la plataforma de la vida religiosa “se ve una sensibilidad común arraigada de estar cerca del sufrimiento y, como pide la Fratelli tutti, mostrarle a este mundo cada vez más agresivo amabilidad y afabilidad; es decir, ser aliviadores del dolor de los demás, lo cual es un gesto profundamente profético”.

  Por eso, en medio del dolor actual de la pandemia y de las consecuencias de pobreza y más marginación que va a dejar, monseñor Agrelo insiste en que la alternativa que la vida religiosa tiene que ofrecer al mundo es demostrarle que “no necesita consumir más para ser feliz”.

  O, como dijo la abadesa Esperanza Atares, “dar una respuesta de acogida y de esperanza, para curar las heridas de los que nos necesitan”. De hecho, las benedictinas tienen una casa para los sintecho y otra, para chicas y señoras que estaban en la calle.

  En cuanto al futuro de la vida religiosa, a pesar de la escasez de vocaciones, los cuatro intervinientes se muestran esperanzadados. “Estamos llamados a seguir siendo levadura, pero sin basarnos en la cantidad, porque el mundo secularizado requiere otro tipo de presencia y de vida religiosa”, explica Díaz Sariego. Y el provincial dominico invita a plantar cara al reto de “la reducción brutal”, porque, “aunque estamos muy ocupados en nosotros mismos, la sociedad nos está recolocando”.

  Para Berzosa, “la falta de vocaciones es un signo de los tiempos, porque el Señor sigue llamando, pero en otros formatos y, aunque el testimonio de la levadura a veces no se ve, no se me ha muerto la esperanza”.

  Para la abadesa de les Puelles, “quizás quiere el Señor otra cosa de la vida religiosa y de la Iglesia: cambiar las formas y las maneras de estar en el mundo; eso sí, sin miedo al cambio, porque el Señor nos acompaña”.

  “Me asustaría mucho que tuviésemos hoy las vocaciones d ellos años 50 y 60, porque, en ese caso, el proyecto del Señor se iría a paseo”, matiza el franciscano Agrelo. A su juicio, “éste es el tiempo necesario y querido por Dios de adelgazamiento y empobrecimiento”. El arzobispo está absolutamente convencido de que “nos toca adelgazar en un proceso de desamortización voluntario en lo personal y en lo institucional, porque necesitamos hacernos pobres para estar con los pobres”. Y en la Red quedó flotando un aroma de autenticidad y frescura evangélica de dos religiosas y dos religiosos enamorados de Dios y del mundo: parábolas vivientes de fraternidad.