Oct
Evangelio del día
“ ¡Ay de vosotros que os encantan los asientos de honor! ”
Primera lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 2,1-11
Tú, que te eriges en juez, sea quien seas, no tienes excusa, pues, al juzgar a otro, a ti mismo te condenas, porque haces las mismas cosas, tú que juzgas.
Sabemos que el juicio de Dios contra los que hacen estas cosas es según verdad.
¿Piensas acaso, tú que juzgas a los que hacen estas cosas pero actúas del mismo modo, que vas a escapar del juicio divino? ¿O es que desprecias el tesoro de su bondad, tolerancia y paciencia, al no reconocer que la bondad de Dios te lleva a la conversión? Con tu corazón duro e impenitente te estás acumulando cólera para el día de la ira, en que se revelará el justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno según sus obras: vida eterna a quienes, perseverando en el bien, buscan gloria, honor e incorrupción; ira y cólera a los porfiados que se rebelan contra la verdad y se rinden a la injusticia.
Tribulación y angustia sobre todo ser humano que haga el mal, primero sobre el judío, pero también sobre el griego; gloria, honor y paz para todo el que haga el bien, primero para el judío, pero también para el griego; porque en Dios no hay acepción de personas.
Salmo de hoy
Salmo 61,2-3.6-7.9 R/. El Señor paga a cada uno según sus obras
Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré. R/.
Descansa sólo en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré. R/.
Pueblo suyo, confiad en él,
desahogad ante él vuestro corazón:
Dios es nuestro refugio. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Lucas 11,42-46
En aquel tiempo, aquel tiempo, dijo el Señor:
«Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de hortalizas, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto es lo que había que practicar, sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y los saludos en las plazas! ¡Ay de vosotros, que sois como tumbas no señaladas, que la gente pisa sin saberlo!».
Le replicó un maestro de la ley:
«Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros».
Y él dijo:
«¡Ay de vosotros también, maestros de la ley, que cargáis a los hombres cargas insoportables, mientras vosotros no tocáis las cargas ni con uno de vuestros dedos!».
Evangelio de hoy en audio
Reflexión del Evangelio de hoy
Reconocer la bondad de Dios
La carta de Pablo a los Romanos expone con toda claridad su doctrina sobre la salvación, el mensaje cristiano. El evangelio es mensaje salvador para judíos y no judíos, les recuerda. Que ninguno se erija en juez de nadie, ni con derecho a privilegio alguno, sino más bien que cada cual se mire a sí mismo y en qué medida obra bien u obra mal.
“¿…desprecias el tesoro de su bondad, tolerancia y paciencia, al no reconocer que la bondad de Dios te lleva a la conversión?” No es fácil hablar sobre el pecado y la conversión en contextos secularizados y bajo el relativismo moral que predomina. Tampoco en los lugares donde las radicalizaciones de tipo religioso aún pretenden dominar conciencias y estilos de vida. Todas las culturas, sociedades y personas tenemos el reto de descubrir nuestras incoherencias, injusticias y maldades, para convertirlas en bien para todos.
Acercarse al Evangelio, a la propuesta de obrar bien, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, tiene un poder humanizador y liberador que, sólo puede descubrir quien lo haga desde la humildad y la confianza en el Dios de Jesús. Queremos alcanzar la paz, la felicidad, incluso desde la fe, por caminos de prestigio, fama, éxito, poder, saber, dominio. Nos olvidamos de lo esencial del misterio salvador: Jesús pasó por la cruz, el abajamiento total, y resucitó mostrando las llagas y heridas de su muerte.
La bondad de Dios no oculta nuestras vergüenzas, debilidades, traiciones o fracasos. No hay censura para el alcance de su bondad y su amor. Nos resulta difícil ponernos en total desnudez y sinceridad ante su presencia. Pero podemos intentar dejarnos mirar por él, descubrirnos profundamente amados, y mirar a los ojos de cualquier ser humano descubriéndole también amado por Dios.
¡Ay de nosotros!
El texto de Lucas nos sitúa en el camino desde Galilea a Jerusalén. Es un camino marcado por el fin que tendrá. Jesús hace una denuncia muy fuerte a los fariseos y los maestros de la Ley. “¡Ay de vosotros, fariseos…!” …Y ante la réplica de un maestro de la ley, le dice: “¡Ay también de vosotros…!”. Cuando mi madre se enfadaba con alguno en casa, los demás procurábamos no cruzarnos con ella, porque mientras duraba el enfado, había regaño para quien se encontrase. Así parece estar Jesús en este texto. Seguro que si cualquiera le preguntamos por qué habla tan duramente, nos diría:”¡Ay de ti también…!”.
Quizás en algún momento comprendamos que el camino de la búsqueda de perfección y la prepotencia de quien se cree mejor y por encima de los demás no nos sirve. Quizás nos ayuda más acercarnos a la clave del poder salvador de Jesucristo. Un cuento relata el diálogo entre un rabino y el profeta Elías:
- ¿Dónde está (el Mesías)?
-Sentado a las puertas de la ciudad.
- ¿Y cómo lo reconoceré?
-Está sentado entre los pobres cubierto de llagas. Los otros destapan sus llagas al mismo tiempo y después las tapan de nuevo. Pero él las destapa una a una y las vuelve a tapar diciéndose:” Puede que me necesiten: por si acaso, debo estar siempre listo para no perder un segundo”.
Practicar el amor de Dios no nos lleva a puestos de honor, ni a santidades aparentes y huecas, ni a ser deshonestos, ni a dominar o humillar desde cualquier tipo de poder o decisión sobre otros que tengamos. Practicar el amor de Dios pasa por hacer bien, ahí en “las afueras”, heridos y pobres entre los heridos y pobres, curando nuestras miserias y tratando de ocuparnos también de quien nos necesite.
El camino hacia Jerusalén lleva a Jesús a su entrega total. No nos desviemos del nuestro. Tenemos la certeza de que nunca nos va a dejar de su mano, a ninguno.