Nov
Evangelio del día
“ Dios hará justicia a sus elegidos sin tardar ”
Primera lectura
Lectura del libro de la Sabiduría 18,14-16;19,6-9
Cuando un silencio apacible lo envolvía todo
y la noche llegaba a la mitad de su carrera,
tu palabra omnipotente se lanzó desde el cielo,
desde el trono real,
cual guerrero implacable, sobre una tierra
condenada al exterminio;
empuñaba la espada afilada de tu decreto irrevocable,
se detuvo y todo lo llenó de muerte,
mientras tocaba el cielo, pisoteaba la tierra.
Toda la creación, obediente a tus órdenes,
cambió radicalmente su misma naturaleza,
para guardar incólumes a tus hijos.
Se vio una nube que daba sombra al campamento,
la tierra firme que emergía donde antes había agua,
el mar Rojo convertido en un camino practicable
y el oleaje impetuoso en una verde llanura,
por donde pasaron en masa los protegidos por tu mano,
contemplando prodigios admirables.
Pacían como caballos,
y retozaban como corderos,
alabándote a ti, Señor, su libertador.
Salmo de hoy
Salmo 104,2-3.36-37.42-43 R/. Recordad las maravillas que hizo el Señor
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas.
Gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor. R/.
Hirió de muerte a los primogénitos del país,
primicias de su virilidad.
Sacó a su pueblo cargado de oro y plata,
y entre sus tribus nadie enfermaba. R/.
Porque se acordaba de la palabra sagrada
que había dado a su siervo Abrahán.
Sacó a su pueblo con alegría,
a sus escogidos con gritos de triunfo. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Lucas 18,1-8
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario”.
Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».
Y el Señor añadió:
«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».
Reflexión del Evangelio de hoy
La parábola del juez injusto suscita en nosotros –estoy convencido, aunque me gustaría estar equivocado- posturas distintas, y en algún caso distantes. La intención de Jesús está tan claramente manifestada por él que, de entrada, tiene que prevalecer; y, no sólo de entrada, sino tenemos que intentar razonarla y aplicarla a nuestra vida.
Pero la experiencia nos dice, también muy claramente, que hay muchas “viudas” ninguneadas por muchos “jueces injustos”, que no tienen la suerte que tuvo la de la parábola. Las que tienen o tuvieron fe oraron mucho; algunas, ya no. Admiten lo que dijo Jesús, pero constatan que no pueden aplicar esas bellas palabras a su problema. Os confieso que de tal forma me preocupa el tema, que pido al Espíritu, cada día con más fuerza el don de discernimiento y consejo para dar esperanza a estas “viudas” como lo haría Jesús, sin argumentos pobres o “mañosos” que lo único que conseguirían sería continuar la injusticia del “juez”.
Dios hará justicia a sus elegidos sin tardar
Dios hace justicia; Dios escucha; Cuando llamamos, él abre la puerta; cuando buscamos, él se hace el encontradizo. Pero, la impresión que predomina en nosotros es que, por más que pedimos, nada, como si no nos oyera. Quizá por eso y por la experiencia que tiene de la naturaleza humana, nos dijo muy claro cómo teníamos que orar: “Cuando recéis -dice Jesús- no charléis mucho como los paganos, que se imaginan que serán atendidos a fuerza de mucho hablar. No os parezcáis a ellos, pues vuestro padre ya sabe qué os hace falta antes de que lo pidáis”. Ahí está la clave, en orar como nos pide Jesús.
Orar es sentarnos tranquilos a pasar un rato con Jesús en cualquiera de los muchos “pozos de Jacob” como hay en los caminos de la vida. No hacen falta presentaciones, ni Jesús ni nosotros las necesitamos. Hace falta, quitarnos el disfraz, y, a cara descubierta, escuchar y, si nos toca hablar, hacerlo lo más brevemente que podamos, porque el importante es él. Y, al escuchar, propiciar que se vaya inflamando el corazón, como a la Samaritana, como a los discípulos de Emaús, para que, cuando el encuentro acabe, comience nuestra misión: dar testimonio de lo que hemos visto y oído. Y, al final dar gracias, porque también con nosotros se ha hecho justicia.
Siempre la fe
Sin fe, imposible. Con fe, ningún problema. “Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?” Para orar así, se necesita mucha fe, fe que, precisamente, va aumentando con la oración. Creer para orar y encontrarnos con Dios; orar para creer y más fácilmente seguir viviendo en y según Dios. Dos matices de la fe: confiar y secundar los deseos de Dios.
La fe tiene más que ver con la persona, con la vida, que con la doctrina, los preceptos y los dogmas. Jesús no nos dejó ningún catecismo ni libro alguno de dogma y moral. Nos dejó su persona, su vida y su proyecto, el Reino. Y por medio de ejemplos múltiples nos pidió que nos fiáramos de él y de su Padre. “El que cree en mí, el que confía en mí, el que se fía de mí, tiene vida eterna”.
Pero, aunque sólo sea por coherencia, si creemos en él, creeremos en su proyecto y secundaremos cuanto él hizo y dijo por el Reino. “Id al mundo entero y haced discípulos a todos los pueblos” (Mt 28,19) .O sea, como Jesús y porque nos fiamos de él, seamos solidarios unos de los otros para que no sólo nosotros, sino todos seamos más humanos, más sensibles, más hermanos, mejores hijos de Dios.