Abr
Evangelio del día
“ El Padre y yo somos una sola cosa ”
Primera lectura
Lectura del libro de Jeremías 20, 10-13
Oía la acusación de la gente:
«“Pavor-en-torno”,
delatadlo, vamos a delatarlo».
Mis amigos acechaban mi traspié:
«A ver si, engañado, lo sometemos
y podemos vengarnos de él».
Pero el Señor es mi fuerte defensor:
me persiguen, pero tropiezan impotentes.
Acabarán avergonzados de su fracaso,
con sonrojo eterno que no se olvidará.
Señor del universo, que examinas al honrado
y sondeas las entrañas y el corazón,
¡que yo vea tu venganza sobre ellos,
pues te he encomendado mi causa!
Cantad al Señor, alabad al Señor,
que libera la vida del pobre
de las manos de gente perversa.
Salmo de hoy
Salmo 17, 2-3a. 3bc-4. 5-6. 7 R/. En el peligro invoqué al Señor, y él me escuchó
Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. R/.
Dios mío, peña mía, refugio mío,
escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos. R/.
Me cercaban olas mortales,
torrentes destructores me aterraban,
me envolvían las redes del abismo,
me alcanzaban los lazos de la muerte. R/.
En el peligro invoqué al Señor,
grité a mi Dios:
desde su templo él escuchó mi voz,
y mi grito llegó a sus oídos. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Juan 10, 31-42
En aquel tiempo, los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús.
Él les replicó:
«Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?».
Los judíos le contestaron:
«No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios».
Jesús les replicó:
«¿No está escrito en vuestra ley: “Yo os digo: sois dioses”? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios, y no puede fallar la Escritura, a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros: “¡Blasfemas!” Porque he dicho: “Soy Hijo de Dios”? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre».
Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí.
Muchos acudieron a él y decían:
«Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de este era verdad».
Y muchos creyeron en él allí.
Reflexión del Evangelio de hoy
Yahvé está conmigo como fuerte guerrero
La misión del profeta Jeremías ante el Pueblo de Judá se está complicando. Los reyes de Judá, desde Josías a Sedequias, han abandonado el culto al Señor Yahvé y están dejando al Pueblo desvalido, sin gobierno. Se avecinan tiempos de destrucción, muerte y deportación. Este anuncio de calamidades que el Señor pone en boca de Jeremías para conversión del Pueblo, es motivo de persecución, escarnio y prisión para el profeta: “Terror por doquier”. Una profecía que provoca el enfado y castigo de los sacerdotes y termina por consumir las fuerzas de Jeremías, hasta desear no haber nacido para no tener que convertirse en agorero de su Pueblo. Está agotado, dispuesto a renunciar al anuncio de la Palabra. Pero la confianza en el Señor puede sobre esa desolación del profeta. “A Ti he encomendado yo mi causa”, dice el profeta, y retoma los cantos y alabanzas a Dios, porque Yahvé no abandona el alma del pobre.
Ser testigos del mensaje divino no es fácil. Cuando todo en nuestra vida es cómodo y facilón, debemos revisar nuestro nivel de compromiso y nuestra implicación con la Palabra de Dios. Siempre surgen situaciones que nos exigirán ser valientes y tendremos que afrontarlas como testigos decididos de la voluntad del Padre, como en el ejemplo de Jesús que se nos narra en el evangelio de hoy. Somos enviados a anunciar la Buena nueva de Dios en este mundo.
¿Por cuál de mis obras me apedreáis?... Creed a las obras, para que sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre
También Jesús es perseguido por su testimonio del Padre. Está cerca el cumplimiento de su misión, el prendimiento y muerte; y sus palabras se hacen más valientes y decididas. Su testimonio y revelación del Padre son más explícitos. Necesita fortalecer la fe de los apóstoles y discípulos. Pero sus palabras: “El Padre y yo somos una sola cosa”, hacen saltar la rabia de los rabinos y sacerdotes del pueblo. Hasta el punto de ser apedreado. El odio de los fariseos busca destruirle. No pueden soportar que alguien asuma la filiación y el arraigo religioso al margen del culto y del templo. Resulta blasfemo aceptar que el amor de Dios es infinitamente mayor que las restricciones de la Ley, que el amor es el mayor cumplimiento de la ley. Dios no abandona al pobre, al enfermo o desvalido, y quiere que el pecador retorne al camino de Dios. Y Jesús anuncia este mensaje de misericordia. Él es el enviado del Padre. Ha venido para santificar el mundo, para cumplir los designios del Padre que quiere acercarse nuevamente al hombre para hacernos hijos suyos en su Hijo.
Jesús, como el profeta Jeremías, nos enseña esa dimensión generosa y testimonial que ha de tener nuestra fe. No ponemos nuestra lámpara bajo el celemín, como dice el evangelio, sino que afrontamos con alegría y valor el anuncio de la gran noticia del amor del Padre a todos los hombres. Construir un mundo más humano en sintonía con Dios es nuestra vocación cristiana. Una vocación manifiesta, abierta, clara, valiente que afronte las dificultades y contrariedades que la vida nos pueda plantear. Una vocación que cuenta con la energía y el acompañamiento de Dios y su gracia.
¿Somos pregoneros del mensaje de misericordia de Dios, viviendo el amor y el servicio con quien nos necesita, o nos asustamos y retraemos sin testimoniar nuestra fe que es compromiso con los más pequeños, hijos de Dios?