Sep
Evangelio del día
“ Mujer, ahí tienes a tu hijo; luego dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre ”
Primera lectura
Lectura de la carta a los Hebreos 5, 7-9
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial.
Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.
Salmo de hoy
Salmo 30, 2-3a. 3b-4. 5-6. 15-16. 20 R/. Sálvame, Señor, por tu misericordia
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí. R/.
Sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame. R/.
Sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás. R/.
Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios».
En tu mano están mis azares:
líbrame de los enemigos que me persiguen. R/.
Qué bondad tan grande, Señor,
reservas para los que te temen,
y concedes a los que a ti se acogen a la vista de todos. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Juan 19, 25-27
En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena.
Jesús, al ver a su madre, y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
- "Mujer, ahí tienes a tu hijo".
Luego dijo al discípulo:
- "Ahí tienes a tu madre".
Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.
Reflexión del Evangelio de hoy
“La liturgia católica nada tiene tan patético como estos lamentos tristes, cuyas estrofas caen como lágrimas, tan dulces, que en ellos se descubre un dolor divino consolado por los ángeles; tan sencillos en su latín popular, que las mujeres y los niños comprenden la mitad por las palabras y la otra mitad por el canto y el corazón”. Así expresa Federico Ozanam la profunda impresión que le causa la secuencia Stabat Mater. Sensaciones similares seguro que hemos tenido todos al escuchar la interpretación de esta pieza por alguno de los clásicos, sea Rossini, Pergolesi, Vivaldi o cualquier otro. Con matices distintos, todos inciden en lo mismo: el profundo dolor de María en momentos puntuales de su vida y, en concreto, en la Pasión y muerte de su Hijo. Este dolor es el que hoy tenemos en cuenta al celebrar a María como Virgen de los Dolores o, más sencillamente, la Dolorosa.
Devoción
La devoción y culto a María en su sufrimiento es de lo más antiguo y de lo más extendido sobre María. Ya los Santos Padres veneraban el sufrimiento de María, hablando de él como cooperación a la Redención. Sin quitar ni menguar la integridad de la Redención realizada por Jesús, María es corredentora en el sentido de estar unida como madre a la Redención de su Hijo.
Las imágenes de la “Piedad”, las Dolorosas, lo llenan todo. Cuadros, poesías, composiciones musicales, capillas, iglesias sobre la “Piedad”. El dolor, los dolores son la dimensión más profundamente humana, y la más extendida a todos los niveles. Por eso ha calado tanto en la piedad popular el tema del sufrimiento en María.
Realidad
Hace una semana celebrábamos la Natividad de María. Era el recuerdo humilde del comienzo de su andadura entre nosotros. Poco antes, el 15 de agosto, celebrábamos su Asunción en cuerpo y alma a los cielos. Natividad y Asunción marcan el principio y el final de la vida de la Santísima Virgen María. Hoy celebramos lo que hubo entre un acontecimiento y otro, su vida temporal. Y uno de los matices de esa vida –por no decir de todas las vidas-, fue el dolor. Su estampa más extendida es la imagen de una mujer, no muy mayor, cargada de dolor; una mujer doblada sobre sí misma, arropando en sus brazos el cuerpo de su Hijo muerto. Misterio de amor maternal. Misterio del dolor al cual María, si no acostumbrada, estaba, por necesidad y por vocación y destino de su Hijo, unida. Por eso la llamamos corredentora.
María fue dolorosa
María fue dolorosa. Se lo había profetizado Simeón en el Templo y así se cumplió: “A ti misma una espada te traspasará el alma para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones” (Lc 2,35). Pero, desde su Asunción a los cielos, María ya no es dolorosa, sino la criatura más feliz y dichosa que podamos imaginar. Es ya sólo Madre de Dios, Inmaculada y, de forma distinta pero real, Madre nuestra.
Precisamente por su maternidad universal sobre nosotros es por lo que, hablando un lenguaje humano, podemos decir que sigue sufriendo. Porque sus hijos, nosotros, no somos inmaculados, sino todo lo contrario; y, además, porque, “peregrinos todavía” y, aunque no nos lo hayan profetizado, el sufrimiento y dolor son constantes en nuestra vida. Y, lógicamente, María, como buena madre, “sufre”.