Oct
Evangelio del día
“ Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen ”
Nuestra Señora del Pilar
La Virgen del Pilar es una advocación mariana cuya imagen original se encuentra en la Basílica del Pilar de Zaragoza. La tradición la une al apóstol Santiago a quien la Virgen se aparecería en Zaragoza. En esta tradición se advierte la afirmación implícita de los orígenes apostólicos de la fe cristiana y de la veneración a la Virgen María
Durante muchos siglos el santuario dedicado a la Virgen del Pilar, ha sido centro de vida espiritual no sólo de la diócesis de Zaragoza, de todo Aragón y de España, sino también de las naciones hermanas de Hispanoamérica y de muchos millones de fieles devotos de la Virgen del Pilar en todo el mundo.
Según una piadosa tradición la Virgen Santísima se apareció cuando ella aún vivía, en carne mortal, al apóstol Santiago el Mayor que se hallaba predicando la fe cristiana a orillas del río Ebro en Zaragoza.
Se carece de testimonios claros que comprueben la verdad histórica de esta tradición secular.
La primera consignación escrita que se conoce de la tradición de la aparición de la Virgen a Santiago es un texto latino de finales del siglo XIII. Se encuentra en los folios finales de un códice en pergamino de los Moralia de Job, de San Gregorio Magno, conservado siempre celosamente en el archivo de la iglesia de Santa María, por la vinculación de esta obra al recuerdo del obispo Tajón de Zaragoza, en el siglo VII. Éste, siendo aún presbítero, viajó a Roma en tiempos del rey Chindasvinto con la finalidad exclusiva de traer a España códices de las obras del papa San Gregorio Magno.
El códice mencionado es coetáneo de la Bula Mirabilis Deus del papa Bonifacio VIII, de 12 de junio de 1296, que concede indulgencias a los que visiten la iglesia de Santa María en unas fiestas determinadas, y de la Salvaguardia de los jurados de Zaragoza, de 27 de mayo de 1299, eximiendo de pagar prendas a los peregrinos a "Santa María del Pilar".
Documentos de los primeros siglos
[...] El primer documento conocido en que se menciona el nombre de Santa María del Pilar data solamente del 27 de marzo de 1299, expedido en Zaragoza a favor de los peregrinos que acudían a postrarse ante la Virgen. El documento base, que narra la aparición de la Virgen a Santiago, es un códice del archivo del Pilar que algunos lo hacen contemporáneo de `rajón, obispo de Zaragoza (651), si bien el padre Risco lo sitúa entre finales del siglo XIII y principios del XIV (ES 30, 81). Este documento es la fuente en la que han bebido los posteriores, incluso los documentos pontificios, sin exceptuar el diploma de Calixto III donde narra la tradición histórica del Pilar (23-IX-1456). Cuantos lo han estudiado reconocen su carácter legendario.
Una devoción extraordinaria y multisecular
La devoción de la Virgen del Pilar es y ha sido extraordinaria y esto constituye su mayor valor en la historia de la Iglesia.
Veamos algunos ejemplos; el 26 de octubre de 1459, Juan II de Aragón y Navarra concede nuevos privilegios al templo y toma a la Virgen como protectora y salvaguardia de sus personas y bienes. En 1492, año de la conquista de Granada y del descubrimiento de América, Fernando el Católico se honra de ser cofrade de la Virgen del Pilar y dedica en Granada una capilla a esta advocación.
Los sumos pontífices aprobaron esta devoción, entre ellos Clemente VII (1529), Pablo IV (1558) y Sixto V (1588) que admitieron en sus bulas la piadosa tradición.
En 1573 se formaron los estatutos de la Cofradía de Santa María del Pilar, que existía ya muchos años antes, incluso en Sevilla y Manresa, donde se fundó en 1504. El 12 de mayo de 1619 la ciudad de Zaragoza hizo el voto de la Inmaculada a los pies de la Virgen del Pilar. En la noche del 29 de mayo de 1640 se obró, por intercesión de la Virgen del Pilar, el gran milagro de restituir la pierna derecha, que le había sido amputada en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza a fines de octubre de 1637, al joven Miguel Juan Pellicer, mientras dormía en su casa de Calanda. Este milagro, constatado por los cirujanos que amputaron la pierna y atestiguado en acta notarial, tuvo una gran repercusión en toda Europa, y es uno de los milagros más grandes de la hagiografía moderna.
