Sáb
16
May
2009

Evangelio del día

Quinta Semana de Pascua

Si el mundo os odia, sabed que antes me odió a mí

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 16, 1-10

En aquellos días, Pablo llegó a Derbe y luego a Listra. Había alli un discipulo que se llamaba Timoteo, hijo de una judía creyente, pero de padre griego. Los hermanos de Listra y de Iconio daban buenos informes de él. Pablo quiso que fuera con él y, puesto que todos sabían que su padre era griego, por consideración a los judíos de la región, lo tomó y lo hizo circuncidar.

Al pasar por las ciudades, comunicaban las decisiones de los apóstoles y presbíteros de Jerusalén, para que las observasen. Las iglesias se robustecían en la fe y crecían en número de día en día.

Atravesaron Frigia y la región de Galacia, al haberles impedido el Espíritu Santo anunciar la palabra en Asia. Al llegar cerca de Misia, intentaron entrar en Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo consintió. Entonces dejaron Misia a un lado y bajaron a Tróade.

Aquella noche Pablo tuvo una visión: se le apareció un macedonio, de pie, que le rogaba: «Pasa a Macedonia y ayúdanos».

Apenas tuvo la visión, inmediatamente tratamos de salir para Macedonia, seguros de que Dios nos llamaba a predicarles el Evangelio.

Salmo de hoy

Salmo 99, 1-2. 3. 5 R/. Aclama al Señor, tierra entera

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores. R/.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño. R/.

El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 15, 18-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros.

Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia.

Recordad lo que os dije: “No es el siervo más que su amo”. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra.

Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió».

Reflexión del Evangelio de hoy

El paso, el tránsito o el cambio que la Pascua de Dios tiene para la vida del creyente no debiera de dejar de ser precisamente eso: un cambio. Cuando Dios aparece en la vida del pueblo, cuando Dios se acerca para proponer una vida diferente, cuando el creyente quiere fiarse y acoge a Dios mismo en su corazón, entonces nace algo nuevo.

En el transcurso de nuestro vivir la mayoría de los acontecimientos vividos pasan por nosotros, como solemos decir, sin pena ni gloria. La cotidianeidad hace de mucho de lo vivido algo que no repercute directamente en nuestras vidas. Sin embargo no ocurre lo mismo con determinas experiencias, encuentros o conquistas que hacen que  cambiemos, que uno no pueda reconocerse siendo el mismo de ayer, que uno no pueda experimentarse sin nuevos sueños e ilusiones que no son posibles acallar en el propio corazón.

Los primeros cristianos quedaron absolutamente “secuestrados” por la experiencia de la Pascua. El Señor estaba pasando por sus vidas, pero no como otras veces, no como otras “pascuas”. El Señor estaba haciendo de ellos hombres y mujeres nuevos, diferentes a lo que fueron, con ilusiones que no podían quedarse en la intimidad de sí mismos. Fue esto lo que los llevó al anuncio de la vida nueva del Reino donde el Espíritu los iba conduciendo. De esta manera la Iglesia, como forma nueva de convivencia, sustentada bajo los dos pilares del amor a Dios y al prójimo, iba creciendo y se iba fortaleciendo.

Pero esa fortaleza no nacía de una buena organización, ni de una precisa estrategia de dispersión; nacía de una nueva forma de estar en el mundo que era capaz de contagiar a los que a ella se acercaban. Una nueva forma de estar que era alternativa a las formas de vida que el evangelio de Juan califica de propias del mundo, como son el poder, la injusticia, la violencia, la acumulación de bienes. El mundo que se sustenta en estos valores no puede más que odiar el cambio que Dios propone con su “paso” y, por ende, a los que deciden vivir así. Es bueno preguntarnos continuamente de parte de quién estamos y a quién servimos, si al Reino o al mundo. Sería bueno que en esta pascua, cuyo ecuador ya pasó, le pidamos a Dios que nos cambie, que nos transforme… que, por favor, no deje de pasar por nuestra casa.