Abr
Evangelio del día
“ ¿Qué tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere? ”
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 6, 8-15
En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba.
Entonces indujeron a unos que asegurasen:
«Le hemos oído palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios».
Alborotaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas, y, viniendo de improviso, lo agarraron y lo condujeron al Sanedrín, presentando testigos falsos que decían:
«Este individuo no para de hablar contra el Lugar Santo y la Ley, pues le hemos oído decir que ese Jesús el Nazareno destruirá este lugar y cambiará las tradiciones que nos dio Moisés».
Todos los que estaban sentados en el Sanedrín fijaron su mirada en él y su rostro les pareció el de un ángel.
Salmo de hoy
Salmo 118, 23-24. 26-27. 29-30 R/. Dichoso el que camina en la ley del Señor
Aunque los nobles se sienten a murmurar de mí,
tu siervo medita tus decretos;
tus preceptos son mi delicia,
tus enseñanzas son mis consejeros. R/.
Te expliqué mi camino, y me escuchaste:
enséñame tus mandamientos;
instrúyeme en el camino de tus mandatos,
y meditaré tus maravillas. R/.
Apártame del camino falso,
y dame la gracia de tu ley;
escogí el camino verdadero,
deseé tus mandamientos. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 22-29
Después de que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el mar.
Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar notó que allí no había habido más que una barca y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos.
Entretanto, unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan después que el Señor había dado gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo has venido aquí?».
Jesús les contestó:
«En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios».
Ellos le preguntaron:
«Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?».
Respondió Jesús:
«La obra de Dios es esta: que creáis en el que Él ha enviado».
Reflexión del Evangelio de hoy
¿Se nos hace insoportable el bien?
Para quienes se acercan con asiduidad a la Palabra, la lectura de la Hechos que la liturgia ofrece hoy parece que introduce de inmediato en el desarrollo completo de la confrontación entre Esteban y algunos judíos. Conocer el final de la historia, tan sorprendente si tenemos en cuenta que el relato comienza enumerando las maravillas que Esteban realiza, puede hacer que “sobrevolemos” el conjunto del texto para quedarnos en el conocido desenlace…
Pero hoy la lectura no dice nada de lo que le ocurrirá a Esteban. Termina con una extraña constatación que dificulta entender el drama que seguirá: todos los presentes en el Sanedrín se fijaron en Esteban y su rostro les pareció el de un ángel. Inesperado punto final. ¿Hay algo que el pasaje nos pueda sugerir?
Esteban, presentado en un impresionante paralelismo con la persona de Jesús, es TESTIGO, con sus palabras y sus obras, de la presencia del resucitado en nuestra realidad (personal, comunitaria, social…). Su actuar, más allá del asombro por los signos realizados, introducía el bien en su entorno al estilo en que Jesús lo había hecho antes. No cabría más que el agradecimiento y la alegría.
¿Qué dinámica se desata en el corazón del ser humano para no poder soportar a alguien que ofrece sólo bien? “Unos cuantos” provenientes de lugares lejanos no pueden tolerar el testimonio de Esteban… cuando curiosamente el Sanedrín, que condenó a Jesús, encuentra que tiene el rostro de un ángel.
¿Por qué tanta dificultad para escuchar y acoger el testimonio de “otro”? ¿Qué nos ciega? ¿Nuestros intereses que pueden ponerse en peligro, nuestros principios que no nos permiten ver la realidad, nuestros prejuicios que bloquean de entrada el acceso a los demás…? El deseo de poder y de supremacía frente al otro nos degrada hasta hacernos esclavos de la mentira y capaces de atentar contra la vida…
¿Qué tenemos que hacer?
Jesús había saciado el hambre de muchas gentes, y en el entorno se da un movimiento de afluencia hacia los lugares en los que se le puede encontrar. La gente no escatima esfuerzos, pero Jesús se muestra escéptico ante el entusiasmo que provoca. Siente que no le buscan a Él sino a lo que puede darles. Sin duda es humano, ¿cómo no ir tras quien nos ha proporcionado aquello de lo que tenemos imperiosa necesidad? La eterna ambigüedad de nuestras adhesiones y nuestros afanes… Se esfuerzan en descubrir dónde está, en llegar hasta Él, y cuando lo encuentran, su grado de “vinculación”, de “sintonía” con sus propuestas está tan difuminado que todo lo que se les ocurre preguntarle es: “¿cuándo has venido aquí?”
Jesús es claro y les confronta con su realidad: me buscáis porque habéis comido. ¿Por qué le buscamos nosotros? O quizá ¿le buscamos, realmente le buscamos?
Y la contrapropuesta provocadora de Jesús: trabajad por el alimento que perdura para siempre. Lógico desconcierto: ¿qué tenemos que hacer? Y respuesta más desconcertante: el trabajo a realizar es creer en el que el Padre ha enviado.
Creer en Jesús, el trabajo de toda una vida, desaprender, soltar, abandonar el deseo de control, saberse y sentirse “obra de”, recibiéndolo todo, nunca dueños, iniciando cada día la fascinante aventura de aprender a poner la vida en sus manos.