Abr
Evangelio del día
“ Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único ”
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 5, 17-26
En aquellos días, el sumo sacerdote y todos los suyos, que integran la secta de los saduceos, en un arrebato de celo, prendieron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la cárcel y los sacó fuera, diciéndoles:
«Marchaos y, cuando lleguéis al templo, explicad al pueblo todas estas palabras de vida».
Entonces ellos, al oírlo, entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar. Llegó entre tanto el sumo sacerdote con todos los suyos, convocaron el Sanedrín y el pleno de los ancianos de los hijos de Israel, y mandaron a la prisión para que los trajesen. Fueron los guardias, no los encontraron en la cárcel, y volvieron a informar, diciendo:
«Hemos encontrado la prisión cerrada con toda seguridad, y a los centinelas en pie a las puertas; pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro».
Al oír estas palabras, ni el jefe de la guardia del templo ni los sumos sacerdotes atinaban a explicarse qué había pasado. Uno se presentó, avisando:
«Mirad, los hombres que metisteis en la cárcel están en el templo, enseñando al pueblo».
Entonces el jefe salió con los guardias y se los trajo, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease.
Salmo de hoy
Salmo 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 R/. El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.
Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R/.
El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles
y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 16-21
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Reflexión del Evangelio de hoy
Los apóstoles son los mismos pero distintos
Los apóstoles no cambiaron su código genético después de la resurrección de Jesús. Seguían siendo los mismos, con sus mismas cualidades y sus mismas limitaciones. Pero la experiencia de encontrarse de nuevo con Jesús vivo, después de su muerte, les cambió. De ser aquellos hombres que huyeron despavoridos y desconcertados ante la crucifixión de su Maestro, pasaron ahora a hablar de él y de su buena noticia con una valentía y una libertad desconocida para ellos mismos. No podían callar lo que habían visto. Algo que provocó el enfado del “sumo sacerdote y los de su partido”, que mandaron meterlos en la cárcel. Allí siguieron contando con la presencia del Resucitado que, en esta ocasión, les liberó de manera milagrosa.
El misterio del amor: “Tanto amó Dios al mundo”
San Juan es bien claro, la única pretensión que tiene Dios con nosotros es la de darnos vida y vida en abundancia y no tristeza y tristeza en abundancia. Para ello, Dios, en un derroche de amor, nos envió a su propio Hijo a nuestra tierra, para que en vivencia y lenguaje humanos nos señalase el camino que lleva a la vida, al sentido, a la esperanza, a la resurrección. Sólo pensando en nosotros, como el que ha venido a servir y no a ser servido, Jesús nació, vivió, murió y resucitó. Dios nos lo entregó “para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”.
El misterio del rechazo
San Juan, que nos habla tantas veces y con tanta intensidad del desbordante amor de Dios y de Jesús hacia nosotros, es tajante con la suerte de los que voluntariamente rechazan a Jesús: “ya están condenados”. En más de una ocasión en su “amoroso” evangelio nos habla de ellos. “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron”. “La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la abrazaron”. “No queréis venir a mí para tener vida”. Y en el evangelio de hoy nos dice: “Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz”. Esta situación parte el corazón a Jesús y le hace llorar: “¡Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces quise arroparte como la gallina a sus polluelos y no quisiste!”, porque él ha venido a salvar al mundo y sus habitante y no a condenar al mundo y sus habitantes.