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Evangelio del día
“ Dios hará justicia a sus elegidos ”
San Josafat
Nacido en Lituania en el siglo XV, perteneciente a la Iglesia greco-católica bielorrusa, ingresó como monje en el Monasterio de la Trinidad, iniciando una reforma que llevó al nacimiento de la Orden Basiliana de San Josafat. Fue nombrado obispo de Polatsk, asesinado por un grupo de cismáticos focianos
En Polonia se había conseguido aceptar el Concilio de Trento en 1564, que había terminado el 4 de diciembre de 1563, lo que sirvió de base para la restauración católica del país, que luego fue consolidándose a lo largo de los veinte años siguientes. Cuando en 1580 nacía en Vladimir (Polonia) Juan Kuncewicz, de padres fielmente ortodoxos, se fundaban en Polonia varios seminarios para las formación del clero, por iniciativa del primado Estanislao Karnkowski, que murió en 1603. Esta obra de renovación católica se completaba, gracias al rey Segismundo III (1587-1632), al que ayudaron en la tarea varios prelados y, sobre todo, los jesuitas, los dominicos y los basilianos reformados, con la unión de los orientales a la Iglesia de Roma en el sínodo de Brest en 1596, aprobados por el papa Clemente VIII. Los mtenos uniatas conservaron, después de la unión, su liturgia propia, su clero casado y sus costumbres orientales.
De la ortodoxia al catolicismo
Poco después, Juan Kuncewicz se convirtió a la fe católica, adhiriéndose a la Iglesia rutena unida, después de abandonar el comercio en Vilna (Lituania), centro intelectual y religioso de los rutenos, que habían sido evangelizados por los griegos, los cuales, tras el cisma de Focio (siglo X), y Miguel Cerulario (1054), se habían separado de Roma para unirse a Bizancio.
Comprendió Juan que sólo los monjes, como ascetas y cultivadores de la liturgia, podían convertir a los hermanos rutenos, por lo que Juan ingresó en 1604 en el monasterio de la Santísima Trinidad que la Orden de San Basilio tenía en Vilna, tomando el nombre de Josafat. Ordenado sacerdote, con su amigo Rutski (metropolitano más tarde), emprendió la reforma de los basilianos. Además se dedicó a la predicación para convertir a los hermanos separados y publicó un libro apologético que recogía sólo textos eslavos en defensa de la unidad de la Iglesia (1617).
Objetivo: la unidad de la iglesia
Fue ordenado obispo coadjutor del arzobispo de Pólotsk, a quien sucedió en dicha sede en 1617. En un país muy cercano a Moscovia, donde había muchos cismáticos, Josafat sintió que su vocación era la de difundir la fe católica entre los rutenos, por lo que trabajó infatigablemente por la unidad de la Iglesia. Buscó toda clase de argumentos que pudieran contribuir y confirmar esta unidad, sobre todo, estudiando atentamente los libros litúrgicos que usaban los mismos orientales separados. Celebró sínodos, en los que defendió con gran celo la ortodoxia católica y los derechos de los rutenos, unidos a Roma. Formó al clero, generalmente ignorante y sancionaba a los clérigos que se casaban en segundas y terceras nupcias. Restauró monasterios, y multiplicó sus catequesis al pueblo, para el que escribió un Catecismo elemental. Tenía tal capacidad de convicción y arrastre que llegaron a llamarle «raptor de almas» por las conversiones que conseguía con su palabra y con su vida. Él estaba convencido de que la fuerza de la unión estaba en los dones comunes de los cristianos como el bautismo, la Sagrada Escritura, la vida de la gracia, la fe y la caridad y una tierna devoción a la Virgen María. Sin embargo, todo ello le llevó a suscitar violentas reacciones en la nobleza mena, a la que privó de los beneficios eclesiásticos; en la burguesía, apegada al rito nacional, que temía la introducción de ritos latinos y también en el pueblo, indiferente a las cuestiones de jurisdicción teórica, pero refractario a la modificación litúrgica romana, considerada corno una traición.
Estas resistencias partían del patriarca bizantino de Jerusalén, Teófanes III, que estaba de viaje hacia Ucrania en 1621, quien había hecho consagrar a un metropolitano y a algunos obispos cismáticos para todas las diócesis menas. Teófanes encontró en el gran canciller de Lituania, León Sapieha, un aliado contra Josafat, acusado de comprometer la paz social en un momento en que también Polonia, amenazada por los turcos y por Suecia, necesitaba la ayuda de sus grandes vecinos ortodoxos. Sin embargo, Josafat nunca quiso latinizar a los uniatas, pues él mismo no sabía latín ni quiso jamás renunciar a las costumbres eslavo-bizantinas ni a la religiosidad oriental. Él tenía muy claro que católico y latino no se identifican, aunque sus enemigos prefirieron no entenderle.
Josafat trató de disipar dicha acusación, defendiendo a los uniatas, pero perseguido a muerte por sus enemigos, los cismáticos fanáticos, que se habían impuesto en Vitebsk mediante una revuelta, fue bárbaramente asesinado en dicha ciudad por un grupo de sicarios, instigados por nobles y por disidentes griegos, cuando, después de celebrar los maitines en la catedral, volvió a su casa. En ella, defendió a sus familiares amenazados por los verdugos, y antes de morir les dijo: «Vosotros me odiáis a muerte, y yo os llevo en mi corazón y me alegraría mucho morir por vosotros». Era el 12 de noviembre de 1623, Su cuerpo fue arrojado al río Dvina, con un saco de piedras atado al cuello. Así rubricaba Josafat una de las páginas más dramáticas del ecumenismo. Ahora su cuerpo se puede venerar en la basílica vaticana bajo el altar dedicado a San Basilio, pero antes, rescatado del río, había sido sepultado en la catedral de Pólotsk; más tarde, en 1764 fueron inhumados en la iglesia local de los basilianos. Durante la Primera Guerra Mundial fueron trasladados a la iglesia greco-ortodoxa de Santa Bárbara en Viena y, finalmente, en 1949 fueron llevados al Vaticano.
Rafael Del Olmo Veros, O.S.A.
Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),
Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.