Mar
12
May
2009

Evangelio del día

Quinta Semana de Pascua

La Paz os dejo, mi Paz os doy

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 14, 19-28

En aquellos días, llegaron unos judíos de Antioquía y de Iconio y se ganaron a la gente; apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, dejándolo ya por muerto. Entonces lo rodearon los discípulos; él se levantó y volvió a la ciudad.

Al día siguiente, salió con Bernabé para Derbe. Después de predicar el Evangelio en aquella ciudad y de ganar bastantes discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquia, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios.

En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Y después de predicar la Palabra en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquia, de donde los habían encomendado a la gracia de Dios para la misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Se quedaron allí bastante tiempo con los discípulos.

Salmo de hoy

Salmo 144, 10-11. 12-13ab, 21 R/. Tus amigos, Señor, proclaman la gloria de tu reinado

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles.
Que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R/.

Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad. R/.

Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 27-31a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis.

Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que, como el Padre me ha ordenado, así actúo yo».

Reflexión del Evangelio de hoy

  • “Pablo se levantó y volvió a la ciudad”.

La tarea evangelizadora desencadena crisis, incomprensiones y persecuciones. Ante el anuncio de la Buena Noticia, siempre hay quienes quieren sofocarlo, en tiempos de San Pablo y en los nuestros, ya sea con piedras o con calumnias.  Ya lo había anunciado Jesús: “Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán. Pero ¡tened valor!”. Pablo, incansable predicador, no se rinde en su misión ni siquiera después de una lapidación en la que “le dejan por muerto”. ¿Cómo reacciona el apóstol? Se levanta y vuelve a la ciudad. Y al día siguiente sale con Bernabé de nuevo en camino. La tarea de la Evangelización es urgentísima. Tiene que confirmar en la fe, animar a los discípulos, consolidar las Iglesias fundadas en la primera etapa de su viaje apostólico. La fuerza del Espíritu Santo es quien empuja, y resulta imparable cuando nos dejamos arrastrar por él.

No predican un Evangelio facilón, pues “hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios”. Si era necesario que el Mesías padeciera, como dijo el Resucitado a los de Emaús, no podemos ser menos sus seguidores. Pero siempre con la seguridad de que el Señor derramará en nuestro corazón el don de fortaleza, que nos sostiene en la prueba y en el fiel cumplimiento de su voluntad. Olvidándonos de nosotros mismos, animando a los demás, exhortándolos a perseverar en la fe. Ante los desánimos, pesimismos, dificultades… ¡qué importante es dar una palabra de aliento a los hermanos! No tengamos miedo a pronunciarla pensando en las “piedras” que puedan caernos, pues también puede ser palabra de salvación para otros muchos.

Ya de vuelta en Antioquía, la comunidad que les había enviado, hacen partícipes a todos de lo que Dios había hecho por medio de ellos. Se saben enviados, meros canales de la gracia de Dios. En el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, todos los miembros participamos de su misión evangelizadora. Unos, en “vanguardia”, como Pablo y Bernabé; otros, en la “retaguardia”, apoyando esa misión espiritualmente, con la oración al dueño de la mies. Todos estamos en situación de poder ofrecer los pequeños –o grandes- sufrimientos de cada día por la Iglesia y la expansión del Reino.

  • “La Paz os dejo, mi Paz os doy. No os la doy como la da el mundo”.

El constante saludo de Jesús a sus discípulos es la paz. Necesitaban ese aliento, porque ante el anuncio de su partida al Padre, el temor, el desconsuelo se había apoderado de su corazón.

Pero… ¿cómo es la paz que da el mundo? No hay más que encender la televisión o leer las noticias del periódico. La paz del mundo es, a lo sumo, de vencedores y vencidos, cuando no sumisión al más poderoso, sujeta al inicio de un próximo conflicto interminable. En resumen, cuando se quita de en medio al verdadero Autor de la Paz, ésta no existe. Él nos la quiere dar, ¡acojámosla! Si queremos que en mundo reine la paz, el primer paso es que reine en mi vida, en la conciencia, con los que me rodean, y poco a poco se irá extendiendo. Es la paz que se nos regala por haber acogido el anuncio salvador, la paz de sentirnos amados por el Padre y reconciliados con los hermanos. La paz de Cristo es su presencia viva en el corazón y en el acontecer de cada día. Fruto del Espíritu Santo que se ha derramado en nuestros corazones y nada ni nadie nos la podrá arrebatar.

Sobre Cristo resucitado de entre los muertos ni siquiera el Príncipe de este mundo tiene poder. La mayor victoria de Satanás es la de hacer creer que no existe. Pero Jesús nos fortalece al recordarnos que Él le ha vencido, que en la Cruz destruyó su poder y en Él debemos poner toda nuestra confianza, porque así nos lo pide: “Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”.