Mar
Evangelio del día
“ Deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado. ”
Primera lectura
Lectura de la profecía de Miqueas 7, 14-15. 18-20
Pastorea a tu pueblo, Señor, con tu cayado,
al rebaño de tu heredad,
que anda solo en la espesura,
en medio del bosque;
que se apaciente como antes
en Basán y Galaad.
Como cuando saliste de Egipto,
les haré ver prodigios.
¿Qué Dios hay como tú,
capaz de perdonar el pecado,
de pasar por alto la falta
del resto de tu heredad?
No conserva para siempre su cólera,
pues le gusta la misericordia.
Volverá a compadecerse de nosotros,
destrozará nuestras culpas,
arrojará nuestros pecados
a lo hondo del mar.
Concederás a Jacob tu fidelidad
y a Abrahán tu bondad,
como antaño prometiste a nuestros padres.
Salmo de hoy
Salmo 102, 1-2. 3-4. 9-10. 11-12 R/. El Señor es compasivo y misericordioso
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura. R/.
No está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R/.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre los que lo temen;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Lucas 15, 1-3. 11-32
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían ¡os cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».
Reflexión del Evangelio de hoy
“Volverá a compadecerse”
Este texto del profeta Miqueas evoca, ya desde esta segunda semana de Cuaresma, al grito jubiloso de la Iglesia la noche de Pascua cuando canta en el Pregón Pascual “Feliz la culpa, que mereció tal Redentor”. El pueblo siente como vuelve a estar lejos de su Dios y el profeta le compone un himno recordando las maravillas obradas por Dios en favor de Israel a pesar de la infidelidad. Sabe en su corazón, (que es donde se revelan los grandes misterios), que Dios no mantendrá su ira, que volverá de nuevo a compadecerse. Él, que reunirá una multitud de pueblos, se ha reservado un lugar desierto donde apacentará solo a su rebaño disperso, sin seguridad alguna, que puede confiar solo en él. Por eso vivamos felices a pesar de vernos débiles ante Dios porque será Él quien arroje nuestros fallos al fondo del mar, para volver a comenzar su alianza de amor con nuestro corazón.
“Deberías alegrarte”
Desde el principio del Evangelio vemos cómo tenemos dos grupos de personas que están con Jesús: los publicanos y pecadores que van a escucharle y los letrados y fariseos que murmuran. Y el evangelista nos señala claramente cuál es la actitud de cada uno, llevándonos ya desde este instante a ir dándole sentido a la parábola siguiente, donde Jesús habla de cómo dos hijos se relacionan con su padre.
Uno de los mayores fallos del hijo menor no es solo que abandonara el hogar y gastara la fortuna, sino que dice el texto: “vivió perdidamente”, o sea, perdió la vida. La cual su padre había guardado afanosamente hasta el momento en que decide apartarse irresponsablemente. Pero el apartarse no solo se da en el sentido físico, ya que el hijo mayor estaba aún más lejos del corazón de su padre que su hermano.
No podemos cambiar actitudes exteriores sin cambiar las interiores. En primer lugar eso es gracia de Dios y por eso aprovechamos esta Cuaresma para ir dando pasos hacia el corazón de Dios desde lo profundo de nosotros, y así las obras buenas y los gestos bondadosos serán los que broten de nosotros. Que Dios nos conceda la gracia de ir curando lo que hay en nosotros de hijo mayor e hijo menor, convirtiéndonos así en imagen de Dios Padre que se alegra siempre la vuelta de sus hijos a sus caminos de felicidad.