Vie
1
Abr
2016
En nombre de Jesucristo Nazareno

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 4, 1-12

En aquellos días, mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, después de que el paralítico fuese sanado, se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y los saduceos, indignados de que enseñaran al pueblo y anunciaran en Jesús la resurrección de los muertos. Los apresaron y los metieron en la cárcel hasta el día siguiente, pues ya era tarde. Muchos de los que habían oído el discurso creyeron; eran unos cinco mil hombres.

Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, junto con el sumo sacerdote Anás, y con Caifás y Alejandro, y los demás que eran familia de sumos sacerdotes, Hicieron comparecer en medio de ellos a Pedro y a Juan y se pusieron a interrogarlos:
«¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso vosotros?».

Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, les dijo:
«Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros. Él es “la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular”; no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos».

Salmo de hoy

Salmo 117, 1-2 y 4. 22-24. 25-27a R/. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia. R/.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día que hizo el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/.

Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 21, 1-14

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:

Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.

Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar».

Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo».

Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?».

Ellos contestaron:
«No».

Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».

La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es el Señor».

Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice:
«Traed de los peces que acabáis de coger».

Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
«Vamos, almorzad».

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.

Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Reflexión del Evangelio de hoy

  • “En nombre de Jesucristo Nazareno”

Pregunta importante la que le hicieron a Pedro y a Juan las autoridades religiosas de entonces, ante su predicación al pueblo y la curación de un tullido: “¿Con qué poder y en nombre de quién habéis hecho eso?” Pedro, que fue el que respondió en nombre de los dos, lo tenía claro después de haber convivido intensamente tres años con Jesús, después de haberle negado y después confesado, después de haberle visto resucitado, después de haberle oído decir: “Id y predicad el evangelio a toda creatura”: “En nombre de Jesucristo Nazareno”. Y “lleno del Espíritu Santo” fue capaz de decirles algo que no le habían preguntado: “a quien vosotros crucificasteis”.

Esa misma pregunta nos la podemos hacer nosotros, cristianos de 2016: ¿En nombre de quién hacemos todo lo que hacemos? En realidad todo seguidor de Jesús, sea del siglo I, del siglo XIII, del siglo XXI, aunque las circunstancias sociales sean distintas… respondemos igual: “En nombre de Jesucristo Nazareno”. Jesús es el que nos impulsa a hacer todo lo que hacemos: amar, perdonar, luchar por la justicia, descansar, evangelizar, decir la verdad… es el manantial de vida donde bebemos para seguir sus pasos, porque nos ha convencido que es la mejor manera de vivir y de llegar a la resurrección a una vida de total felicidad. Y, porque, a veces, las fuerzas nos pueden flaquear, en cada eucaristía vuelve a salir a nuestro encuentro y nos alimenta con su cuerpo entregado y su sangre derramada.

  • “Es el Señor”

En el lago de Tiberíades, con otra pesca milagrosa, Pedro vuelve a descubrir que Jesús es el Señor, ahora resucitado. Le vuelve a descubrir, ahora con más serenidad y más intensidad, como el que tiene palabras de vida eterna, como el que hace promesas que nadie puede hacer para esta vida y la otra y las cumple, como el que ha muerto y resucitado… vuelve a caer en la cuenta con más fuerza que Jesús es el Hijo de Dios, su único Maestro.

Todos los cristianos tenemos la misma experiencia. Un día, después de que Jesús salió a nuestro encuentro, con su ayuda, le descubrimos como el único Señor de nuestra vida. Por eso, cuando nos pidió que le siguiésemos, fascinados por su luz y su amor, le dijimos: “Te seguiré donde quiera que vayas”.

Pero esa experiencia, lo mismo que le pasó a Pedro, la hemos tenido que ir renovando y retocando. Hay circunstancias personales, a veces gozosas, a veces dolorosas, en las que Jesús, saliendo de nuevo a nuestro encuentro, nos hace exclamar desde lo más hondo de nuestro corazón: “Es el Señor”. Y, dichosos, le volvemos a rendir toda nuestra persona y le pedimos que no nos deje de su mano, que nos acompañe siempre para que la ilusión, la esperanza, el gozo de vivir sean el pan nuestro de cada día.