Mié
15
Abr
2009
Y a ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 3, 1-10

En aquellos días, Pedro y Juan subían al tempo, a la oración de la hora nona, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa, para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se quedó mirándolo y le dijo:
«Míranos».

Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pero Pedro le dijo:
«No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda».

Y agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. Todo el pueblo lo vio andando y alabando a Dios, y, al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa del templo, quedaron estupefactos y desconcertados ante lo que le había sucedido.

Salmo de hoy

Salmo 104, 1-2. 3-4. 6-7. 8-9 R/. Que se alegren los que buscan al Señor

Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas todos los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas. R/.

Gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro. R/.

¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.

Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 24, 13-35

Aquel mismo día, el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos setenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.

Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».

Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado estos días?».

Él les dijo:
«¿Qué».

Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».

Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria».

Y, comenzado por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.

Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».

Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.

Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».

Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».

Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Reflexión del Evangelio de hoy

  • El milagro de Pedro

En la primera Lectura, Lucas continúa contándonos cómo era la vida de la Iglesia primitiva cuando empezó a encontrarse sin la presencia física de Jesús. Los discípulos son cristianos, seguidores de Jesús, pero siguen siendo judíos. Por eso, siguen reuniéndose en el Templo a la hora de nona, a las tres de la tarde, para orar. En este marco tiene lugar el primer milagro de Pedro, acompañado de Juan, al que seguirán sus primeros discursos. Llama la atención que el milagro se realiza “en nombre de Jesús Nazareno”, entregándole al pobre cojo, con la curación,  algo más que el oro o plata que, en principio, solicitaba.  Y, al mismo tiempo, convirtiendo el milagro en proclamación y testimonio de Jesucristo resucitado.

  • Ausencia de Jesús

Fue en la tarde de Pascua cuando dos de los discípulos que habían seguido a Jesús caminaban hacia Emaús desde Jerusalén. Iban tristes y desesperanzados. El Maestro había muerto, y además crucificado. “Ellos creían…” “Nosotros esperábamos…” Pero ya no. Ellos querían sinceramente a Jesús, pero éste ya no estaba con ellos; y lo que es más grave, temían que no volviera a estar, a pesar de las habladurías de algunas de las mujeres. Por eso se retiraban a sus cuarteles de invierno dispuestos a encarar su nueva situación sin Jesús.

  • Presencia de Jesús

De pronto, llega un caminante, haciéndose el encontradizo, y les pregunta: “¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?” Y ellos, entristecidos, le cuentan lo ocurrido en Jerusalén con Jesús el Nazareno. Llegados a Emaús, y ante su insistencia, el “caminante” accede a sentarse a la mesa con ellos para compartir el pan. En ese momento se les abren los ojos, lo reconocen al partir el pan, y, cumplida su misión, él desaparece.

Emaús, además de aldea, representa algo más valioso y revelador para nosotros. Aquél, el histórico, está a unos 11 Km. de Jerusalén. El “simbólico”, hacia el que, más o menos conscientemente, todos nos dirigimos a la caída de nuestras tardes, con desilusiones similares a las de Cleofás y “el otro”, cada uno sabe dónde está. Lo cierto es que todos, ellos y nosotros, estamos de camino. Y todos nos dirigimos hacia el mismo hogar, hacia la misma mesa. Y si somos, como Cleofás y su compañero, suficientemente clarividentes, reconoceremos al mismo y único “caminante” que, una vez sentados a la mesa, nos puede devolver la esperanza, para que, como ellos, aunque sea de noche, volvamos a la comunidad a dar razón de la misma.

Fray Hermelindo Fernández Rodríguez

Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
(1938-2018)