Abr
Evangelio del día
“ Soy yo, no temáis ”
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 6, 1-7
En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de
lengua hebrea, porque en el servicio diario no se atendía a sus viudas.
Los Doce convocando a la asamblea de los discípulos, dijeron:
«No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos del servicio de las mesas. Por tanto,
hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra».
La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía, Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando.
La palabra de Dios iba creciendo, y en Jerusalén se multiplicaba el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.
Salmo de hoy
Salmo 32, 1-2. 4-5. 18-19 R. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. R.
La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R.
Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 16-21
Al oscurecer, los discípulos de Jesús bajaron al mar, embarcaron y empezaron la travesía hacia Cafarnaún. Era ya noche cerrada, y todavía Jesús no los había alcanzado; soplaba un viento fuerte, y el lago se iba encrespando.
Habían remado unos veinticinco o treinta estadios, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el mar, y se asustaron.
Pero él les dijo:
«Soy yo, no temáis».
Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra en seguida, en el sitio a donde iban.
Reflexión del Evangelio de hoy
A medida que avanza Pascua, cambia también la comunidad de los discípulos y primeros cristianos. Son pocos los días que Jesús va a estar con ellos, y no siempre sino sólo en momentos puntuales, y el cambio va a ser perceptible por todos. Es cierto que avanzan con dudas, a veces con dificultades, pero avanzan. La clave del éxito tampoco entonces estuvo en las meras palabras, sino en los gestos y en la vida. En medio de claroscuros, se impone el diálogo, la apertura, el encuentro, la coherencia y la cercanía fraternal. Hoy reflexionamos sobre la responsabilidad comunitaria en Jerusalén. Y, en el párrafo evangélico, en la coexistencia de miedo y fe en los discípulos y en nosotros, imponiéndose la fe.
Una comunidad cristiana
Todavía recordamos con agrado y cierta envidia la utópica descripción que hizo San Lucas de la comunidad de Jerusalén. Como contrapunto, no como negación, hoy se nos habla de una de las primeras dificultades, no la única ni, quizá, la más grave. Surge en una comunidad, toda ella de judíos de raza, pero de cultura y lengua diferentes. Los de lengua griega protestan y se quejan de que sus viudas son “menos viudas” que las otras, y no son atendidas como ellos piensan que deberían serlo.
Los apóstoles dialogan con la comunidad y entre todos llegan al acuerdo de elegir a siete varones ejemplares para que lleven a cabo el servicio de la administración. La comunidad elige, los apóstoles les imponen las manos y todos quedan contentos. Este es el modelo de comunidad eclesial que trató de rescatar el Concilio Vaticano II en su Constitución sobre la Iglesia como Pueblo de Dios (LG, 2). Allí y aquí prevalece el diálogo, la corresponsabilidad y la misión profética, pastoral y sacerdotal, llevado a cabo por sus miembros, cada uno según la encomienda recibida.
Miedo y Fe
“Cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el lago, se asustaron”. Los discípulos tenían motivos para conocer a Jesús de día y de noche, de cerca y de lejos. Pero el hecho innegable es que sintieron miedo. ¿Por qué? De entrada, porque el miedo forma parte de la vida del hombre a nivel íntimo, personal, familiar, profesional, económico, político, de salud… a todos los niveles.
Pero, es que los discípulos creían en Jesús, por eso le seguían. Bueno, pues, incluso así sintieron miedo y se asustaron. Porque, mal que nos pese, humanamente hablando, la fe no nos libera de ninguna incertidumbre, de ninguna inseguridad, ni de ningún riesgo. Los discípulos, como nosotros los creyentes y seguidores actuales de Jesús, nos hallamos, humanamente hablando, tan a la intemperie como los demás, como todo el mundo.
Esto es verdad, pero no toda la verdad. Porque precisamente una de las funciones de la fe es intentar liberarnos del miedo. “No temáis. Soy yo. Ánimo”. Esto sólo lo puede decir Jesús, sólo lo puede decir Dios. No son palabras humanas, sino divinas, con todo el valor que tiene la deidad. No hablo de entusiasmos o corazonadas, sino de una fe profunda. “No temamos” si Dios lo es para nosotros. “No temamos” si nos fiamos más de Dios que de la barca, los remos y la pericia de los remeros. “No temamos” si confiamos en él, aunque no lo entendamos. “No temamos”, aunque, como humanos, sintamos soledad, enfermedad, vejez, carencias de todo tipo; incluso aunque nos sintamos pecadores, porque la última palabra no la va a tener ni siquiera la muerte, sino él, y su Palabra siempre es de Padre, de perdón, de compasión y de misericordia. Por eso, les dijo y nos dice: “No temas, soy yo”.