Abr
Evangelio del día
“ Señor, que tu bondad me escuche en el día de tu favor ”
Primera lectura
Lectura del libro de Isaías 50, 4-9a
El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo;
para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los discípulos.
El Señor Dios me abrió el oído;
yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;
no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.
El Señor Dios me ayuda,
por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.
Mi defensor está cerca,
¿quién pleiteará contra mí?
Comparezcamos juntos,
¿quién me acusará?
Que se acerque.
Mirad, el Señor Dios me ayuda,
¿quién me condenará?
Salmo de hoy
Salmo 68, 8-10. 21-22. 31 y 33-34 R/. Señor, que me escuche tu gran bondad el día de tu favor
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre.
Porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mi. R/.
La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre. R/.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias.
Miradlo, los humildes, y alegraos;
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Mateo 26, 14-25
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
«¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?».
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?».
Él contestó:
«Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle:
“El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”».
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
«En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar».
Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
«¿Soy yo acaso, Señor?».
Él respondió:
«El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!».
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
«¿Soy yo acaso, Maestro?».
Él respondió:
«Tú lo has dicho».
Reflexión del Evangelio de hoy
En estos días de Semana Santa, los acontecimientos hablan por sí a través de la misma Palabra de Dios sin necesidad de interpretación; nos van adentrando paulatinamente en el misterio del Triduo Pascual. Sólo nos tenemos que dejar inundar por la Palabra y lo demás se nos da por añadidura. De esa inundación, la Palabra se encarna en nosotros, en el aquí y en el ahora y, dentro de la preparación y meditación del Misterio de esta Semana Mayor, nos sugiere una reflexión sobre la ayuda y la entrega.
«Mirad, mi Señor me ayuda»
El tercer canto del siervo del Señor que podemos leer en la lectura del profeta Isaías es de confianza y de victoria. En él, un personaje anónimo, que no es llamado «siervo», pero cuya situación y destino coinciden en algunos aspectos con los del personaje contemplado en 42, 1 - 7, en 42, 18 - 23 y en 43, 8 - 13, declara en primera persona la conciencia de su misión y de su destino. Así, junto con el salmo 68, salmo de súplica, es normal que los Padres de la Iglesia leyeran aquí la pasión de Cristo el cual, en su misión de consolar al abatido, está continuamente a la escucha de la palabra que da fuerza; fuerza para tener y compartir.
Jesús comparte la fuerza que recibe, ofrece la misma ayuda que Él recibió del Padre en los momentos más difíciles. Momentos en los que hay que ofrecer la espalda, la mejilla, el rostro… y, sobre todo, no sentirse avergonzado porque está con nosotros nuestro Abogado (el Espíritu Santo, nuestro Defensor).
¡Padre!
¡Cuántas veces reclamo tu ayuda! Pero, ¡cuántas más soy incapaz de ofrecerme!
¡Cuántas veces creo que soy un iniciado porque escucho tu palabra! Pero, ¡cuántas más no me comporto humildemente al practicarla!
¡Cuántas veces me creo tener los oídos abiertos! Pero, ¡cuántas más desoigo a los abatidos!
Sin embargo, ¡mirad, mi Señor me ayuda! ¡No me deja solo!
¡Busquemos al Señor y vivirá nuestro corazón!
¡Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos!
«Uno de vosotros me va a entregar»
Sabemos que la ayuda nos viene dada previa a pedirla. Sin embargo, eso no significa que no tengamos que pedirla. Pedir ayuda es un gesto de humildad que aplaca nuestra soberbia y enaltece nuestra dignidad. No por pedir menos ayuda somos más perfectos. Somos seres en relación con nosotros mismos, los unos con los otros, con nuestra naturaleza y con Dios. Esta relación nos hace necesitados de la ayuda de «el otro», tanto más cuanto más lo entregamos por intereses propios.
En el pasaje de Mateo se habla no de la entrega voluntaria que Jesús hace por la humanidad, sino de la entrega que Judas hace de Jesús a la humanidad. ¡Qué diferencia! La acción de Judas refleja cómo nosotros, en nuestra escala de valores, quizá subconscientemente, subordinamos fácilmente los intereses más sagrados de Dios y del hombre a un puro afán de lucro.
¡Nosotros también te entregamos, Jesús, por interés!
¡Cuántas veces te entrego escondiendo mi fe o reservándola a lo privado!
¡Cuántas veces te entrego usándote como una mercancía de cambio!
¡Cuántas veces te entrego rechazando al pobre!
¡Cuántas veces te entrego aniquilando la vida en cualesquiera de sus fases!
¡Cuántas veces te entrego condicionando mi fe a resultados obra de los humanos!
¡Ante todas estas entregas que hago de Jesús,
alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias
porque pido ayuda y Él me concede su perdón!
- ¿Soy capaz de ofrecer mi espalda, mi mejilla, mi rostro, como Jesús, para experimentar lo que es recibir la ayuda de Dios?
- ¿Cuántas veces me pregunto si «soy yo (quien te va a entregar)» y si es así, pedimos perdón?