El 13 de octubre de 1640 Zaragoza hace voto de guardar el día 12 de octubre en memoria de la aparición, y el 27 de mayo de 1642 nombran a la Virgen del Pilar patrona de la ciudad. Las Cortes del Reino de Aragón de 1680 resolvieron pedir a Roma oficio propio de la Virgen con la historia de la aparición. Este oficio fue concedido el 7 de agosto de 1723.
La basílica
Dada la gran devoción de Carlos II y su hermano Juan de Austria, virrey y capitán general de Aragón, decidieron renovar el antiguo templo y capilla. Al templo románico, recibido bajo la protección del papa Eugenio III en 1146 y destruido en un incendio en 1434, siguió el gótico, levantado en 1515, «templo suntuoso –según Blasco de Lanuza– que hoy gozamos en nuestra ciudad...» arrimado por un lado a la santa capilla o al claustro que está delante de ella, y por el otro a la grande y vistosa plaza que decimos de Nuestra Señora del Pilar, siguió el suntuoso templo barroco, comenzado en 25 de julio de 1681. Fue encargada la obra al arquitecto Herrera. Después introdujo varias mejoras al proyecto el arquitecto Ventura Rodríguez. La obra de pintura de las bóvedas fue dirigida por Montañés. Pintores como Antonio González Velázquez y Francisco de Goya y Lucientes dejaron huellas imperecederas de su genio artístico en este nuevo templo que fue consagrado por el cardenal García Cuesta, arzobispo de Santiago de Compostela, el 10 de octubre de 1872. La imagen de la Virgen del Pilar que, según recientes investigaciones, es de madera frondosa y por el estilo es de finales del siglo XIV, reposa sobre una columna de mármol cubierta de plata y bronce, está situada en la Santa Capilla de la Basílica. [...]
Una tradición piadosa y venerable, que lleva a María y a Cristo
Se puede decir -recapitulando lo que hemos expuesto-que los fieles, guiados por el sentido de la fe -el sensus fidei- saben distinguir, quizás sin formularlo explícitamente, entre el valor que hay que dar a una tradición piadosa secular corno la que se refiere a la aparición de la Virgen a Santiago Apóstol en Zaragoza y la Tradición viva de la Iglesia, la gran Tradición de la Iglesia, que juntamente con la Sagrada Escritura nos transmite la revelación pública de Dios. El amor a la Virgen Santísima tiene su fundamento en lo que Dios nos ha comunicado en la Sagrada Escritura y en la gran Tradición, interpretadas de modo auténtico por el Magisterio de la Iglesia. Pero esto no quiere decir que carezcan de valor las tradiciones piadosas que, aunque muchas veces no pueden ser confirmadas con documentos históricos seguros, pueden ser vehículo de verdadera devoción a la Virgen Santísima y de amor sincero a Jesucristo nuestro Señor.
La tradición pilarista no pertenece al contenido dogmático de la fe cristiana ni tiene la confirmación histórica deseable, sin embargo nada impide que los devotos de la Virgen del Pilar puedan aceptarla como una tradición piadosa y venerable. No es difícil advertir en esta tradición la afirmación implícita de los orígenes apostólicos de la fe cristiana y de la veneración a la Virgen María. Hablar de la «Venida» de la Virgen a Zaragoza es aludir a la verdad teológica de la presencia de la Virgen en la Iglesia, en cada Iglesia particular.
Según nos decía el papa Pablo VI en su exhortación apostólica Marialis cultus (2 de febrero de 1974): «La acción de la Iglesia en el mundo es como una prolongación de la solicitud de María: en efecto, el amor operante de María, la Virgen, en casa de Isabel, en Caná, sobre el Gólgota —momentos todos ellos salvíficos de gran alcance eclesial— encuentra su continuidad en el ansia materna de la Iglesia porque todos los hombres lleguen a la verdad (Cf. 1Tm 2, 2), en su solicitud para con los humildes, los pobres, los débiles, en su empeño constante por la paz y la concordia social, en su prodigarse para que todos los hombres participen de la salvación merecida para ellos por la muerte de Cristo. «De este modo el amor a la Iglesia se traducirá en amor a María y viceversa» (n. 228).
Elías Yanes Álvarez
Arzobispo de Zaragoza
Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),
Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.